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DE MOLE, ATÙN Y SERIES INGLESAS

17/1/2015

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Por Lucía Rábago Canela

Aventurero, osado, ridículo. Asqueroso, incluso. Así es como normalmente es visto alguien que se atreve a experimentar con alimentos que, en teoría, no hacen ningún sentido.

Maridajes exóticos provenientes de las imaginaciones más vívidas, o de felices accidentes, resultan en platillos inesperados, que, aunque son muchas veces desagradables, en otras ocasiones, cuando las estrellas se alinean y las musas de la gastronomía deciden hacer de las suyas, el resultado es un sabor completamente nuevo, no sólo disfrutable al paladar, sino que nada menos que asombroso.

Un caso clave para ejemplificar las brillantes creaciones previamente mencionadas, es desde luego, la curiosa historia del origen del mole poblano. Éste tradicional platillo mexicano tuvo su origen en tiempos de la Nueva España,  alrededor del año 1700 cuando las monjas encargadas de la cocina en el convento de Santa Rosa de Lima, en el estado de Puebla, tuvieron que improvisar un manjar en honor al virrey, quien iba a hacer una visita al lugar.

Desprovistas de los ingredientes necesarios para la elaboración de cualquier manjar conocido, las religiosas hicieron una pasta en la que combinaron cuidadosamente dieciocho ingredientes distintos (entre los que cabe mencionar varias especies de chile seco, pasta de almendras, cacao y tortillas quemadas) hasta llegar al platillo sublime que conocemos hoy en día.

Al conocer historias como la anterior, una duda se despierta. ¿Es posible, en medio del caos que representa nuestra realidad actual, elaborar platillos innovadores a partir de ingredientes que tradicionalmente no tienen nada que ver? La respuesta es desde luego afirmativa.

Tan sólo hace un par de semanas tuve la fortuna de probar un platillo sin precedentes en una cena maridaje. El alimento en cuestión consistía en una especie de ceviche de atún fresco cuidadosamente colocado sobre una base crocante de ralladura de papa frita, (que ahora que recuerdo, tenía un ligerísimo tinte a naranja amarga) y se acompañaba de una salsa de maracuyá y aguacate.

 Si antes de probarlo me hubieran cuestionado acerca de la armonía entre los ingredientes del platillo, probablemente habría dicho que eran alimentos de mundos distintos. Que un pescado tan majestuoso y fuerte como el atún nada tenía que hacer con una fruta electrizante como la maracuyá. Habría cometido un gravísimo error al hacer esa afirmación. Ese platillo es, hasta la fecha, lo más delicioso que he probado en la vida.

Entonces me pregunto si quizás fue en la idea de las felices (y aparentemente imposibles) coincidencias gastronómicas en la que el escritor británico Steven Moffat se basó para escribir la premisa con la que comienza el primer capítulo de la quinta serie del memorable programa de la BBC, Doctor Who.

En dicho capítulo, al Doctor, en su onceava regeneración, le da un gravísimo ataque de hambre, y tras explorar y rechazar tajantemente una cantidad vasta de alternativas (desde manzanas hasta frijoles refritos, pasando por tocino frito y yogurt) el legendario Doctor decide que su nuevo platillo favorito consiste en la imposible combinación de dedos de pescado bañados con natilla.

A lo largo de las tres temporadas en las que el Doctor es encarnado por el actor británico Matt Smith, la preparación de dedos de pescado con natilla es, definitivamente, el manjar con mayor cantidad de apariciones en la historia de la legendaria serie. Lo anterior ha suscitado dudas considerables entre los televidentes adeptos al canon británico de SciFi. ¿A qué saben los dedos de pescado con natilla? ¿Serán acaso algo exquisito, como lo plantean en la serie?

Sin más, me despido dejando las dudas al aire. ¿Quién sabe? Quizás y la curiosidad por responderlas derivan en alguien creando el nuevo platillo del siglo.

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