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Pablo echeverría - el paralelo del tiempo

27/8/2015

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El paralelo del tiempo.

Con sangre en la cara un hombre despierta en un escenario vacío. Estancado en el paralelo cero del tiempo, como si la unívoca decisión del sueño lo hubiera desfigurado –tanto en cuerpo como en alma-, se sumerge en la búsqueda implacable de una salida que babea por sus labios apenas entreabiertos. Al costado sur de la luz se escucha un correteo tenue a través de las paredes, como el extraño caso acaecido en Exham Priory, pero la marcha inexorable del tiempo deviene en el paso intransigible de la materia, en el golpe seco que hace un cuerpo al caer desnudo al final del abismo.

Habitáculos invadidos por una peste inconmensurable le rodean, cientos de recuerdos guardados en el tiempo le son ajenos ahora, todos apenas separados por muros de hormigón que no retienen el dolor.

El hombre, atado a su silla y sin fuerzas para huir, escucha gritos infernales que escarban su memoria, gritos de ayuda, de miedo, de sí mismo en un tiempo pasado; aquellos infinitos momentos se disuelven en el viento, convergen todos en patéticos sollozos del miedo. De repente lo comprende, las voces conforman una masa inadvertida que recorre el silencio para llegar de imprevisto a sus sueños, pero ahora la alucinación ominosa retumba más fuerte ante todos los actos que se ha llevado el tiempo; comprende que sus gritos son inútiles, que nadie le escucha, que está solo y el oído humano huye del verdadero palpitar de su miedo. Intenta gritar y un chillido ahonda en el extraño lugar, de nuevo su mente ata cabos sueltos y los gritos en las habitaciones develan un espacio que se materializa en su cabeza.

Los gritos provenientes de fuera le pertenecen. El hombre se multiplica en los abismos del miedo, llena los vacíos inherentes a su memoria e identifica su cara en ellos. Es él en todas las reencarnaciones posibles.

Agudos pasos sobre la madera se acercan irrefrenables hacia su habitación, de su boca no emana ni una palabra y el miedo carcome sus huesos como el mordisco enfermo de las ratas. Los lamentos contiguos aumentan su fuerza, las lágrimas golpean contra el piso y desembocan en un estallido de imágenes pasadas que ponen ante sus ojos al verdadero asesino.

El hombre, atado a la silla y sin fuerzas para huir de ella, dispone una narración infinita del asesino; configura el significado de miedo en el silencio y espera desconfiado la muerte, entonces su boca enmudece, sus manos se atascan en el aire y escucha voces limítrofes aullar ante la angustia del envejecimiento.

El tiempo es el verdadero asesino, es la extensión del sueño, una prolongación inmaterial de los deseos oníricos ante la realidad del ojo.

El tiempo es la eterna imagen codificada en la geometría invertida, en círculos concéntricos del sueño.







Pablo Echeverría (Quito-Ecuador, 1995), Universidad Central del Ecuador (Carrera de Comunicación Social). Ha colaborado en las revistas Resortera (México) y DigoPalabra (Venezuela). Es editor de la revista La Ruta Natural, espacio inclusivo dedicado a la expresión total. Revista dirigida a la erradicación del elitismo literario y artístico en Quito y Ecuador a través de la publicación de textos, ilustraciones y fotografía (sin censura, ni exclusión alguna).
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