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OCULTO EN LAS SOMBRAS

15/10/2014

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Por Héctor García

Terminado el concierto, los aplausos no se hicieron esperar. La multitud permaneció de pie unos minutos y tras cerrarse el telón todos salimos con la firme idea de culminar el día rendidos sobre el colchón.
    El viento fresco había disipado las nubes de la tarde por lo que la amenaza de lluvia se había esfumado con ellas. Decidí caminar dándole la espalda a la gente que buscaba tomar el transporte para regresar a sus casas. Las calles vacías, cada vez más silenciosas, permitían oír el silbido del viento que apartaba los murmullos de la multitud. La luz de los faroles hacían visible una neblina que el aire juntaba haciéndola cada vez más densa. La temperatura descendía con cada paso. Frente a mis ojos,  y con cierta violencia, una sombra se desprendió de un callejón que estaba por delante de mí.  —Debió tomar un atajo—pensé haciendo un cálculo de las cuadras a las que nos encontrábamos del auditorio. Exhalé asustado por la irrupción de su presencia. Dejé escapar vaho por mi boca; metí mis manos en las bolsas de la gabardina imitando a quien hacía unos segundos se había integrado a mi camino. Reduje mi velocidad al sentir que tomábamos la misma dirección. Traté de examinar sus movimientos, me era difícil  imaginar sus aspecto; la niebla se tornó más  densa impidiéndome  distinguir alguna marca o rasgo particular de su ropa. Apenas le veía la espalda y el vaho que dejaba escapar por la baja temperatura, bien podría haber sido humo pero no percibí olor a tabaco.
    Por alguna razón, sin dejar de sentirme contrariado, desvié mi camino de origen, aquella sombría figura me había envuelto en su misterioso andar tan solitario como el mío. Tenía impregnada en mí  la necesidad de saber hacia dónde se dirigía no importando si descubría hasta dónde era capaz de llevarme la curiosidad; la intriga. Si por azar lo hiciera, fácilmente tomaría otra dirección. La piel de mis manos, sensible a las bajas temperaturas, comenzó a desquebrajarse; extraje el último cigarro de la cajetilla y mientras lo encendía vi cómo aquella sombra apresuraba más su paso. Está impaciente por llegar me dije.
    Lo seguí aumentando también la velocidad para no perderlo entre la niebla tratando de no hacer movimientos que le permitieran advertirme o que pudieran perturbarlo. Iba cada vez más rápido; trotando, corriendo. Por inercia, ambos nos vimos inmersos en una carrera en la que, al menos yo, no asomaba un fin. Aún detrás de la densa niebla distinguí aquella sombra alargando uno de sus brazos mientras se adentraba al callejón. Parecía como si empuñara un arma. Fui tras él esperando resolver pronto el enigma. Sentí la mano más fría, la palma helada una vez que el tabaco había terminado de consumirse.
    Observaba, desde el filo del callejón, un punto parpadeante, una diminuta llama incandescente se desprendía con la sombra de aquella obscuridad; temblaba, suplicándome que soltara el revólver, el cigarro se mantenía inseguro sobre sus labios, no paraba de suplicar; disparé.

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