![]() Por Gustavo Velázquez Lazcano Honoré de Balzac fue una de las grandes lumbreras de la literatura realista francesa. Es el mago de los retratos parisinos de su época, retratos cargados de injusticia y de marcadas diferencias sociales —como los hubo durante la revolución industrial—, pero retratos que ocasionaron el nacimiento de grandes escritores, defensores y paladines de los derechos humanos, como Dickens y Balzac. La obra de Balzac, la Comedia Humana, es extensísima. Está compuesta por cerca de ciento cuarenta y nueve obras, cincuenta y siete incompletas. Es una obra modelo, en cuanto a que crea a su propio París. Hombres y mujeres de sus novelas navegan de una a otra, aderezando la trama de muchas y siendo los protagonistas de otras. Claro ejemplo de esto es Vautrin, el pícaro bribón que siempre está husmeando y metiendo sus influencias por todos lados. Sin embargo, pese a que hay personajes que resaltan por su astucia, perspicacia o temperamento, uno de los personajes cúspides de su literatura es Papá Goriot, quien, a vistas de los demás, resalta por su idiotez. Papá Goriot es un comerciante menudo venido a menos y apaleado por la vida. Durante su juventud, fue el terror del comercio y desempeñó una actividad comercial sagaz e incomparable, aprovechándose de la escasez general y adueñándose de una fábrica de fideos. Sin embargo, el Papá Goriot que Balzac representa al inicio de la obra homóloga, es un completo idiota, enajenado de la realidad hasta el punto de comer mecánicamente y no advertir si le han quitado su plato de sopa. Cuando uno avanza las páginas y el protagonismo se lo va quitando Eugene de Rastignac, un joven de provincia que ha llegado a París para ser alguien importante en la vida, Papá Goriot sigue siendo el mismo. Nadie le toma en cuenta. Y si alguien se apiada de él, él parece ignorarlo. A lo largo de la novela, ocurren hechos curiosos, donde hay fracciones de minutos en que se advierte un Papá Goriot audaz y optimista. Conforme uno se acerca a la mitad, advierte la causa del derrumbe emocional y económico de Papá Goriot: sus hijas. Papá Goriot fue un hombre totalmente entregado a su familia. Idolatraba a su esposa y adoraba a sus dos hijas. Cuando su esposa fallece a temprana edad, pasa toda su atención a lograr la felicidad de sus hijas, comprándoles cuanto ellas deseaban. Cuando llegan a la edad casadera, les busca un buen porvenir y las casa con un banquero y un noble, otorgándoles una dote suculenta. Papá Goriot las visita con frecuencia, pero no cambia sus humildes hábitos de vida, cuestión que preocupa ardientemente a sus nueros. De modo que ambos lo terminan desterrando de sus respectivas casas, y sus hijas, para no desairar a sus maridos, consienten en sus decisiones. No obstante, Papá Goriot siempre estará ahí para cuando lo necesiten sus hijas, prioritariamente para copar sus necesidades económicas, pero, sobre todo, sus vanidades. La historia continúa, pero sigue siendo tristísima de raíz. El amor omnipresente de un padre termina siendo pisoteado por sus seres queridos, quienes no han visto el amor que invirtió para mantenerlas socialmente bien posicionadas, sino que tan sólo lo ven como un banco o una especie de Joker con el cual pueden cubrir sus necesidades y satisfacer plenamente sus deseos. Sin embargo, lo realmente triste no es la historia de Papá Goriot, sino que esta historia es real: los papás se matan en el trabajo por sus hijos y ellos no lo ven. Los padres procuran que sus hijos tengan cuanto ellos no tuvieron. De forma que trabajan incluso turnos dobles u horas extras para rellenar los vacíos que puedan surgir. Así expresan su amor: trabajando. Quizá no puedan acompañar a sus hijos en la casa o lleguen muy cansados como para atenderles como merecen, pero sí se encargan de llevar el pan a la casa y de consentirles sus gastos a sus hijos. Son padres que trabajan por la supervivencia de sus familias. Padres de familia que quizá no se han dado el tiempo de ser papás de tiempo completo, porque el trabajo tan sólo llena los bolsillos de la familia, pero no los corazones. Hay muchas formas de amar y la compensación económica no es la mejor de todas. Es un alivio saber que la familia no se morirá de hambre, que los hijos gozarán de una buena escuela, que vestirán ropa decente, que pueden darse algunos lujos como ir al cine o a comer. Sin embargo, ¿qué puede hacer un corazón que sólo recibe dinero? Apegarse a él, resultándole que la vida es fácil. Un corazón así aprende a gastar, pero no a ahorrar. Aprende a gastar el esfuerzo de sus padres, el trabajo de sus maestros, la amistad de sus compañeros; en vez de irlos ahorrando, almacenándolos en el corazón, en el baúl de los buenos recuerdos, para invertirlos después en buenas obras. Por lo tanto, no basta con llevar dinero a la casa. Lo más indispensable de los papás es llevarles amor a sus hijos. Eso sí que llena las necesidades de niños, adolescentes y jóvenes, y suple con creces las carencias de dinero o las crisis económicas que se puedan afrontar. Porque el amor es expansivo en sí mismo. Expande las facultades, las necesidades, el tiempo y las buenas obras. El amor es lo más grande que se puede llevar a la mesa y al bolsillo. Es una moneda invaluable de continuo uso. Sin ella, se sufre desnudez, soledad y hambre. Papá Goriot amaba extremadamente a sus hijas. Quien ha leído la obra puede constatarlo. Inclusive podríamos afirmar que nadie lo ha hecho mejor. No obstante, le faltó más esfuerzo a su amor. Satisfacer las necesidades económicas de los hijos es de lo más fácil. Es una manera fácil y sencilla de creer que hemos hecho algo por ellos. Sin embargo, lo barato sale caro. No se puede arreglar el mundo con economía, porque sus necesidades son diversas. Los corazones son ambiciosos y requieren cada vez más. El alpinista que logra una conquista no se contenta, sino que busca superarse, y el empresario que logra un buen negocio, busca otro mejor. De forma que, quien recibe dinero, quiere más. Sin embargo, el amor sí es capaz de llenar las necesidades del corazón y de brindarnos felicidad. Una felicidad que no caduca con la última moneda que cambiemos, sino que perdura en los recuerdos y en los momentos difíciles. Todos creían que Papá Goriot era un idiota, y lo fue hasta cierto punto. Pero lo cierto es que lo fue por intentar llenar el hueco de sus hijas, su orfandad de madre, de una manera incorrecta: con riquezas. Él tenía todo lo que un burgués podía desear y lo puso a disposición de sus dos mejores tesoros. Sin embargo, se olvidó de lo más importante: de acompañarlas y hacerles saber que las amaba con su presencia y consejos más que con sus regalos. Muchos le pueden considerar idiota por aventarse a amar y sufrir la desilusión del amor. Sin embargo, quien lo analiza a fondo, no puede menos que admirarlo por entregarse con pasión al amor, aunque fuera de una manera equivocada. Amar es apostar por la felicidad del otro sin tasa y sin medida, con el corazón abierto. Es realizar lo imposible y sabernos capaces de más. Sin embargo, amar no es coaccionar, sino un apuesta. Él se aventó a realizar la transacción más fuerte de su vida: invirtió todo sus esfuerzos en la formación y felicidad de sus hijas. Su acción es totalmente admirable y dignísima de respeto. No siempre se ve a alguien por la calle que renuncie plenamente a sí mismo para realizar al otro, en vez de buscar su propia realización. El amor que se entrega sin esperar nada a cambio, es pleno. Sin embargo, no todas las inversiones son buenas. Del amor verdadero, nacen acciones verdaderas, profundas y duraderas. Y de estas acciones, inspiradas e impulsadas por el amor, surge la correspondencia. Un padre benévolo es capaz de conmover a un corazón de piedra. Sólo se necesita que su amor sea disparado en dirección al corazón de sus hijos y no en dirección a sus bolsillos o a su vanidad. El amor enajenante es malo si desecha todas nuestras habilidades, si aplasta nuestros deseos. Está bien darnos plenamente a la otra persona, pero también es necesario que nos sepamos dar nuestro lugar, pues quien no se respeta, difícilmente sabrá respetar a los demás de la mejor manera. Quien ama, se tiene que hacer digno y merecedor de amor, pues el amor enajenante aplasta nuestra personalidad, como a Papá Goriot, quien se convirtió de un empresario emprendedor y sagaz en un inquilino idiota al que todos tienen licencia de molestar. Por lo tanto, hay que saberse dar el lugar. Inclusive si se busca lo mejor para la otra persona, es necesario darle lo mejor de nosotros mismos; no hay por qué arrebujarnos en la timidez o en la minusvaloración. Dejarnos idiotizar por la persona amada, es una manera fácil de creer que amamos sin medida. Porque tanto llegamos a idealizar, que hacemos mucho o nada, pero en un estado de inframundo. Por eso, la idiotez de Papá Goriot nos es sumamente beneficiosa. Gracias a esta obra de Balzac, advertimos los escollos que hay detrás del amor. Descubrimos que el amor enajenante y la paga constante de dinero, no son lo que verdaderamente desean los seres amados, porque ni siquiera les llega al corazón. Las hijas de Papá Goriot sí son frívolas y vanidosas, pero son producto de la sobreprotección de su padre. Se les puede odiar o aborrecer a lo largo de la obra, pero, en realidad, ellas no han aprendido a amar. Son unas niñas grandes que lo único que saben es abrir la boca para pedir comida, ropa y joyas. Piden, piden y piden, pero no dan. La rivalidad entre ellas por destacar en la alta sociedad puede llegar a resultar cómica y trágica, porque su padre está a años luz de sus inquietudes y preocupaciones. La idiotez de Papá Goriot es contagiosa. Aún quienes no se sienten apocados en su personalidad, pueden incurrir en ella. Porque si se cambia el amor paterno por el dinero, en realidad, se realiza un empequeñecimiento del corazón de los hijos. Quizá no todos caigan en esta triste realidad, pero sí lo hará una gran mayoría, víctima de la falta de atención, que desbocará sus sentimientos en olvido o menosprecio de sus padres. Por lo tanto, se puede dictaminar que la idiotez de Papá Goriot no consiste en aventurarse a amar, sino en amar de la manera equivocada. Si Papá Goriot hubiera suplido el amor de su difunta esposa con el doble de amor presencial hacia sus hijas, otra obra se hubiera escrito, una muy diferente a la grotesca fotografía que nos ofrece Balzac, pero no habría servido como base para esta interesante reflexión de cuanto ya había advertido Balzac en otros tiempos.
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PersonajesEspacio en donde los productos de la imaginación de los autores reclaman su autonomía y develan ante el lector las claves de su existencia. Archivos
Mayo 2015
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