por Rogelio Téllez ![]() John Updike: Corre, Conejo. Idioma original: inglés Título original: Rabbit, run. Año de publicación: 1960 Me resultaría imposible otorgar el premio al capullo más egoísta de la historia de la literatura sin que ello suscitara objeciones legítimas. Se trata de una tradición dilatada y llena de contendientes espectaculares empezando desde el mismísimo Aquiles. Mi corta experiencia sólo me es suficiente para proponer al señor Harry “Conejo” Angstrom, protagonista de Corre, conejo. En efecto, la novela trata de una alimaña en movimiento. Un día Harry, tras jugar al básquetbol, llega casa, se encuentra con que su esposa embarazada es un poco estúpida y luego se encamina a casa de sus padres para recoger a su hijo. No logra dicho cometido, en cambio, pisa el acelerador a fondo y, dejándolo todo atrás, se larga quién sabe a dónde para hacer quién sabe qué. He relatado el meollo de la trama sin temor a estropear la novela tal como ocurre como todo relato bien logrado. Updike es novelista hábil. Nos vende arena a precio de invaluables horas de nuestra vida al ofrecernos un elenco de paletos que ni siquiera llegan a ser entrañables o interesantes. Janice, Nelson, Ruth o Eccles son un poco más desabridos que tus vecinos; al final, uno no sabe por qué demonios sigue leyendo. Pero lo sigues haciendo, lo cual habla nos de la calidad de Updike como escritor. También de su creatividad. El personaje del individuo solitario e incomprendido diluido en la inconcebible vastedad de una mítica Norteamérica (aunque no hay otra Norteamérica que la mítica: ese lugar sólo puede ser un sueño o una pesadilla) es un tema relativamente frecuente en la literatura de dicha región. Melville, Whitman, Kerouac o Hunter Thompson son buenos ejemplos; aún podríamos añadir a Miller (ambos) o a Hemingway que trasladan a sus misfits a Europa, pero son un poco lo mismo. Updike se engarza en una vieja tradición norteamericana, su novedad es a total ausencia de romanticismo. En este sentido, como en un cuento de hadas, el conejo nos cae del cielo y nos muestra sus motivaciones en la ausencia de las mismas. No se trata de conquistar el oeste o de ampliar la mente con drogas mientras descuentas kilómetros en un Cadillac; se trata simple y llanamente de hacer lo que viene al caso cuando se antoja. Las parrafadas de sabiduría oriental mal digerida son sólo un mal hábito. Quizás eso fue lo que siempre agrió a los beats, que se la pasaban balbuceando un montón de mixtificaciones a manera de justificación. El conejo es demasiado estúpido para ello, Dios lo bendiga, y sólo es una bestia egoísta. La tentación está en explicarlo o redimirlo. Updike lo evita. Prefiere dejarnos a solas con este cabrón. No es nada gratificante, pero sí vindicativo. El conejo es un pequeño desastre, uno entrañable a su manera. Si sobra un poco de vida, quizás convenga conocerlo. El conejo aún correrá durante otras 3 novelas y algún otro colateral. Éste es un inicio promisorio.
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Julio 2015
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