GACETA LENGUAS Y LETRAS
  • INICIO
  • BELLAS LETRAS
    • ENTREGAS MENSUALES
  • ESCALETA
  • BELLAS LENGUAS
  • LETRAS ENTRE LIENZOS
    • CHARL-INK
    • CHIHUAHUA ANDRÓGINO
    • MOE-JOE
  • FACULTAD LENGUAS Y LETRAS
    • Profesores de literatura
    • Congreso Internacional de Estudios Literarios
  • CONTACTO

CONSUMIDO EN EL DESEO

28/1/2015

0 Comentarios

 
Por Héctor García

El cuchillo, que estaba sobre la cama de la habitación, brillaba a pesar de  que ésta no tenía luz. Gabriel había decidido permanecer así, a obscuras; una decisión desesperada ante la necesidad de ocultar su vergüenza. Por más que quería no paraba de llorar. No podía, tampoco, disipar el recuerdo que lo mantenía excitado. Desde la cabecera de la cama, el Cristo observaba hacia el cuchillo con la misma fuerza con la que los clavos lo mantenían pegado a la cruz.

            A pesar de que Gabriel continuaba con la sotana puesta tembló. Hincado, a un costado de la cama, mantenía ambas manos sobre los muslos. Cada vez que tocada su erección, las lágrimas y la vergüenza aumentaban de intensidad; el recuerdo se volvía más nítido, más palpable. La joven y tibia piel que sus manos habían tocado, a penas esa mañana, se volvía de nuevo tangible.

            Era la primera vez que escucharía las confesiones: el sacerdote había enfermado de gravedad y encargó a Gabriel, sin importar su reciente ingreso, encargarse de aquella tarea. Gabriel insistió en que aplazar un día o dos no causaría problemas, pero ya tenían programadas las confesiones para los alumnos del catecismo. Estaba condenado.

            Los niños pasaron uno tras otro. Gabriel escuchaba atento aunque le fue difícil, en un principio, dejar de sentirse nervioso. Escuchando los pecados inocentes, supo de inmediato la penitencia que otorgaría a los demás niños: dos padre nuestros y dos ave marías. Sí el pecado era un poco más grave como arrojar una piedra a un compañero o pegarle con el puño, Gabriel imponía cuatro padre nuestros y un credo.

            Por la ventana del confesionario pudo ver que sólo faltaba uno de los niños; se sintió aliviado. Uno más y culminaría con su primer labor de confesión.

            —Ave María Purísima…

            —Sin pecado…sin pecado…           

            —Concebida hijo. Cuéntame tus pecados.

            —Padre yo…

            Gabriel escuchaba atónito la voz que atravesaba la ventanilla: temerosa, débil, dulce, casi angelical. Aquella voz delicada, dubitativa, dejaba escapar las palabras con miedo, confesando con lágrimas no poder dejar de mirar a las niñas de su salón. Gabriel apretaba los puños, sudaba embriagándose de la voz angelical que lo hacía querer atravesar la madera que lo separaba.

            —No te preocupes hijo, has pecado sí, pero con un padre nuestro es suficiente. —se aseguró de que estuvieran solos, el celador ayudaba al padre y los demás niños habían regresado a casa. —Acércate hijo, no tienes por qué temer, Dios no te va a castigar.

            —Perdóneme padre, perdóneme—alcanzó  a decir el niño antes de empezar a llorar.

La piel blanca del niño contrastaba con el azabache de su cabello y con los ojos profundos y negros que se veían a detrás de las lágrimas. Gabriel temblaba mientras hablaba con él; le acariciaba los brazos tiernos y cálidos. Metió su mano bajo la playera abrazándolo.

            —Ya hijo no te preocupes, todo va a estar bien. No tienes por qué tener miedo si estás arrepentido. —Gabriel lo había sentado sobre sus rodillas sintiendo las nalgas que acomodaba sobre su muslo. Intentaba calmarlo pero las lágrimas no cesaban. Posó una de sus manos cerca el miembro infantil, lo sentía mientras el niño se abrazaba más a él.

            Ante esa imagen Gabriel sentía cómo la carne se le quemaba. Desde su miembro, el fuego se extendía por todo él. La voz angelical lo había embriagado, no podía olvidarse de ella, ignorarla. Y entonces lo supo: el diablo, vestido de ángel, era quien había estado frente a él. Asmodeo  lo dominaba lamiéndole la piel, quemándole la carne. Un fuego que sus lágrimas no podían sofocar.

            Aventó el rosario y todo lo que estaba a su alrededor, su ropa, una Biblia; la carne le ardía, las yagas comenzaban a abrírsele provocándole un dolor insoportable. El fuego se le escapó de la carne incendiando el cuarto.. Desesperado, con la imagen del demonio saliendo de las llamas, tomó el cuchillo y lo clavó a la altura de su abdomen rasgando su estómago. Con las llamas devorando su carne y la lengua de Asmodeo recorriéndole la piel, sintió como poco a poco se carcomía su cuerpo.

            Cuando el celador escuchó el ruido que provenía del cuarto, corrió hasta la habitación. Forzó al puerta cubriéndose del humo que salía. Al entrar, encontró el cuerpo de Gabriel sin rasgo de quemadura, estaba cubierto de sangre con el cuchillo clavado en el estómago. Una vela iluminaba la imagen de Cristo que veía hacia Gabriel.


0 Comentarios



Deja una respuesta.

Con tecnología de Crea tu propio sitio web con las plantillas personalizables.
  • INICIO
  • BELLAS LETRAS
    • ENTREGAS MENSUALES
  • ESCALETA
  • BELLAS LENGUAS
  • LETRAS ENTRE LIENZOS
    • CHARL-INK
    • CHIHUAHUA ANDRÓGINO
    • MOE-JOE
  • FACULTAD LENGUAS Y LETRAS
    • Profesores de literatura
    • Congreso Internacional de Estudios Literarios
  • CONTACTO