por Andrea Domínguez Saucedo ![]() Cierra los ojos y piensa en tu infancia; las personas, los olores, sabores, texturas, sonidos y colores ¿cómo suena y a qué huele? ¿a qué sabe? Ahora, piensa en un niño con la sonrisa más sincera que existe en el mundo, esa que es más grande que su pequeño rostro y está embadurnada en caramelo, es claro, la infancia tiene el sabor del azúcar. El nicaragüense, Rubén Darío habla del tiempo en el cuento “El caso de la señorita Amelia” y plantea la posibilidad de detenerlo a través del recuerdo. El personaje que cuenta su anécdota dentro de la historia es un elegante e ilustrado doctor al que nombra como Z. Éste narra su experiencia entre las tres hermanas de la familia Revall en Buenos Aires. A pesar de que el Doctor enamoraba indistintamente a las dos hermanas mayores, era Amelia, la menor de las tres con apenas 12 años, quien encendía el corazón del doctor; pues éste había quedado enamorado de la inocencia y pureza de la pequeña, quien lo recibía con emoción genuina diciendo: “¿Y mis bombones?”. Y es que es fácil recordar la infancia comiendo el caramelo favorito, y pensar en lo dulce del tiempo pasado, en ese en que se prefiere comer golosinas y chocolate antes que un café cargado por las mañanas. Para Amelia el tiempo se detuvo, y años más tarde, cuando al doctor la edad le cobraba en el atractivo, la dulce niña de 12 años aún pedía sus bombones. Hay una relación fundamental ya que lo dulce siempre se liga a la infancia, mientras que la sal a la vejez y la sabiduría. Comer dulces es un retorno a lo materno y una vuelta a lo impúber. Así como el azúcar conserva las frutas, del mismo modo, el hermoso recuerdo de los bombones conservó a Amelia en una infancia perpetua.
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Por Carla María Durán
La hora de la comida comienza, ¿qué desea usted de beber? ¿Qué brebaje tendrá el honor de acompañar sus alimentos y acentuar sus sabores? El líquido que consumimos en cualquier comida es tan importante como el plato principal, si no lo fuera, el hombre se habría conformado con beber agua, se hubiera evitado el esfuerzo de fermentar las uvas o de hacer del maíz una bebida para acompañar tamales. Lo que un personaje elige para tomar puede definir en dónde se encuentra parado, cómo ve la vida. El que toma el café negro, goza de la sustancia sin alteraciones, el que le pone azúcar le da un toque dulce a la amargura y quien le añade un lácteo regresa a la ternura materna de la primera infancia. Decidir sin vacilar qué bebida se quiere y cómo deberá de estar preparada, es una muestra de seguridad. En Las Batallas en el Desierto sucede una declaración de amor tierna y apasionada. Carlos, desesperado por un sentimiento que le presiona el pecho, huye de escuela a confesarle sus afecciones a Mariana, la madre de su amigo Jim. Es el niño valiente que va a decirle a su amada lo que siente, pero la amada ya es una mujer y él, aun con el coraje propio de un hombre, es solamente un niño apenado por un sentimiento que le pesa. Mariana es una mujer tierna, se preocupa por la agitación con la que llega Carlos a verla. Le interesa saber qué le pasa y que se calme. “¿Por qué andas tan exaltado? ¿Ha ocurrido algo en tu casa? ¿Tuviste un problema en la escuela? ¿Quieres un chocomilk, una cocacola, un poco de agua mineral?” (Pacheco, 2011) El ofrecimiento de las bebidas pasa por alto, Carlos no acepta ninguna de las tres opciones. Ni un chocomilk, ni una cocacola y menos una burbujeante agua mineral pueden apaciguar su mal de amores. Pero además, ninguna de las tres bebidas le va bien a quién es y a lo que está haciendo. Carlos le declara su amor a una mujer. Pero Carlos es Carlitos, es un niño. Mariana le ofrece un chocomilk al niño. La leche, la nutrición maternal por excelencia; el chocolate la golosina favorita de los infantes, en conjunto: la bebida de la inocencia, la bebida del infante. En lo que respecta a edad, Carlos tenía la talla para ese chocomilk. El niño, con el valor de un hombre le dice a Mariana está enamorado de ella. El hecho es digno de convertirlo en un adulto y pese a su edad la aburrida agua mineral pudo estar a la altura de Carlos. ¿Pero cómo engañar al tiempo? Sigue siendo un niño frente a una mujer de veintiocho años. La diferencia es tan grande que Carlos se puede ahogar en el agua mineral. Carlos pasa a ser un muchacho al declararle su amor a la madre de su amigo. No, porque si no se puede engañar al tiempo en lo que respecta a cantidades mucho menos en actitudes. Se apena de sus sentimientos, teme por lo que ella va a pensar de él, se disculpa de lo que le va a decir. No es un joven enamorado que no ve más allá de su cariño por Mariana, es un niño que sabe de lo inusual de su sentir. “Porque lo que vengo a decirle ⎯ ya de una vez, señora y perdóneme⎯ es que estoy enamorado de usted.” (Pacheco, 2011) Carlos no puede elegir una bebida al confrontar sus afectos porque es un niño jugando a ser hombre, no engaña al tiempo por cómo declara su amor. Pero el hecho es que Carlos no está parado en piso firme para que la bebida defina si su sustancia es la del niño, la del joven o la del adulto. Es mejor que no elija, que la pregunta se quede en el aire, que desaparezca en las demás palabras de Mariana, es demasiado pronto para que Carlos crezca o se quede niño solamente por saborear un chocomilk, una cocacola o un agua mineral. Sin edad no se puede tener una bebida para aplacar la sed en el desierto. BIBLIOGRAFÍA Pacheco, J. E. (2011). Las Batallas en el Desierto. México: Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos . |
El sabor de las letrasEsta sección se encargará de analizar la presencia de los elementos gastronómicos y culinarios en la literatura. Archives
Mayo 2015
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