![]() Por Andrea Domínguez Saucedo ¿Cuánta violencia se puede conocer sin volverse loco? La violencia se puede contagiar, como una gripe, como la viruela, como el herpes o como el sida. Se puede vivir la violencia y asimilarla como se asimilan las malas costumbres, llevarla en la piel y el pensamiento hasta volverse demente. Horacio Castellanos Moya, escritor y periodista centroamericano, publica en el 2004 su novela titulada: Insensatez. En ella narra la historia de un periodista y escritor exiliado en Guatemala, quien acepta el trabajo de corrector de un archivo que documenta, por medio de testimonios, el genocidio de indígenas durante la guerra civil sucedida entre 1960 y 1996. A través de los doce capítulos que componen la novela, el narrador comienza a ser víctima de la violencia que el archivo en el cual trabaja lleva en cada palabra; se comienza a romper su mente y se encuentra sin sosiego, hostigado por el miedo, tanto de un real peligro como de otros que parecen imaginarios. El personaje principal comienza a relacionarse en ese nuevo lugar de exilio a partir de la violencia que se contiene en lo que lee: "Yo no estoy completo de la mente", decía la frase que subrayé con el marcador amarillo, y que hasta pasé en limpio en mi libreta personal, porque no se trataba de cualquier frase, mucho menos de una ocurrencia, de ninguna manera, sino de la frase que me dejó lelo en la primera incursión en esas mil cien cuartillas impresas casi a renglón seguido [...] (Castellanos, p. 13) A partir de ese momento, cada una de las personas con las que él habla reciben un pedazo de ese sufrimiento, todos lo escuchan de boca del escribano que tienen enfrente. Él se vuelve la voz de los que sobrevivieron y están incompletos de la mente, como él. La violencia está en él, como está en todos. Imagina venganzas, en su mente humilla y tortura, mata y abandona al desasosiego a los que le desagradan; sea el personal administrativo del arzobispado, Pila, Fátima o él mismo y sus delirios (no tan delirantes) de persecución. Su discurso y su flujo de conciencia comienza a ser una representación fragmentada, donde la violencia cabe en cualquier momento, de una sociedad que ha asimilado la violencia. Él se asombra de la insensibilidad que presentan sus interlocutores ante la lectura de las frases más desgarradoras que rescata en su libreta personal, y que a él le perturbaran tanto y, que aquel que recopiló los testimonios pareciera tan entero: [...] frases como Entonces se asustó y enloqueció de una vez o Ese es mi hermano, ya está loco de tanto miedo que ha recibido; su mujer murió del susto también o No son decires sino que yo vi cómo fue el asesinato de él o ésta que tanto me impresionaba y decía Porque yo no quiero que me maten la gente delante de mí, frases que evidenciaban el grado de perturbación mental de los sobrevivientes y el peligro de que tal estado influyera en quienes trabajaban con ellos, que no era el caso de Joseba, quien a todas luces mostraba no sólo salud, sino un temple rezagante, el porte alto, recio, de pecho enhiesto [...] (Castellanos, p. 82) Pronto aquellas frases que le marcan se vuelven parte de su vida, toda experiencia vivida le rememoran una de ellas, como rezos o como gritos de auténtica demencia, el narrador pierde la cabeza (o la recupera) en el reconocimiento de la violencia, mientras que los otros lo han asimilado como parte del pasado. Hay una amnesia colectiva impuesta por el miedo, hasta los mismos testimonios suplican el olvido: “que se borre el nombre de los muertos para que queden libres y ya no tengamos problemas” (Castellanos, p. 144). Y el narrador se vuelve el ignorado, menospreciado y loco vocero de las víctimas del pasado, que repite a donde va los fragmentos de una violencia eterna. Bibliografía: CASTELLANOS M., Horacio. Insensatez. Ed. Tusquets: 2004.
0 Comentarios
Deja una respuesta. |
Archivos
Julio 2015
Categorías |