Por Héctor García
Te dispones a escribir un cuento en el banco porque ¿de qué otra manera podrías pasar el tiempo? Además, en la revista te han pedido que escribas el artículo que te toca como cada semana. O podrías, como la persona que está por delante de ti, encabezar el movimiento revolucionario que derrocará a las altas esferas del banco y que terminará por devolverles el valiosísimo tiempo que han perdido en la fila. ¿Por qué no? También estás enojado, encabronado, emputado, frustrado, cansado, sudado. Te duele la cabeza por culpa del calor que se acumula en la sucursal y que afuera derrite el pavimento y el asfalto, pero ¿por qué no haces nada? A lo mejor es porque te molesta más la actitud de la señora: la gorda que no hace más que quejarse en voz alta, casi grita; molesta porque el cajero sólo avanza a los clientes del banco, espera a que haga el siguiente llamado para meterse en la fila y al finalizar, ante la incredulidad de la gente, el cajero opta por hacer válido su turno. El cliente que seguía voltea a todas partes sin encontrar a quien pueda darle una respuesta. Sigo de pie, con mi libreta en mano y en espera de mi turno; mi camisa, empapada, se adhiere a la piel. Mi garganta se seca y en mi cabeza aumenta el dolor. Parece que mis cuerdas vocales dejarán de funcionar en cualquier momento. Pienso que saliendo de aquí podría cruzar la calle y meterme en el bar que está frente; una cerveza lo arreglaría todo; Leyendo a Hemingway no puedo menos que sentir envidia; todo estaba tan bien. Bastaba con pasear, hacer un poco de hambre y comprar unos libros para después entrar en el Lipp a comer y beber: “Pedí un distingué, que era una gran jarra de cristal con un litro de cerveza, y una ensalada de patatas. La cerveza estaba muy fría y era un gusto beberla.” Sí, todo estaba muy bien. Los personas siguen avanzando, casi se acerca mi turno y yo sólo puedo pensar que “Las pommes a l’huile eran de pulpa firme, marinadas en un delicioso aceite de oliva. Las sazoné con pimienta, y las comí con pan mojado en el aceite. Después de beber el primer largo trago de cerveza, seguí bebiendo y comiendo muy despacio.” Y que basta tan sólo una ola de calor, un mal día perdido en el banco y un antojo (que no se quita) de cerveza, para que pueda escribir el artículo que me toca en la revista.
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El sabor de las letrasEsta sección se encargará de analizar la presencia de los elementos gastronómicos y culinarios en la literatura. Archives
Mayo 2015
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