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Los aviones de la UAQ

6/10/2014

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Por Rodrigo Espinosa.

En el Campus Aeropuerto se encuentran escondidos, dentro de los hangares, dos aviones que fueron utilizados durante la Segunda Guerra Mundial. Los integrantes del escuadrón 201, después de su regreso —dicen las fuentes— fueron invadidos por una intensa melancolía post-bélica, e impulsados por esta crisis decidieron, junto con el presidente Manuel Ávila Camacho, mandar a destruir todos los objetos con los cuales habían tenido contacto directo durante su estancia en las Filipinas. El acuerdo se llevó a cabo satisfactoriamente, con excepción de los dos aviones.
    Las especulaciones entre académicos de la UAQ sobre el motivo de la estancia de dichos aeroplanos, han tenido como resultado enfrentamientos físicos; además de intensos debates que se han alargado hasta diez horas.  Gracias a Dios, nadie ha resultado herido de muerte ni han perdido la voz entre tanto grito que rodea dichos objetos. La noticia es nueva para ellos y trataban de mantenerla lo más escondida posible del oído de la comunidad estudiantil y el público en general. Lamentable o afortunadamente —depende de quién lo considere— un grupo de detectives amateurs contratados por el equipo editorial de Aeroletras han traído respuestas, tanto a la incógnita del porqué no destruyeron los aviones, como al por qué se tomó la decisión de mandarlos al campus aeropuerto.
    En primera instancia puede parecer un poco obvio el motivo: dos aviones cuya existencia el gobierno busca ocultar son enviados a una ciudad donde la tranquilidad es sumamente agresiva y son guardados en hangares que visitan (a veces) estudiantes curiosos. Por lo tanto el lugar parece propicio para esconder los secretos.
 Nuestros detectives colocaron micrófonos en oficinas específicas, rastrearon datos en la web e inclusive viajaron a la Ciudad de México para consultar los registros de la llamada operación Descanso. La investigación consumió alrededor de cuatro meses para poder aportar una respuesta que nos permita acercarnos a la verdad. Entre tanto buscar, dieron con la dirección de un hombre, el cual asegura haber estado presente en el momento exacto en que el presidente Manuel Ávila Camacho detuvo la orden de destrucción masiva a todo el arsenal militar.
    «Era un día nublado, dice el hombre que ha preferido mantenerse en el anonimato. Nos citaron en una bodega de Vallejo. Pos la verdad es que yo no sabía qué íbamos a hacer hasta que llegamos al lugar y vimos el armamento. Me acuerdo que había cuatro aviones; dos de ellos fueron lanzados (en pedazos) a un contenedor gigante lleno de (creo) ácido. Parecía una película de terror, de esas como las del Santo. Los demás trabajadores nos mandaron a ponernos trajes de protección. Uno a uno lanzaban artefactos: armas, uniformes, radios, cascos, botas, libretas. Con una grúa levantaban los aviones.
    Sin avisar, llegaron agentes de seguridad presidencial, acordonaron el área y a todos los trabajadores nos llevaron a un cuarto. Yo estaba en el baño cuando pasó todo eso. Salí y vi al presidente de pie junto a los dos aviones. En su mirada se podía ver un destello como de que andaba sentimental o algo así, como que le dolía ver los aviones allí; recorría de un lado a otro cada uno de los aviones y sus manos se deslizaban con gran lentitud. Entonces los agentes me vieron y sin que me resistiera me llevaron directamente al cuarto.
    »Entre el chismorreo de los demás trabajadores se contó que el presidente había tenido un romance con una actriz y su lugar de encuentro eran eso dos aviones. ¿Quién va a buscar a un presidente en un avión de guerra? Entonces les dije, "¿cómo saben?" Y uno de los de seguridad nos dijo que era del dominio popular dentro de su círculo. Y le dije, "si eres de sus agentes de confianza, ¿por qué estás contando eso?" Respondió que lo hacía porque su paga siempre llegaba tarde, pues debido al romance, el dinero de su paga se lo daban a la amante. Todos en el lugar se rieron. Y pues entonces es debido a ese romance que rescataron los aviones.»
    Después de conseguir el testimonio del trabajador, nuestros detectives, al escuchar las grabaciones de los microfonos que colocaron —uno de ellos estaba en la oficina del rector— quedaron estupefactos. El padre de nuestro rector fue el producto del romance entre el presidente y la actriz. En la adolescencia se enteró de su verdadero origen y de algún modo —nunca se logró saber cómo— rastreó los aviones; estuvieron guardados muchos años en un rancho hasta que el gobierno expropió el territorio; y cuando su hijo (siendo rector) se enteró de la historia, haciendo uso de la autoridad que tiene sobre las instalaciones de la Universidad y sin dudarlo, se ofreció a darle asilo a ambos aviones dentro del Campus Aeropuerto, donde ahora mismo son sólo vistos por los estudiantes curiosos que se pasean por el lugar.
    El trabajo de nuestros detectives rindió sus frutos. Los académicos aún siguen debatiendo y seguramente seguirán así por un rato. Mientras tanto, lector, el equipo de Aeroletras te pide discreción.

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