por Monserrat Acuña Murillo ![]() Poco puede ser dicho de alguien que decide tomar la sopa con tenedor. Después de un leve respingo quizás venga el momento del adjetivo: un idiota, a lo más, un extraño. Es evidente que la cuchara y el tenedor pertenecen al grupo de objetos que convencionalmente han sido elegidos para acompañar a la acción de alimentarse, del mismo modo, es indudable que éstos no son iguales, no sólo en sus funciones sobre la mesa, sino en su relación con el ser humano. Por un lado, está la cuchara, su forma cóncava nos recuerda la silueta del seno de una madre cuando amamanta. La cuchara es maternal, pues ya sea tomando la sopa o devorando un postre, la cuchara siempre será símbolo del calor y el dulzor característico de la infancia. Imaginar un avioncito cargado de papilla que cruza los cielos sólo para aterrizar en la boquita de un bebé es posible en la medida de que este avioncito sea una cucharilla que por su forma redonda nunca dañará con el contacto. Del otro lado está el tenedor. No es coincidencia que en la lengua portuguesa reciba el nombre de garfo, pues igual que la ausente mano del pirata el tenedor está hecho para pinchar. Es el cómplice que sostiene a la indefensa carne mientras el cuchillo la cercena. El tenedor nos remite a alimentos salados, a aquellos que deben ser atravesados para llegar a la boca. Su uso requiere una precisión que de no lograrse causaría daño fácilmente: sus terminales en punta hacen que no sea seguro para un niño que coma con tenedor sin un serio riesgo de lastimarse; el tenedor es signo y parte de la adultez. Por eso, la misma distancia que hay entre la dulzura cálida de lo materno y la sensualidad candente de la edad adulta que se acostumbra a pinchar, es la misma que separa al tenedor de la cuchara. Dos utensilios que no suplen el uso de las manos sino que perfecciona nuestra relación con todo aquello que para alimentarnos nos llevamos a la boca. Guardan un halo de misterio que se desvela al usarlos, pero que reservan a cada tiempo una particular manera de hacernos despertar a la necesidad de reposición que salvamos con cada alimento. Nuestro modo de estar en el mundo también se confirma en esa inseparable dualidad. Bibliografía recomendada: Tournier, Michel, El espejo de las ideas, Madrid: Acantilado, 2009.
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El sabor de las letrasEsta sección se encargará de analizar la presencia de los elementos gastronómicos y culinarios en la literatura. Archives
Mayo 2015
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