Por Monserrat Acuña Murillo
Usted también, lector, puede ser un hombre del subsuelo. Un individuo marginal, alguien que voluntariamente le da la espalda a la sociedad, un hombre anónimo. Alguien quien antes de tener un nombre tiene una profesión: ser funcionario. El hecho de que la carencia de nominativos no es fortuito, la novela se inscribe en toda una tradición de autores que se ocupan de la deshumanización ocurrida tras la irrupción de la Modernidad: Akaki Akakievich, Ivan Ilich, Gregorio Samsa, Bartleby. Todos ellos fueron hombres del subsuelo. Dostoievski pone en manifiesto un sentimiento que padecerá toda una época. Recordemos que la Rusia en la que escribe es aquella que se está enfrentando a un proceso de industrialización y a las políticas zaristas. El hombre del subsuelo encarna un hecho escalofriante: una vez que se ingresa a juego de sombras de los valores y los discursos propios de la labor de un funcionario público, es imposible salir. El hombre del subsuelo ha perdido su capacidad para convivir en armonía con sus semejantes. Así, durante cuarenta años el funcionario dedicó su vida a las actividades propias de su profesión, rechazándolas e inmiscuyéndose para lograr formar parte de ese grupo. Y aunque haya podido retirarse de la profesión gracias a una pequeña herencia, aún así quedó herido de muerte su sentido de la colectividad. La duplicidad del carácter del hombre del subsuelo es un hecho interesante: por un lado se siente culpable de su situación aunque otras veces se considera víctima de la broma malvada que es la existencia. El hombre subterráneo es alguien que pretende ser abiertamente malvado para así ser amo de su destino; no obstante, su conciencia se lo impide continuamente y fracasa. A veces se considera superior al común de la especie pero al mismo tiempo reconoce lo inútil y perverso de su vida. Estos binomios nos revelan la personalidad ambivalente del funcionario y es esta misma característica la que lo hace girar la espalda a la sociedad y recluirse en su propio juicio y compañía. La obra se encuentra en el punto en donde las fronteras entre Filosofía y Literatura se olvidan. En la primera parte de la novela el hombre del subsuelo expone los problemas éticos implícitos en su trabajo, además de añadir una cuestión a la discusión: él mira desde esa zona oculta donde sólo habita la pobreza y el abandono y donde se encuentran las fracturas de las contradicciones que sustentan al sistema. En la segunda parte “A Propósito del Aguanieve” es posible viclumbrar una serie de situaciones que delinean la vida del personaje. De entre todas ellas es importante recordar su encuentro con la joven prostituta Liza. Esto ocurre mientras corre detrás de sus compañeros, al cruzar una calle se encuentra con la muchacha y siente el deseo de estar con ella. El funcionario decide erigirse como la autoridad moral de la muchacha y emite un discurso sobre los valores y las instituciones sociales que han arruinado la vida de Liza. Liza, por supuesto, se echa a llorar. El encuentro con Liza significa algo más que la oportunidad de tener una compañía, significa también la redención. No obstante, el hombre del subsuelo, hombre cobarde, escapa ante la posibilidad de que Liza pueda conocer su pobreza, tanto moral como económica. Y así es como el hombre del subsuelo, de la misma forma en que le dio voluntariamente la espalda a la sociedad, decide hacer lo propio ante la posibilidad de salvación. Bibliografía Dostoievsky, F. (2006). Memorias del subsuelo. Madrid: Cátedra
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PersonajesEspacio en donde los productos de la imaginación de los autores reclaman su autonomía y develan ante el lector las claves de su existencia. Archivos
Mayo 2015
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