![]() Por Paul Peña. En 2008 Tomas Eloy Martínez pública la novela Purgatorio, en la que se cuenta la historia de Emilia Dupuy, quien perdió a su esposo, Simón Cardoso, en manos de la dictadura militar argentina, y treinta años después lo encuentra en un restaurante en New Jersey. Este reencuentro, la forma en la que lo perdió y el estar buscándolo, son el argumento de la obra. En esta novela converge la esperanza de Emilia con la necesidad de olvidar y aceptar la muerte que otorga el duelo. El significado que guarda el título es un aspecto importante dentro de esta convergencia, se menciona sobre esto: “La iglesia católica creía que el purgatorio era la purificación que necesitan las almas imperfectas para entrar en el paraíso. […] El purgatorio es una espera de la que no se conoce fin.”[1] Simón desaparece de un momento a otro, furtivamente en manos de la dictadura; su esposa se niega a aceptar la pérdida, aunque haya indicios de que ha muerto. Esta negación y búsqueda de su marido será su estancia durante treinta años en el purgatorio. ¿Por qué estar tantos años buscando al ser amado? La respuesta a esto es la que se narra dentro del texto: la necesidad del duelo. Recuperando la propuesta de Sigmund Freud, de su texto Duelo y Melancolía[2], el duelo es la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción; no es un estado patológico, ya que puede ser superado pasado cierto tiempo. Sin embargo, cuando este proceso no puede desarrollarse normalmente, da lugar a un duelo patológico. Tal caso se puede encontrar, en cierta forma, en la literatura clásica, por ejemplo está Príamo que suplica por el cuerpo de su hijo, ya que necesita realizar el rito fúnebre para que el alma de Héctor pueda ir a Tártaro, pero también necesita realizarlo para despedirse de él. En las dictaduras militares los muertos son algo que se debe ocultar. Los muertos no son muertos, son desaparecidos: si no hay cuerpo, no hay crimen. Acá no hay Dupín que valga. Esto es una guerra, ¿entendés? Si te mato ahora mismo doy la explicación que se me dé la gana. Que te quisiste escapar, que me manoteaste el arma para quitármela, lo que se me ocurra. Acá no tenés nombre, no existís. […] Un desaparecido es una incógnita, no tiene entidad, no está ni vivo ni muerto, no está. Es un desaparecido. [3] ¿Cómo realizar un duelo a un desaparecido? He aquí lo patológico. Emilia pierde el sentido de la vida cuando el paradero de su esposo es una incógnita, no acepta la muerte él, no puede admitir eso ya que no hay cuerpo, no hay unos huesos a los cuales llorarles; debe dejar todo para buscarlo donde sea, cualquier pista es válida. No existe la despedida para un desaparecido, a estos se tiene esperanza de encontrarlos, ya sea vivos, ya sea sin vida, pero hallarlos, y entonces si poder terminar el duelo: Simón está vivo. A los que no estamos metidos en nada no nos van a hacer nada. Yo no he perdido a nadie. Sí perdiste, por supuesto. Vas a pasar el resto de la vida preguntándote por qué tu marido no aparece. Y cuando te convenzas de que ha muerto, vas a preguntarte dónde lo han enterrado. Yo quiero aunque sólo sea besar los huesos del mío.[4] El comienzo de la obra plantea un juego interesante a este tipo de duelo: ¿Qué pasaría si el desaparecido reaparece? Él está ahí, frente a ella, un joven por el que no han trascurrido los treinta años, por el que nada ha pasado. Este reencuentro pertenece al campo de la ficción, la construcción literaria retorna lo que la realidad no puede dar, una ausencia que revive maravillosamente para realizar lo que la verdad negó: una despedida al ser amado que desapareció. [1] Eloy, Tomas. El purgatorio. Alfaguara, Buenos Aires. 2008. pp. 62-63. [2] Freud, Sigmund. Duelo y Melancolía. 1915. Versión web: http://www.herreros.com.ar/melanco/dymfreud.htm [3] Eloy, Tomas. Op. Cit. pp. 40 – 47. [4] Eloy, Tomas. Op. Cit. p. 21.
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Julio 2015
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