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Decibelio 

24/2/2016

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“Quienes ahora nos miran (piedras oscuras, trozos
de materia ya usada)
no sabrán que un instante nuestro nombre fue amor
y que en la eternidad nos llamamos destino.”
–Rosario Castellanos
Por Monserrat Arias 

Hoy tengo una cita a ciegas en la tumba de Houdini. Mi único contacto con aquella mujer eran unas cuantas fotos de sus piernas, la idea de por fin citarnos me hacía sentir constantemente excitado, no sabía nada más. Al principio me pareció extraño que sólo me dejara ver fotos de sus piernas ¿Qué clase de monstruo aberrante podría ser esa mujer?

Si, voy en un taxi camino al cementerio Machpelah con una rosa negra en mano. No lo sé, siempre me han atraído este tipo de misterios, no encuentro algo más romántico que una cita a ciegas en la tumba de Houdini, a ella fue a quien se le ocurrió ese encuentro. Bruja misteriosa y mágica de pantorrillas bien torneadas y medias de red.

“Esto es el amor y como la muerte, será tu gran acto” dije para mí mientras le pagaba unos cuantos dólares al taxista, el gran acto del cual no habrá regreso. Pobre Houdini.

Mientras me daba a la tarea de encontrar la tumba encendí un cigarrillo y comencé a divagar. Mis nervios aumentaban, aún no decidía lo que diría cuando la tuviera en frente de mí, algo grande, quizá algo como tomarla del cabello y decirle: “Oye, Sólo tus medias me salvan del caos” y no exagero pues me estremezco cada que en mi mente se aparece la imagen de esas piernas, indudablemente me volví loco y todos pensaban lo mismo, en mi pared tenía un collage de sus torneadas piernas entallando distintos tipos de pantimedias, medias de red, leggins, zapatos de todo tipo; tacones, botas, mocasines, zapatillas; un mar de erótica indumentaria.
Ahí estaba, ya la podía ver, de espaldas a mí, con un gabán gris y unas medias negras culminando en un par de zapatillas de charol ¿Qué pasaba? Me falta el aire, su cabello rubio cenizo cae sobre sus hombros, muy lacio ¿Qué sucede? Me estoy ahogando, ella voltea y miro su rostro.
¿Qué me pasa? Sus ojos, sus ojos son azules, estoy enamorado, camino en dirección a ella, me acerco tembloroso y pronuncio su nombre, ¡Beatriz!, ¡Beatriz! Escucho su voz como un eco que se ha disparado directo a mis sesos: “Román, ¿Cómo has estado, tío?”
Si, era ella, ¡Puta madre! La abracé aun dudando de su identidad, en la mano cargaba un porro encendido. Me desconcertó pero no pregunté nada, actué con naturalidad, como si siempre lo hiciera. Tomó mi mano y sin saberlo ya estábamos dando un paseo entre las tumbas, me sentía molesto por que no podía contemplar sus piernas.
Contó en realidad muy poco sobre su vida personal, era licenciada en Derecho, su familia es española pero su papá francés y le gustaba viajar mucho, de ahí en fuera lo único que me contaba esta Brigit Bardot española eran cosas raras sobre quiromancia y fases de la luna. En cambio yo, como un imbécil, le conté hasta lo que me mandaban de lunch  cuando estudiaba en México.
Al poco tiempo estábamos fuera del laberinto de Machpelah y encaminándonos por la acera. Beatriz se paró junto a un Beetle negro y abrió la portezuela del copiloto.
-Sube- me dijo sonriendo- vamos a otro lugar, hombre, anda que no muerdo.
-Ok, ¿A dónde iremos?- dije intentando presentar un poco de entusiasmado.
-Ya verás, te va a gustar.
Me sentí abrumado, el auto era obvio muy pequeño y en la parte trasera había una enorme maleta color vino, ¿para qué diablos quiere esa maleta? Me abstuve de preguntar, dios, de cualquier forma ya me veía como un paranoico.
“Me gustan tus manos” dijo, mientras conectaba su Smartphone al estéreo. “Do you love me” comenzaba a sonar, siempre me gustó Nick cave, sobre todo cuando estudiaba en la facultad, en el piso que rentaba había muchos estudiantes que se reunían los fines de semana para escuchar música con las luces apagadas. ¿De qué trataba esta canción?
-Esta es mi canción Román- me miró- me gustan tus manos, tengo un collage de las fotos que me mandaste de ellas.
La miré atónito pero me reusé a contarle que yo hice lo mismo.
-¿Enserio? Caramba, me has puesto colorado. – le grito prácticamente mientras abro la venta y enciendo un cigarrillo.
-Ya llegamos Román.
Eran las 8:00 pm y aparcamos en una especie de bosque, comencé a preocuparme por no saber dónde carajos nos encontrábamos pero me mantuve, lo intenté, pero la mujer que se hacía llamar Beatriz  comenzó forjarse otro carrujo, después de liarlo me lo pasó como un sutil intento de intoxicarme seguramente, no lo lograría, no de esta forma. Saqué de mí maletín una botella de vino y la abrí con un zapato. Beatriz sacó una cobija de la cajuela y la extendió sobre la hojarasca, me sigue sorprendiendo que tantos tiliches quepan ahí.
Nos acostamos y miramos el cielo negro con un poco de iluminación rojiza, típico de la contaminación visual que provoca una ciudad que nunca duerme. Comenzaba a hacer frio y le metí la mano en las bragas, era suave, su piel tersa, definitivamente era de sexo femenino, algunos bultitos lindos en el abdomen, seguro come bien. Mientras yo continuaba mi investigación ella comenzó a besarme. Aquella noche hicimos el amor hasta quedarnos dormidos.
El sol abrió mis ojos y ella estaba desnuda frente a mí, recogiendo flores entre los arbustos, seguramente está chiflada, pero me sentía extrañamente a gusto. Dieron las nueve y ya estábamos vestidos nuevamente, subimos al auto y nos dirigimos a desayunar. “I’d love her till the day that I died and I kissed away a thousand tears, my lady of the Various Sorrows” volvía a cantar Nick Cave, ahora recuerdo de que trata esta canción. Llegamos a una estación de camiones y nos bajamos a desayunar, ella se veía muy nerviosa.
-Mi cuerpo está vacío y ya no tengo gasolina, Román- habló de pronto- todo es tan aburrido, quiero proponerte algo. Ya no sé si reír a carcajadas o morirme, me gustaría que te fueras a vivir conmigo, la semana pasada hice una estafa en internet -ahora se veía extrañamente tranquila, perturbadora- Supongo te fijaste en la maleta vino que traigo en el asiento trasero, tengo aproximadamente un millón de dólares, esta noche cruzaremos la frontera con Canadá en auto, dejaré que lo pienses un minuto.
Besó mi frente y fue al baño.
No supe que decir, de pronto aquellos waffles tan sabrosos parecían ser piedras en mi boca, me comencé a exaltar, era cuestión de tiempo que tantas emociones culminaran en un punto catastrófico. Todo podría pasar en este mismo instante, la pequeña arpía podría cargar 16cm cúbicos de heroína y una valija llena de diamantina, la decisión estaba ahora y en mí, ¡que me quemen vivo! Ya no creía nada, ni siquiera en su existencia.
Regresó del baño con el cabello recogido en una coleta, pagamos y regresamos a la recepción para alquilar una habitación y reposar como se debe en una cama. La miré largo rato ahí dormida, a un costado mío, su cuerpo tan bello como una escultura en mármol, claro que era real, podía tocarla, pero ¿qué cosas de ella son verdad? Creo que ya no me importa nada,  no tengo nada, ni casa propia, ni esposa, ni novia, ni hijo o patria, llevo ya tanto tiempo viviendo acá que creo que todos en México me han olvidado. Encendí otro cigarro. Al carajo, que a mis 35 años no debería estar jugando al Romeo pero a decir verdad tampoco estoy tan grande. Beatriz se levantó y me miró con sus ojos de cierva, jamás me había sentido tan viejo.
-No te has ido, supongo has decidido acompañarme. Tenemos que partir a las 12pm, es un largo trayecto.
– Y después de cruzar la frontera ¿A dónde se supone que iremos?
-Allá lejos Román, donde te comen los perros y la oscuridad no da miedo.
La miré fijamente a sus ojos azules, tomé su mano y Recordé a Houdini.
Monserrat Arias. Nace en Guadalajara un 21 de abril de 1995; actualmente vive en el Distrito Federal. Escritora fraudulenta y tallerista de ocasión. Desde muy joven se relacionó con la literatura, el arte y la escena underground capitalina. Ha publicado algunos poemas en la serie “Poesía que respira”  de Editorial Textual (2014) así como también en distintos blogs y revistas literarias, recientemente trabaja en un proyecto de Spoken Word y performance llamado “Oxykodona” Sus inquietudes e intereses culturales la llevan a elaborar una propuesta de difusión que toma forma en la revista “Cloroformo” y colaborando en la gestión de centros de talleres culturales.
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