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Escriba sus sueÑos - Paloma Guzmán 

15/9/2015

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Escriba sus sueños

Ella empezó a leer, frente a mí, en voz alta:

Qué peligroso usar la escritura para confesar lo que no le dices ni al espejo.  Alguien se puede encontrar el texto.  Por ejemplo, una buena prosa erótica puede caer en las manos de tu jefa, su protagonista, a quien escuchaste masturbándose en el baño.  Si ella te leyera, ¿qué harías? Imáginate que viene hacia ti con el escrito en las manos.  ¿La mirarías a los ojos o directamente a la entrepierna? O a esos dedos, pulgar y meñique, que forman una cruz y la besan con fervor y luego bajan y soban bajo sus bragas aquello que el nazareno no consuela.  

Hizo una breve pausa para tomar aire y esperé en vano escuchar la exhalación, en vez de eso, siguió leyendo.

O escribes un poema que dice que realmente odias a tu iglesia y lo que piensas de las personas religiosas.  Si las hermanitas lo leyeran, ¿cómo te mirarían? Ya no con esa deferencia que tienen con todos los laicos.  Como si vivir en el exterior nos hiciera fantásticos.  Pobrecillas si supieran que les has visto la envidia cuando te trepas al auto de tu novia y, sabiendo que miran, en vez del beso en la mejilla metes la nariz entre sus tetas. Son pechos en un escote que los levanta y los saca un poco de la blusa. No como los de ellas,  oprimidos por el corpiño y escondidos debajo de los  hábitos.  

Al final de este párrafo levantó la vista. Sus ojos me cuestionaban y yo quería responder, pero, ¿a cuál de todas las preguntas que seguramente me hacía? El tono con el que continuó empezó a subir.

Un cuento aparece, olvidado por ti, dentro del cuaderno de ejercicios de una alumna.  Narras con detalle que después de quitarle el celular para que pusiera atención a la clase, revisaste sus fotos. Entonces añadiste tu número a sus contactos y esa noche soñaste que llamaba. Tuvieron una conversación que te hizo mojar las sábanas. Cuando abriste los ojos supiste que estabas más viva dormida que despierta; escribir para ti misma prolonga esos placeres. Y la muchachita, ¿qué haría si realmente sucediera? ¿Empezaría a jadear mientras lo lee?, ¿con el mismo ritmo con que tú jadeaste cuando lo escribiste? ¿Te pediría permiso de ir al baño y dejaría la puerta abierta?  ¿La seguirías? ¿Se preguntaría, como tú, por qué trabajas en esta escuela?  

Aquí era donde ella tendría que haber parado de leer y preguntarme justamente eso: ¿por qué trabaja usted en esta escuela? Y yo, con un súbito impulso de valentía, le hubiera arrebatado el papel y me hubiera largado de su oficina a recoger mis cosas.  Pero ella continuó leyendo como si me hablara.

Cierto, no sabes por qué estás aquí, no tienes vocación alguna.  Cuando pediste el trabajo te hicieron pruebas psicológicas y cualquier monja con dos dedos de frente pudo interpretar los resultados.  Asumo que no había muchas más que quisieran hablarle a tres grupos de veinte cerebros lentos cuyos sueños están en otra parte.  Eres la que está aquí para contarles historias, para escuchar su verborrea sobre la vida que están descubriendo, para poner en la boleta el número que atiende a su conocimiento y no al odio que sientes por ellas. Escribes, confiesas, que solo toleras enseñarles cuando las imaginas sin ropa.  Pero no te preocupes, nunca nadie leerá esto.  Una vez dicho es cuestión de quemar las hojas y sentir alivio porque has hecho catarsis sin tener que rezar ni un padre nuestro.

La madre superiora terminó de leer.

El tono y la cadencia con que había dicho este último párrafo me habían puesto dura, masculina. Había sido un acierto escribir en segunda persona, parecía que al leerme, me hablaba en complicidad.  Me voy a ir de esta escuela a punto del orgasmo -pensé cínicamente. Dobló las hojas en cuatro y las metió en su delantal.  Esperé que me diera una pluma para firmar mi renuncia. No sacó las manos, parecía que acariciaba el papel, que le daba palmaditas debajo del hábito.  Aspiró hondo, se levantó y rodeó el escritorio.  En mi nuca sentí su aliento y sus manos comenzaron a amasar mis pezones erectos.  Escriba esos textos, me dijo,  tráigamelos, confiéselo todo y ponga nombres.   Me encantaría cruzarme en los pasillos con alguno de sus personajes y sentir la satisfacción de imaginar lo que usted se ha imaginado, describa bien, describa más.  Si alguna vez se aventura a hacer sus sueños realidad, vengan a mi celda, maestra; también me gusta mirar.


Paloma Guzmán.
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