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LA ÉPOCA NEGRA DE MANUEL S.

8/10/2014

1 Comentario

 
Por Mariana Uribe
Aún no amanece, y el Perro Negro ya enciende un tabaco en la oscuridad.
Se ha sentado al filo de la cama, adivino desde lejos su silueta —desgarbada, desvaída, deforme—.
Lo imagino revolviendo con la mano los mechones de pelo azabache que caen sobre sus hombros.
Observo la naturalidad con que mantiene el cigarrillo entre sus dedos firmes. Alcanzo a oír la chispa que lo enciende.
Y crujen y rechinan sus pulmones henchidos de humo negro. Veo las nubes pluriformes jugar con los hilos de luz blanca que escapan por entre las cortinas rasgadas de su habitación.
Entonces me siento a ver cómo su casa se torna calle.
Se oscurecen poco a poco las paredes hasta volverse muros lóbregos de callejón sin salida. Se vuelven acera sus sábanas nejas.
Se levanta de la cama y se hace luz con el sonido del interruptor, como la luz de la luna que resplandece en lo alto. Bate la cola y aúlla al cielo.

Luna, no te vayas nunca.

Flaco, sucio, ojeroso, con la cabeza gacha.
Y los ojos tristes. Aunque hermosos, ausentes; como piedras ámbar, enmarcadas por dos espesas cejas negras.

Luna, no te vayas nunca.

Fuma, fuma y le enseña los dientes a la aurora.
Ni revolucionario ni rebelde con causa. Fuma el Gran Perro Negro hasta que sale el sol; papel amarillo maltratado por el tiempo.
Sin razón de ser.
Miente la facha de aventurero.
Mienten sus pasos cansados y su mirada en el horizonte. No anda en busca del límite del mundo. Nomás’ arrastra las patas por el asfalto caliente.
Triste e inevitablemente consumido por los vicios que procura como cura contra sus propios demonios y culpas.
Digno de admirar. Digno de temer.
Y sin afán de reconocimiento va el Perro caminando por entre los pies de las personas. Sin dueño ni destino, como una sombra. Disfrutando la caricia muerta de las manos caídas de los transeúntes.

Mientras, termina el tercer acto y hay aplausos. Risas. Bravos.
“La época dorada de Manuel Sasia bajo la luz del reflector”
El sudor bajando lentamente por su frente, las gotas saladas le recorren el cuello. Se ha convertido en héroe, en amante, en dios.
[…]Pero yo, que lo he visto rogarle a un hombre por un trozo de carne, que lo he visto arrastrar las patas y golpear los muros con la cara, que lo he escuchado noches enteras rechinar los dientes, que he dormido sobre la cordillera helada de su espalda; yo que le he lavado la sangre del rostro, le llamo Época Negra a las horas —entre los aplausos y la aurora— en que el Gran Sasia es más perro que artista.
“¡Miren al actor convertirse en bestia!” Y despertar sobresaltado a mitad de la noche. Escúchenlo deambular por la casa, sin poder volver a dormir hasta haberle reprochado a la Luna sus olvidos.
Fuma tabaco tras tabaco y sobre mi pecho: muere.

Luna, no te vayas nunca.
Pido, cuando lo acompaño en sus ruegos.

1 Comentario
Óscar Farias
8/10/2014 02:06:52 pm

La autora solicitó la cancelación de ésta publicación por favor no se lo permitan exelente poema

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