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Romina     ®       

18/7/2015

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Por Efrén Rábago Palafox


Quieta, debajo del árbol, mira sin ver. Lleva mucho tiempo sin moverse, aunque no puede precisar cuánto. La lluvia: leve y escasa, no para desde el amanecer y el cielo sigue oculto detrás del manto gris que hace que la mañana parezca ser la tarde. Sin la luz del sol y sus hijas las sombras es difícil saber si el día ya termina o acaba de empezar.


Tiene un vago recuerdo de un dolor que ya no siente. El frío y la inmovilidad la han ido sumiendo en el letargo. No siente nada, sólo la soledad y el abandono. Cerca de ella un charco repite una y otra vez el incesante martilleo de una gota que con implacable constancia cae de alguna rama.

 
Casi congelada por la lluvia y el viento frío, ha perdido conciencia de todo lo que la rodea. Su universo se ha reducido a la pequeña mancha gris. Toda su realidad, toda su existencia, se han concentrado en ese sencillo espacio: la tumba de Yara.

 
Había muerto hacía dos días. La había abandonado, lo mismo que su madre. También Yara se había ido dejándola en el vacío, en el insoportable dolor, en el más profundo de los silencios, en la soledad más negra.


Quería morir también. Intentó decirlo, gritarlo al viento y a la lluvia. Un leve silbido casi inaudible había salido de su garganta seca y adolorida. Ya sin fuerzas ni deseos de continuar, se fue quedando dormida, arrullada por un constante zumbido que venía de muy adentro de su cabeza.

 
Siente que la mueven, que alguien la llama por su nombre y levanta la cabeza para ver. Es Jano, que todo el tiempo ha estado cerca de ella, cuidándola.

 
“Ven, Romina, no puedes seguir así. Ven conmigo. Hace dos días que no comes y no duermes. Necesitas comer algo, recuperarte o tú también te vas a morir.”

 
No le importa morir, si morir es librarse del sufrimiento. Está decidida a dejarse morir de hambre, de frío, de tristeza.

 
Jano trata de consolarla, de animarla un poco.

 
“Ya se fue, Romina, no puedes cambiar eso. Pero un día volverás a verla y estarán juntas. No recordarás tus sufrimientos y serán muy felices. Todos volveremos a encontrarnos después, en otra vida mucho mejor que esta. Ya no te tortures así, Romina, debes ser fuerte y seguir adelante.”


Quiere mucho a Jano. Siempre la protege y la guía, pero está harta de supersticiones y sermones; no quiere seguir oyendo sus historias. Decide entregarse al tenue zumbido, disfrutar su dolor oscuro y pegajoso, quedarse dormida.

 

- - - - - - - - - - - - - - -

 

Llega la mañana. El sol empieza a reanimarla, calentando su cuerpo poco a poco. Ya no llueve, y todo vibra bajo la luz cada vez más intensa. Sabe que está débil y que tiene hambre. Comprende que no es su tiempo, que debe seguir; que la vida continúa y ella debe aceptarla, aunque todo sea dolor.

 
Decide que debe moverse, comer algo y continuar. Quiere despedirse de Yara por última vez. Busca con la mirada y no la encuentra. “La lluvia debió tragarse la tumba”.

 
Una mariposa de grandes alas azules flota en el aire: libre y dichosa. Se detiene un instante, sonríe y dice algo que Romina no entiende.

 
Romina muerde una hoja. Saborea la savia fresca y sube por el tronco para llegar a su rama.

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