![]() Por Gustavo Velázquez Lazcano En un sistema férreo de justicia, donde el mínimo delito —como robar un mendrugo de pan para alimentar a la familia— se paga con una condena de 19 años, surge una de las grandes figuras de la novela francesa: Jean Valjean, el preso 24601. Los Miserables es la obra culmen de Victor Hugo, si bien tiene otras tantas famosas como Nuestra Señora de París. Se ubica alrededor de la insurrección de junio de 1832, en París, durante las barricadas francesas, donde el pueblo parisino luchaba por su libertad y por mejorar su alimentación. La obra está entrelazada por diversas vidas desafortunadas que cruzan sus caminos entre sí —Fantine, Cosette, Marius, Gavroche, Éponine, Jean Valjean, etc.—, sanando algunos y empeorando otros. Página tras página, se encuentra el centro del corazón humano, su núcleo más íntimo y aterrador en su esencia más pura de bondad o maldad, y se aprende a arropar con la compasión aun a los personajes harapientos y mugrosos. Jean Valjean, el protagonista principal, cubre una línea meteórica y accidentada tras el triste inicio de su existencia, cuando es encarcelado por cinco años a causa de haber robado una panadería para alimentar a su hermana y a sus hijos. Pero su condena aumenta hasta los diecinueve años, debido a los repetitivos intentos de fuga. Cuando por fin sale, es marcado de por vida por el pasaporte amarillo que le dan, típico de los ex-presidiarios. Nadie le acoge ni le quiere ver, por temor de quedar manchados o verse defraudados por semejante ralea de la sociedad. Jean Valjean no tiene donde ir y se plantea volver a robar. En sí, él nunca fue malo, pero la sociedad y las leyes lo han hecho hosco y huraño, y propenso a hacer el mal. Es ahí cuando entra Mons. Bienvenue, quien lo hospeda en su casa, le sirve la mesa con la mejor vajilla y le da una habitación digna donde poder dormir. Valjean se siente contrariado en un inicio por la bondad del obispo, pero después nace en él el deseo de robarle la vajilla de plata y salir huyendo con una fortuna. Emprende y ejecuta su cometido, pero es atrapado a pocos kilómetros de allí y devuelto a la casa del obispo por las autoridades, que desean comprobar la versión de Jean Valjean, quien afirma que el obispo le regaló cuanto tiene. Sale Mons. Bienvenue y lejos de reprocharle el hurto, le da su candelabro de plata, alegando que se había ido sin él. Así compra su alma para el bien. Con este acto de caridad, único de cuantos maltratos había recibido durante años, Jean Valjean reflexiona sobre sus actos y se convierte. La novela sigue relatando sus afrentas y las de otros personajes que se le van uniendo, forjando una fabulosa historia. Sin embargo, éste es el suceso clave de la obra: la redención de Jean Valjean. La restitución de sus maldades por actos de caridad. Para llegar a este momento crucial, como se ha visto, bastó un poco de comprensión y afecto, cosas que no recibió cuando fue juzgado para ir a la cárcel, ni cuando —hambriento y pesaroso— salió de ella para buscar un trabajo digno en los alrededores de París. Actualmente, hay muchos Jean Valjean vagando por el mundo. Hombres y mujeres desafortunados circulan por las calles con la marca de su ignominia. Unos roban, otros se mueren de hambre y otros practican oficios de mala muerte. Todos buscan y anhelan una sola cosa: sobrevivir. Sobrevivir un solo día más en este mundo es todo un reto, en especial para los que han tenido las desventajas de venir al mundo en circunstancias menos afortunadas. Conseguir trabajo y llevar el pan a la casa, es toda una faena. Más cuando la sociedad lo ha etiquetado a uno con un pasaporte amarillo de indeseable. Unos pantalones raídos, una camisa hecha jirones y el pelo sucio y desaliñado, pueden significar síntomas de ser malas personas o al menos así se suele pensar. Lo mismo se diga de los jóvenes que usan piercings, tienen rastas y lucen tatuajes. Quien los ve, suele atemorizarse y dejarles paso. Sin embargo, quien ha llegado a pedirles un favor o verlos jugando con los niños, se asombran de lo engañosas que pueden ser las apariencias. Tanto la ropa como el físico, los tatuajes y los accesorios, pueden resultar hoy en día como el pasaporte amarillo de Jean Valjean: son indicadores estereotipados de personas bandoleras o ladronas. Esta falsa o acertada percepción, produce una temerosa sensación que se traduce en gestos torvos o escurridizos. Y esto es lo que se les echa en cara a estas personas. Ésta es la paga de la sociedad: el verse inaceptadas, incomprendidas y apaleadas. De este modo, ellas siguen sumergidas en su círculo vicioso, albergando un gran resentimiento hacia la sociedad. El rechazo es un reflejo habitual que se puede tener ante ellas. Sin embargo, lo inmediato no es signo de lo mejor. Para quien ha leído, escuchado o visto Los Miserables, ya sea el libro, el musical o cualquiera de las dos películas, puede imaginar en cada persona desafortunada o de mala apariencia la figura de Jean Valjean, y comprender que una persona no está maleada de por vida, sino que su actitud depende en gran parte de nosotros. ¿Quién hubiera siquiera esperado que el preso 24601 llegara a ser un respetuoso y venerable alcalde, y construyera una fábrica de abalorios con los cuáles dar empleo a mucha gente? Nadie. Nadie puede calcular las consecuencias de sus buenas acciones; en este caso, de ayudar a alguien. Se tiene el momento inmediato para actuar, para tender la mano, pero no sabemos qué será de aquella persona en el futuro. Jean Valjean limpió y santificó su vida tras un breve acto de amor y comprensión. Pues estas dos virtudes le hicieron creer en la sociedad y en que él mismo podía mejorar. El amor y la comprensión, traducidos quizá en un saludo por la calle o en la preocupación por los pendientes del otro, pueden cambiarle la vida a alguien. Uno nunca sabe. Las buenas obras sembradas hoy, germinarán tarde que temprano. Por eso, hacer el bien sin medida como Mons. Bienvenue, quien vendió y cedió sus posesiones para dar todo el usufructo a los pobres, es la mejor manera de cambiar a la sociedad. Las buenas obras se pueden hacer en todo momento y lugar. Basta con abrir bien los ojos. No se necesita planear grandes proyectos, ni tener grandes ideas. Tan sólo hay que aprovechar cada instante para hacer y devolver el bien. Después de todo, esto ocasionó la redención de Jean Valjean y la de otras tantas personas. Pues el amor basta para redimir a las personas de cualquier trance. El amor brinda humanidad a las dos partes: tanto al que lo da como al que lo recibe. Dar un giro de 360°, una conversión completa, no es nada común ni es lo más fácil que pueda existir en el mundo. Implica un gran deseo, porque no es sencillo dejar atrás los malos hábitos que se han adquirido y trabajar en la consecución de otros que ayuden a vivir de manera honrosa y honesta. Convertirse de jalón implica una gracia especial, una gracia motivada por el amor. Es sabido que los enamorados tienen energías para todo. Por las mañanas y por las tardes, ostentan una brillante sonrisa. Son más esforzados. Les sale todo bien. Son optimistas. Mejoran su temperamento. Nada les cuesta. En fin, cambian de manera radical y se les nota. Por lo tanto, si el amor es capaz de revolucionar el corazón y convertirlo en un motor de carreras, ¿por qué no hacer uso de él para ayudar a los demás? Los momentos en que Jean Valjean se enfrenta consigo mismo para repasar lo que ha hecho y lo que quiere hacer con su vida, son de suma importancia. Dentro de sí, se desata una tempestad que le azota por ambos costados. Por un lado, es una persona mayor maltratada y con resentimientos que quiere devolver mal por mal, y por otro, no quiere formar parte de ese desalmado sistema que se robó los años más preciados de su vida. Está claro que lo mejor es el cambio, pero cuesta mucho desnudarse de la propia piel para esperar a que nazca la nueva y renovada. La lucha que se desata en su conciencia es titánica. Todo lo piensa en torno a sí. Sin embargo, hay algo que inclina la balanza de manera definitiva hacia el bien: la confianza y el amor que Mons. Bienvenue ha depositado en él. El volverse a sentir como persona, despierta en él sentimientos muy humanos que se habían quedado relegados tras múltiples capas de rencor y egoísmo. Así es como Jean Valjean da el paso más importante de su vida: su conversión. Gracias a esa decisión, dará trabajo a muchas personas necesitadas, ayudará a una madre soltera y posteriormente a su hija, y será capaz de sacrificarse en beneficio de la felicidad de los esposos. Mons. Bienvenue jamás pensó en la trayectoria que sería capaz de trazar el candelero de plata que tanto cuidaba su hermana junto con toda la vajilla. Ignoraba lo que sucedería con aquel hombre de rostro temible, y tampoco esperó a que le fuera devuelto. Lo único que supo a ciencia cierta es que ese hombre estaba necesitado de amor y comprensión, y que era hijo de Dios, y le atendió de la mejor manera posible. Se dio sin esperar nada a cambio. Por su parte, Jean Valjean se vio tan impresionado por el ejemplo y bondad del santo obispo, que salió disparado hacia lo mejor. Tiempo después, cuando se entere de su fallecimiento, lo llorará como quien llora la pérdida de un verdadero padre. Un personaje totalmente contrario a Mons. Bienvenue es el inspector Javert. Él sí que no puede tener piedad y menos con su presa favorita: Jean Valjean. La maldad no tiene perdón para él. Más bien, las leyes se tienen que respetar y cumplir a rajatabla. Los crímenes no tienen concesiones. Y no se puede llamar persona a quien ha caído y cometido algún delito. Esta fría concepción de la vida será el motor de sus acciones. Por eso, se la pasará rastreando y persiguiendo a Jean Valjean, porque un ladrón siempre será ladrón, no tiene manera de redimirse. Pareciera que los buenos estuvieran predestinados desde siempre a serlo, al igual que los malos. Sin embargo, una visión tan estrecha como la de Javert, no puede menos que generar resentimiento y rencor, además de un natural temor de quienes conviven con él. Se dice que Javert nació en la cárcel estando su madre presa, pero que desde chico repudió toda pizca de maldad. De igual manera, muchos vienen a este mundo manchado de fango y pueden autonombrarse paladines universales, dispuestos a sacrificar su vida en pos de una vida mejor; pero terminan sacrificando otras tantas vidas a su paso. Por esto, resultó una total bendición que Jean Valjean se haya encontrado con una persona como Mons. Bienvenue, quien le puso más color a este mundo que todos los pulcros y monocromáticos Javert que pululan por las calles.
2 Comentarios
5/9/2014 03:51:07 am
Excelente!!! Simplemente retratas una realidad que a veces cuesta tanto comprender. El Ego a todo lo que da, pero un ego vanamente inflado. Gracias por la reflexión. Un beso y un abrazo!
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Esmeldo Dario Ramirez Posada
31/5/2020 09:23:58 pm
Excelente reflexión este libro me cambió la vida y en especial este pasaje. Es mi libro preferido. Todavía cada vez que me siento a punto de claudicar, me viene a la mente Jean Valjean. Bendiciones.
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PersonajesEspacio en donde los productos de la imaginación de los autores reclaman su autonomía y develan ante el lector las claves de su existencia. Archivos
Mayo 2015
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