Por Mariana Uribe “- Profesor Mambrú, perdone que se lo diga, pero debería peinarse. -Los nidos no se peinan, señor director” Arciniegas. A lo largo de mi vida, he conocido distintas clases de profesores, y aunque, para mi desgracia, no todos eran buenos profesores, todos tenían un rasgo o modo característico que me permite, aún ahora, llevarlos conmigo en la memoria.
De los maestros rudos e inflexibles recuerdo el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre el pecho; de alguna maestra dulce aprendí mis primeras letras, y sé que por otra no tan dulce tengo en el corazón el amor por ellas. Recuerdo, también la risa sarcástica de un hombre bajito y calvo que me llamaba “licenciada” porque se creía ingeniero; pero sobre todo, cuando escucho la palabra “maestro” me viene a la mente un “profe” peculiar que conocí hace mucho años por Pamplona. A mí nunca me dio clases, pero sé de buena fuente que cuando los demás maestros no andaban cerca, el profe Mambrú les contaba a sus alumnos historias de princesas, les hacía oler las flores y la hierba fresca que crece en las tierras aledañas a los reinos. Les hablaba de la vida y se dedicaba, únicamente, a hacer reír a todos, con su didáctica inventada, mágica, con un método de estudios basado sólo en cuentos de final feliz. Dicen que Mambrú tenía un ave llamada Ambrosio viviendo en su sabia cabeza. He tenido profesores que usan corbatas graciosas o que intentan dibujar mapas en el pizarrón que parecen más un garabato que un continente, pero ninguno se compara con Mambrú, él se sostiene de “Ambrosio y se va, se va volando a casa”. Ninguno como Mambrú, que no hace planeaciones ni toma en cuenta los programas de la SEP. Arciniegas, Triunfo. El vampiro y otras visitas. “El profe Mambrú”. Fondo de cultura económica, A la orilla del viento: México, 2007.
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PersonajesEspacio en donde los productos de la imaginación de los autores reclaman su autonomía y develan ante el lector las claves de su existencia. Archivos
Mayo 2015
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