Por Carla María Durán En un castillo construido por las ventiscas de maravillosa belleza y vacías habitaciones habita la mujer que gobierna el invierno y sus tormentas. La Reina de las Nieves se pasea, magníficamente vestida de hielo y pieles, por los cielos del mundo en su carruaje llevando el frío a todas las ciudades, pueblos y campos. Nadie la acompaña en su viaje. La perpetua soledad es su única compañera.
En otras latitudes más acogedoras, ésas en las que el sol de vez en cuando se asoma y las sonrisas nunca escasean, vive Kay. Él es un niño amable que gusta de las estaciones cálidas del año porque puede salir a jugar con su amiga Gerda. Su abuela le cuenta sobre quien gobierna a los copos de nieve que evitan que juegue bajo el sol, el niño amenaza con sentarla sobre la estufa para que se derrita si entra en la casa. Esa noche la reina lo visita, ha llamado su atención, mientras él ve por la ventana aparece de un copo de nieve y lo llama con un gesto de su mano, Kay se asusta y ella se marcha. El corazón, la piel y los ojos de Kay son opuestos a los de la Reina de las Nieves, ella está helada y pese a ello vive, por el contrario el niño es el símbolo de la vida, es la calidez. La reina no puede llevárselo con ella siendo él tan distinto, sin embargo algo le hace el favor de enfriar el corazón de Kay. Al principio del cuento, Andersen narra la invención de un demonio, un espejo capaz de distorsionar toda hermosura acosas repugnantes. El espejo se cae cuando el demonio intenta subirlo al cielo, queda hecho trizas, algunos fragmentos son tan pequeños como un grano de arena. Estos, al ser llevados por el viento, podían insertarse en el corazón o en los ojos de las personas y hacerlos ver la vida tan horrible como si todo estuviera reflejado en el espejo. Un pedacito del maldito artefacto se mete en el ojo de Kay y otro se entierra en su corazón volviéndolo frío. Ahora el niño ya no es tan diferente de la Reina de las Nieves. Una vez que el corazón de Kay comienza a enfriarse su distanciamiento con Gerda es inevitable. El niño que ha interesado a la Reina de las Nieves deja de tener una amiga cerca y su corazón al ir perdiendo calidez se convierte en algo más sencillo de conquistar. Basta con tentar a Kay para que se marche con ella. La tarde en la que él sale a jugar en su trineo la reina pasea en su carruaje, es el más grande y atractivo para amarrar el trineo e ir más rápido. Kay sucumbe ante la tentación de ser halado por el carruaje de la Reina de las Nieves. Se lo lleva hasta el cielo y una vez lejos de la ciudad lo sienta a su lado, lo cubre con sus pieles para que no tenga frío, besa su frente una vez y termina de enfriarle el corazón, lo besa de nuevo y se olvida de todos a quienes deja en casa. Ya no viaja sola por los cielos y las vacías habitaciones de su castillo ahora tendrán un niño para que las habite. Es él quien cambiará su desierta vida. La Reina de las Nieves se roba a Kay porque le ama. Su altanero comentario sobre sentarla en una estufa pudo ser lo que la hiciera voltear la mirada hacia el niño y al observarlo acompañar a Gerda en sus juegos la enamora. La reina no ignora que un corazón cálido como el de Kay no puede vivir dentro de unos aposentos de hielo ni acompañarla mientras lleva vientos helados por el mundo. La resignación se habría apoderado de ella si la suerte no hubiera llevado pedacitos del espejo al interior de Kay. Ya puede ser como la Reina de las Nieves, casi le hace un favor a llevárselo a un entorno donde todo está tan congelado como su corazón. El cariño que siente la Reina de las Nieves por el niño nace de su soledad y esa es la razón por la que es un amor egoísta. La reina cree hacerle un bien al permitirle vivir con ella, él está helado, pertenece a su mundo. Pero al terminar de congelarlo y concederle sus caprichos una vez viviendo en su palacio, lo que logra es atarlo, evita que recuerde cómo era su vida antes y a quienes amaba. No le da la libertad a Kay de elegir si la ama. Kay considera que se encuentra en el lugar más maravilloso del mundo por poseer las atenciones de una reina hermosa, pero es el espejo el que no lo deja ver lo vacío y helado de toco cuanto le rodea. Cuando ve por primera vez a la Reina de las Nieves a través de su ventana le sorprende que aun vestida de copos y con la cara tan blanca, viva, le provoca miedo. Después del beso ya no puede percibir el frío, todo lo que venga de ella es precioso para Kay. Si la Reina de las Nieves se hubiera llevado a Kay por crueldad no habría esperado a poderlo hacer su semejante. Lo habría subido al carruaje por la fuerza, hubiera procurado mantener el calor en cuerpo del pequeño para que sufriera en el frío del castillo, no hubiera sido libre de vagar por las habitaciones, habría estado confinado a un calabozo, no le hubiera prestado sus pieles ni consentido sus deseos. De haber tenido intenciones crueles la reina no habría escatimado en horrores para el pequeño. Pero ella es paciente, tiene ventaja gracias al espejo, espera al momento para convencerlo, llevárselo poco a poco. Una vez con ella es excesiva en sus cariños. Ciertamente un amor egoísta puede ser cruel, sin embargo es por el apasionamiento del amor que se cometen barbaridades. Y un amor desesperado, sembrado en la soledad no conoce leyes. La Reina de las Nieves no ve que Kay le pertenece a Gerda, en el momento en que el corazón del niño se va congelando lo toma como suyo. La reina está cegada para ver que el frío no es su naturaleza, quien ama ya es como ella, lo quiere y siente el derecho de tomarlo. La Reina de las Nieves actúa por un amor desmedido hacia Kay, un apasionamiento nacido por la extenuación que le provoca su soledad. No es un personaje cruel, es un personaje incapaz de ver más allá de su deseo inocente de terminar con su aislamiento. Ella tiene la simple ilusión de contar con alguien de piel, corazón y ojos helados como los suyos. La mujer que gobierna las heladas, quien es dueña del invierno, habita un magnifico palacio de hielo. Pasea los cielos en un fabuloso carruaje blanco dejando caer copos de nieve. Se ocupa en que las personas de todo el mundo sientan frío, de helar sus ventanas, se esmera en hacer inviernos inolvidables para olvidarse que alguna vez hubo un niño encantador con un corazón helado como el de ella quien podría estarla acompañando en esos momentos. Andersen, H. C. (1997). La Reina de las Nieves. (G. Raebel, Trad.) León, España: Everest. Andersen, H. C. (s.f.). Ciudad Seva. Recuperado el 7 de Eenero de 2015, de La Reina de las Nieves: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/euro/andersen/reina.htm Andersen, H. C. (s.f.). The Literature Network. Recuperado el 7 de Enero de 2015, de The Snow Queen: http://www.online-literature.com/hans_christian_andersen/972/
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