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MÁS FUERTE QUE UNA BALA

18/3/2016

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Por Pablo Alfredo Diosdado Vallejo

Solía ser de esos niños que disfrutaba de vivir aventuras. Cuando podíamos, mi hermano y yo salíamos con papá a dar largos paseos por los prados a las afueras de la ciudad. Mis ojos siempre concebían una gran belleza a todo lo que mi periferia alcanzara. Josué siempre prefirió quedarse en casa con mamá, y aunque no fuera la persona más divertida del mundo, no dejaba de ser mi adorado hermano mayor, al fin y al cabo, yo tenía sólo diez y él diecisiete. Al pasar los días, Josué se veía más y más cabizbajo, además, yo no conocía la fuente de su extraña rebeldía. Una mañana, mientras toda la familia desayunaba en la extensa mesa de roble, me cansé de la actitud pesimista de Josué y decidí molestarlo, irónicamente quería animarlo un poco, de todos los modos, ese era el trabajo de un buen hermano menor, ¿No?… Le comenté que ni siquiera el grillar sonaba cuando callaba, mientras yo esbozaba una sonrisilla traviesa. Papá y mamá miraron muy serios a Josué, esperando una respuesta incorrecta para reprenderlo, o al menos eso me suponía. Replicó, Josué, diciéndome que yo era molesto, disparando una mirada déspota y atroz contra mí. Noté el poco brillo que emanaba mi hermano, como si estuviera en otro mundo completamente. Sentí una cuchillada en mi pecho, no era lo que me había dicho, sino la forma en la que lo hizo.

⎯Yo sólo quería…⎯Josué me interrumpió abruptamente antes de que pudiera terminar de hablar. Con ojos de odio me hizo callar. Alzó la voz muchísimo. Le grité que no me dijera mocoso, pero ignoró mi reclamo, tomó su plato mientras daba un pequeño golpe en la mesa y abandonó el comedor, dejando su silla desordenada. Pensé que tal vez mamá lo reprendería, pues ella siempre nos ordenaba acomodar la silla cuando dejáramos la mesa, pero había enmudecido al igual que papá. Yo trataba de entender lo que estaba pasando; por qué el semblante tan triste de mis padres, y por qué la casa se teñía de un lúgubre ambiente, como cuando la abuela falleció. Me sentía traicionado y excluido.
_ Debes empezar a aprender cuándo hablar y cuándo no, Carlo. Tus bromas a veces son un poco tontas e innecesarias, ¿No lo crees?_ Mamá por fin decidió comentar algo después de un largo silencio. Aunque no se veía molestia en su semblante, tampoco estaba muy contenta por mi actitud. Pedí disculpas a mi madre, seguí comiendo lo último en mi plato. A pesar de que me fascinaba la chuleta de cerdo que preparaba mamá, ese día todo me sabía amargo. Me sentía especialmente infeliz aquel día. Papá sólo se retiró de la mesa, su rostro no irradiaba expresión alguna, tal como la cara de Josué. ¿Qué estaba pasando en mi hogar?
Desde ese pequeño incidente, pasaron meses en los que traté de no hacer contacto con Josué, cosa que se me complicaba a veces. La costumbre del silencio entre él y yo se había tornado algo notoria. Comenzaba a entender lo que mamá quería decir aquella mañana triste: “Aprender cuándo hablar y cuándo no…”. Entre semana, Josué entrenaba en los campos de La Purísima, desde las cinco de la mañana y hasta la una de la tarde, después iba al colegio, de tres a ocho de la noche. Su horario me daba tiempo de llevar mi vida tranquila y sin tener que verlo cara a cara todos los días.
Una mañana estaba en clases, alguien llamó a la puerta. La maestra Marlene abrió los ojos un tanto impactada; salió del aula con pasos vacilantes, tardó un momento, y sólo se escuchaban susurros muy altos afuera del salón. De pronto, volvió a entrar con una cara de terror inmutable. Dejando la puerta abierta, con voz queda, exclamó: «Niños, por hoy todas sus clases estarán suspendidas, hasta nuevo aviso. El autobús los estará esperando en la salida para llevarlos hasta la puerta de sus hogares. ¡Vayan, vayan, vayan!» Perdiendo la compostura, la Miss Marlene comenzaba a darle pequeños empujoncitos a todos mis compañeros para que salieran al patio, nadie entendía nada, pero por alguna razón la maestra nos estaba acarreando así. Nunca había notado la gran cantidad de niños que asistíamos a la escuela “Leonardo De Jave”. Al salir de ahí, mis amigos, los maestros y los demás niños estaban observando atónitos el cielo. Volteé a ver qué tanto alboroto pasaba y pude visualizar un color rojizo anaranjado que abrazaba las nubes, siguiendo un trazo muy grueso de gris desde la superficie de la ciudad hasta ellas. No tardé en percatarme de los murmullos de los profesores, sólo podía escuchar ciertos fragmentos de las conversaciones: «Es cerca de las fábricas… No, parece que es… En los campos había muchos…No puede ser que esté comenzando… En La Purísima debió… No lo creo…». Todos los profesores hablaban y discutían entre sí, lo hacían en voz baja para no causar revuelo en nosotros. De pronto, mis ganas aventureras se convirtieron en preocupación y después en tristeza, si los profesores estaban en lo correcto, aquella nube gris roja venía desde los campos de La Purísima. A esa hora se encontraba mi hermano entrenando allí, y nubes de ese color jamás han presagiado algo bueno. Aunque Josué fuera un aburrido y amargado, no dejaba de ser mi adorado hermano mayor. Luego, los autobuses comenzaron a llevarnos a todos nosotros a nuestras casas. Entré corriendo, busqué a mamá para preguntarle por Josué, esperando que estuviera en casa. Mamá parecía más aterrada que yo por la noticia, iba de un lado a otro sin parar. Traté de intervenir en su camino pero sólo me hizo a un lado, diciéndome que me quitara del medio y que no era el momento. Levanté la voz para que me hiciera caso, aunque mi titubeo era imparable, estaba totalmente nervioso y fuera de mí.
_ No sé dónde está, ¿No ves que es lo que trato de saber?_ Replicó mamá, buscando en una agenda el número de La Purísima, sus manos temblaban muchísimo. Me hizo señas poniendo su dedo índice en los labios, haciendo la expresión de que no hablara. La línea estaba muerta, mamá comenzó a llorar sin parar. Puse mi mano sobre la cabeza de mamá suavemente para consolarla; la tomó con fuerza, me miró a la cara con los ojos cristalinos, sólo me abrazó y, suspirando entre llantos, dijo el nombre de mi hermano. Para el anochecer, las nubes rojizas habían cesado, el cielo volvía a su color oscuro pintado de estrellas. Mamá no salía de su cuarto, cuando, de pronto, tocaron a la puerta. Eran golpes débiles pero resonantes, yo pegué un brinco de la silla en la que me encontraba pensando sobre lo que había pasado hoy. Fui a abrir la puerta y, para mi sorpresa, eran Josué y papá, no dudé en abrazarlos por el cuello, casi asfixiándolos.
_ Lo siento, hermanito, siempre he sido un imbécil, creo que lo inevitable ha llegado a nuestro hogar y es mejor que te prepares para lo peor_ Josué suspiró arrepentido. Papá no despegaba la mirada de él, lo sujetó del hombro y dio una negativa con la cabeza sin decir nada. Le insistí que siguiera, mi hermano ignoró el ademán de papá, cerró los ojos, suspiró y lo dijo: «¿Qué te han enseñado del ejército en la escuela, Carlo?».
_ No mucho, sólo sé que son la fuerza nacional, son quienes se encargan de la seguridad de toda la gente, brindan respeto a los símbolos patrios, hacen marchas y desfiles cada año. Además llevan grandes armas y tanques, ¿No?_ Mirándome con simpatía, Josué asintió, esbocé una sonrisa de oreja a oreja. Padre golpeó repentinamente la puerta, de madera barnizada, interrumpiendo al instante. Con las venas de la cabeza saltadas gritó: «No es algo de lo que te tengas que alegrar, Carlo. ¡Caray! La guerra es un monstruo que consume todo y está a la vuelta de la esquina. Hoy atacaron los campos de La Purísima, no pudimos hacer nada más que apagar el fuego de los bombardeos, se perdieron algunas vidas, eso fue una advertencia. A la próxima se dirigirán a las fábricas y después aquí, a nuestro hogar; la ciudad, y con todo el peso del fuego posible». Quedé silente por la autoridad que imponía, el Comandante Herrera le decían, hasta ahora comenzaba a entender la importancia del trabajo de mi padre.
_ Mañana, a las cuatro de la mañana, tengo que salir de nuevo a La Purísima, vamos a reorganizar los escuadrones y todos los hombres mayores de edad vendrán, todos, incluyéndote Josué, quieras o no, lo hemos discutido antes. Esto iba a pasar en cualquier momento, despídete de mamá porque te quiero allá a las cinco en punto_. Sin decir nada más; papá subió a su cuarto dándonos la espalda. Comenzaron a escucharse murmullos, de pronto, se convirtieron en llantos de mujer. Mi hermano y yo nos quedamos pasmados, junto a la puerta. Jamás había visto a papá tan enojado y serio. Josué no podía disimular su frustración ni el pigmento pálido de su piel, aunque su tez era morena; intentó disimular una sonrisa. Él nunca fue bueno actuando, podía distinguir entre una risa verdadera y una falsa. «Pues ya está todo dicho», dijo resignado mi hermano y subió a su cuarto sin decir más nada. Las únicas palabras de Josué en meses eran indirectamente un adiós. Me dolía saber que la guerra venía a casa, pero más dolía la indiferencia de mi adorado hermano mayor.
Eran aproximadamente las tres y media de la mañana, me asomé por las escaleras para ver qué sucedía. Papá tenía puesto un uniforme verde olivo, recién planchado, un extraño gorro del mismo color y múltiples medallas; unas botas gruesas con calzado del diez; generaban postura y poder, parecía como si jamás lo hubiera estrenado. Me extrañó el cambio de apariencia de papá, pues siempre vestía un traje color azul marino, sus medallas bien formadas en su tela suave y sus elegantes zapatos recién boleados. Hoy era una mañana diferente, mamá gritoneaba a papá, pero él hacía caso omiso. Sólo tomó unos sorbos de café, comió un poco de los huevos recién preparados; dio un beso a mamá para callarla y salió de la casa sin más que hacer, ajustándose los pantalones. Papá se había ido, y me arrepentía por no haber bajado a despedirme. Una hora después, Josué bajó a la cocina, mamá seguía despierta, preparo más huevo y café. Mamá lo abrazó y le dio un beso en la mejilla. Le sacudió el uniforme, aunque no era tan resplandeciente como el de papá, era admirable. Corrí para despedirme esta vez.
_ ¿Te vas sin despedirte igual que papá?_ Le repliqué con el ceño fruncido y en voz alta, mientras bajaba las escaleras. Josué lo negó, pero no evadió mi pregunta, se rió y me llamó ‘mocoso’, como siempre. Aunque trataba de maquinar ánimos, sus pies siempre delataban sus nervios implacables. Josué se acercó, me abrazó con un solo brazo y mientras estrujaba mi espalda se despidió. No pude evitar que las lágrimas empañaran mi vista; no quería quedar como la ‘niñita de mamá’ tan temprano, y hoy era especial, pues hacía años que mi hermano no me demostraba cariño alguno. Yo estaba inconforme, pero feliz. Josué se sonrió, se puso el gorro y se desvaneció, mientras se alejaba poco a poco a lo largo de la calle. Mamá lo despedía desde la puerta, ella también tenía los ojos empapados en sentimiento. Unas horas más tarde, la ciudad estaba activa, la voz de la guerra se había corrido de esquina a esquina y de rincón a rincón. Un precedente de la guerra es que las personas sacan lo peor de ellas; con una probadita de desastre, todos pierden la cabeza. La naturaleza tiene un tremendo poder destructivo: huracanes, ciclones, terremotos, volcanes, maremotos, etcétera; pero era un número limitado de desastres. Lo que realmente estremecía mi tranquilidad era la creatividad humana; cualquier cosa que pensará podía ser síntoma de una enfermedad de muerte, cualquier cosa, incluso algo bueno podía ser usado para el mal. Algo útil, que me enseñaron en la escuela, es que la historia existe para no repetir los mismos errores, pero los humanos somos necios y los repetimos una y otra, y otra, y otra vez, hasta que tocamos fondo.
Un sombrío ambiente resguardaba a los civiles y el apuro carcomía a nuestros soldados. En toda la ciudad se preparaban para lo peor, se desplegaban ametralladoras, coches militares y un número masivo de soldados bien armados. A las afueras, cañones, púas y barreras protegían las entradas. En los límites más lejanos, cañones antiaéreos y bombarderos fijos. En unas horas nuestra hermosa ciudad había perdido su brillo, convirtiéndose en una gris zona de guerra. El conflicto estaba tocando a las puertas de mi casa, con llantas metálicas y sonidos insoportablemente retumbantes, era como el opio de la gente. Había toque de queda a partir de las seis de la tarde. Parecía que nuestra ciudad era un punto crítico en la guerra, por el gran número y el tamaño de sus fábricas, lo cual hizo que más asistencia militar acudiera desde otros estados a la protección de la misma. Los periódicos y el internet eran mi fuente fiable de información, si algo no lo decían en los periódicos, en el internet sí, o viceversa. De la tele deseaba mucho más, las propagandas que emitían eran misantrópicas, además de amarillistas, era obvio. Sólo un tonto no sabía que el gobierno manipulaba las televisoras. Al tercer día por fin comenzó. El rugir de múltiples aviones Caza marcaban la mañana, así como el canto de un gallo. Corrí al ático, pues tenía una vista amplia desde allí. A lo lejos, pude ver un enjambre de avispas alborotadas, lo decepcionante era que los aviones enemigos eran el mismo enjambre. Adoptaron una formación de triángulo y se dividieron en grupos, más de los que podía contar. Jamás había visto un número tan grande de aviones. Un día normal, antes de la guerra, veía a lo mucho cinco por día, si es que prestaba atención al cielo. Hoy, mínimo; había ciento sesenta avispas en el aire aproximándose a nuestra ciudad. Mis nervios se estremecieron y, cerrando los puños, sólo pude encogerme y sentarme en el piso frío de concreto a esperar lo peor. Mamá entró súbitamente al ático, al verme gritó que me escondiera debajo de la mesa. Me tomó por los brazos, casi alzándome, me empujó debajo del mueble de madera y a un lado ella se arrinconó, jamás me soltó. De pronto el sonido de los proyectiles y los bombardeos inundaron la ciudad, las defensas resistían lo más posible, pero era la primera vez que se ponían a prueba los antiaéreos. Se escuchaba el resonar de los cañones, combinado con los gritos desesperados de los civiles. Algunas casas se desplomaban y otras acababan como coladeras, hasta los edificios más fuertes estaban comenzando a doblarse como pequeñas hojas de papel, el poder del fuego enemigo era sorprendente, tan sólo era la primera oleada, yo lo sabía. El desastre continuó así hasta el ocaso. Nuestro ejército sobrevivió al primer día, pero las bajas civiles eran incontables. El objetivo de la guerra era destruir la carne viva. Al anochecer, los escombros de una explosión destruyeron el techo del ático de mi casa; del susto, me quedé sin palabras, por suerte, la mesa resistió. Mamá también estaba aterrada, de pronto, hubo un cese al fuego. En las calles se escuchaban soldados corriendo y gritando: «¡Se están retirando, se están retirando!». Y, entre festejos militares, trataban de simular una sonrisa. Decían que la sonrisa daba fuerza y esperanzas en momentos difíciles, intenté hacerlo, pero no pude. La guerra era lo peor que me podía haber pasado, no sentía ni una pizca de felicidad. La calle alborotada de militares, las casas parecían ruinas, mi padre y mi hermano envueltos en este conflicto, mis amigos, conocidos y vecinos desaparecidos o acribillados, no encontraba ni una sola razón para llenarme de regocijo. Me asomé afuera de la casa cuidadosamente, mi madre no me dijo nada, seguía paralizada por lo que había vivido en el ático, ella sólo se sentó en el comedor sin expresión. En la calle se escuchaba el resonar del trueno de las armas muy a lo lejos; y mi curiosidad me mataba, aunque estaba asustado, no quería esperar al periódico de la mañana, quería ver con mis propios ojos los acontecimientos trágicos. Un ferviente deseo, por ver la verdad impulsaba mis pasos, uno tras otro, caminando por las calles iluminadas por las lámparas tintineantes. Vi a un pequeño grupo de soldados conversando seriamente, mientras montaban guardia. Caminé agazapado por detrás de unos coches estacionados, al lado derecho de la acera. Pisé un bulto extraño, _¡No puede ser!_ Di un pequeño salto para atrás tapándome la boca, era una persona. Al poco tiempo me percaté que el arroyo de la calle estaba marcado por un rastro de balas que seguían una línea recta y, en su trazo, varios bultos tirados a los lados. Un camino sangriento opacado por la poca luz de la calle, mis sentimientos estaban apagados, tal vez un shock emocional evitaba que sintiera remordimiento, mis pies se movían solos hacia adelante, evitando el frío de la sangre derramada en aquel pasillo de muerte. _ ¡Qué espantoso!⎯ Murmuré. Sólo seguí caminando, volví a sentir ese lúgubre ambiente que se percibe en los funerales. Sí, la ciudad era una tumba. Los que morían y los que estábamos condenados a morir éramos la población. Evadí a los soldados entre sombras. Llegué al centro de la ciudad cuando las armas rugieron de nuevo, cubrí mi cabeza por instinto y corrí a un callejón, el estruendo comenzaba otra vez. Fuego artificiales invadían el cielo, lamentablemente otra oleada de aviones saturaba el cielo sobre la ciudad. Por unos momentos, el silencio abundó aquella calle. Un humo denso llenó el ambiente, y pronto se escuchó un grito _ ¡Fuego!_, una ráfaga de luz desplomó una casa frente a mí  y una terrible bestia metálica opacó mi vista; con llantas de oruga, blindado hasta los cañones, de enorme tamaño e imponente figura; su andar movía el concreto y destrozaba los coches de espuma. La bestia metálica; escoltada por múltiples soldados, se descubrió de la cortina, un soplo de su cañón destrozaba estructuras de un solo tiro. Las ametralladoras pesadas, en los techos, no le hacían el mínimo rasguño, eran inútiles. Estaba atrapado en un tiroteo espantoso. De las puertas salían soldados aliados a combatir directamente contra las unidades enemigas, pero, para mi sorpresa; aquella bestia metálica también guardaba en su repertorio unas pesadas ametralladoras escondidas en la coraza impenetrable, haciendo añicos a todo aquel que se le acercara. Cubrí mis oídos en un intento inútil de evadir la realidad, no quería escuchar más gritos. Caí en un infierno y no había manera de pararlo, no tenía salida, estaba solo. Mantenerme positivo no era una opción; no podía, no me sentía capaz, estaba derrumbado. Un hombre grande, con un uniforme negro me estranguló para que no gritara. Me sacó del callejón por la fuerza, tenía las intenciones de usarme de saco de carne, pero no tardo en sucumbir ante las balas. Yo estaba en medio del fuego cruzado, escuchaba el andar de las pesadas botas y el de las balas zumbar cerca de mis oídos. Una explosión destruyó a la enorme bestia, de su interior salieron cuatro hombres desesperados, vestidos en llamas. El último alzó sus manos hacia mí, suplicando por ayuda, pronto su cuerpo cedió y cayó de cara al concreto. Sentí como un relámpago invadió mis venas. Por un momento, veía soldados caer, un zumbido corría por mis oídos. El tiempo se tornó lento, comencé a sentir un mareo extraño, mis piernas temblaban entumecidas. Era mi estómago, estaba destruido. Brotaba sangre de mi cuerpo. Me puse de rodillas, no me podía sostener más. A la distancia observaba a un joven, apuntándome. Aquel joven, al disiparse el humo, notó su error y corrió hacia mí, era soldado amigo, lo supe por el increíble uniforme verde que portaba, sin embargo se le veía aterrado. En la guerra matas o mueres, lo entendí tarde. Yo no podía odiar a aquel joven por acabar con mi vida por error, al fin y al cabo, fui yo quien se puso en medio. Desde que salí de mi hogar, estaba siendo un estorbo en esta guerra, y él sólo cumplía con su deber. El mundo comenzó a borrarse de mis ojos, sentí las manos del joven soldado sostenerme, desplomándome sobre mi propio peso, escuché un grito desgarrador: «¡CARLO!, ¡NO!» Qué felicidad, pensé, al menos era él. Mi adorado hermano mayor.
Autor del cuento: Pablo Alfredo Diosdado Vallejo
Título del cuento: MÁS FUERTE QUE UNA BALA
Correo electrónico: Papoonsacrament@hotmail.com    ​
Celaya, Guanajuato.
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Guardián 

16/3/2016

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Por Aldo Rosales Velásquez 

Hoy- que el viento es viento porque así lo quieres- de tus manos nacen cosas, todas ellas limpias y serenas, que regalas al mundo para que se sienta vivo.
Hoy, sentada a la orilla de los ecos, ángel de cantera y sexo, vigilas con tus ojos el cementerio insomne de la vida diaria.
Quizás mañana, cuando tu pecho se abra como flor –y los minutos beban de tu corazón para luego polinizar el silencio- quizás mañana el sol entienda que la vida es otra cosa, no sólo luz y musgo.

Parvada

De norte a sur, cuando la tarde no tiene arrestos para seguir y se desangra entre las nubes, se desata el granizo negro que vuelve al nido siempre oculto entre tinieblas verdes. Me pregunto si ellos saben por qué vuelven, o si tan sólo sus alas acuchillan al vacío porque no saben qué más hacer.

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Decibelio 

24/2/2016

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“Quienes ahora nos miran (piedras oscuras, trozos
de materia ya usada)
no sabrán que un instante nuestro nombre fue amor
y que en la eternidad nos llamamos destino.”
–Rosario Castellanos
Por Monserrat Arias 

Hoy tengo una cita a ciegas en la tumba de Houdini. Mi único contacto con aquella mujer eran unas cuantas fotos de sus piernas, la idea de por fin citarnos me hacía sentir constantemente excitado, no sabía nada más. Al principio me pareció extraño que sólo me dejara ver fotos de sus piernas ¿Qué clase de monstruo aberrante podría ser esa mujer?

Si, voy en un taxi camino al cementerio Machpelah con una rosa negra en mano. No lo sé, siempre me han atraído este tipo de misterios, no encuentro algo más romántico que una cita a ciegas en la tumba de Houdini, a ella fue a quien se le ocurrió ese encuentro. Bruja misteriosa y mágica de pantorrillas bien torneadas y medias de red.

“Esto es el amor y como la muerte, será tu gran acto” dije para mí mientras le pagaba unos cuantos dólares al taxista, el gran acto del cual no habrá regreso. Pobre Houdini.

Mientras me daba a la tarea de encontrar la tumba encendí un cigarrillo y comencé a divagar. Mis nervios aumentaban, aún no decidía lo que diría cuando la tuviera en frente de mí, algo grande, quizá algo como tomarla del cabello y decirle: “Oye, Sólo tus medias me salvan del caos” y no exagero pues me estremezco cada que en mi mente se aparece la imagen de esas piernas, indudablemente me volví loco y todos pensaban lo mismo, en mi pared tenía un collage de sus torneadas piernas entallando distintos tipos de pantimedias, medias de red, leggins, zapatos de todo tipo; tacones, botas, mocasines, zapatillas; un mar de erótica indumentaria.
Ahí estaba, ya la podía ver, de espaldas a mí, con un gabán gris y unas medias negras culminando en un par de zapatillas de charol ¿Qué pasaba? Me falta el aire, su cabello rubio cenizo cae sobre sus hombros, muy lacio ¿Qué sucede? Me estoy ahogando, ella voltea y miro su rostro.
¿Qué me pasa? Sus ojos, sus ojos son azules, estoy enamorado, camino en dirección a ella, me acerco tembloroso y pronuncio su nombre, ¡Beatriz!, ¡Beatriz! Escucho su voz como un eco que se ha disparado directo a mis sesos: “Román, ¿Cómo has estado, tío?”
Si, era ella, ¡Puta madre! La abracé aun dudando de su identidad, en la mano cargaba un porro encendido. Me desconcertó pero no pregunté nada, actué con naturalidad, como si siempre lo hiciera. Tomó mi mano y sin saberlo ya estábamos dando un paseo entre las tumbas, me sentía molesto por que no podía contemplar sus piernas.
Contó en realidad muy poco sobre su vida personal, era licenciada en Derecho, su familia es española pero su papá francés y le gustaba viajar mucho, de ahí en fuera lo único que me contaba esta Brigit Bardot española eran cosas raras sobre quiromancia y fases de la luna. En cambio yo, como un imbécil, le conté hasta lo que me mandaban de lunch  cuando estudiaba en México.
Al poco tiempo estábamos fuera del laberinto de Machpelah y encaminándonos por la acera. Beatriz se paró junto a un Beetle negro y abrió la portezuela del copiloto.
-Sube- me dijo sonriendo- vamos a otro lugar, hombre, anda que no muerdo.
-Ok, ¿A dónde iremos?- dije intentando presentar un poco de entusiasmado.
-Ya verás, te va a gustar.
Me sentí abrumado, el auto era obvio muy pequeño y en la parte trasera había una enorme maleta color vino, ¿para qué diablos quiere esa maleta? Me abstuve de preguntar, dios, de cualquier forma ya me veía como un paranoico.
“Me gustan tus manos” dijo, mientras conectaba su Smartphone al estéreo. “Do you love me” comenzaba a sonar, siempre me gustó Nick cave, sobre todo cuando estudiaba en la facultad, en el piso que rentaba había muchos estudiantes que se reunían los fines de semana para escuchar música con las luces apagadas. ¿De qué trataba esta canción?
-Esta es mi canción Román- me miró- me gustan tus manos, tengo un collage de las fotos que me mandaste de ellas.
La miré atónito pero me reusé a contarle que yo hice lo mismo.
-¿Enserio? Caramba, me has puesto colorado. – le grito prácticamente mientras abro la venta y enciendo un cigarrillo.
-Ya llegamos Román.
Eran las 8:00 pm y aparcamos en una especie de bosque, comencé a preocuparme por no saber dónde carajos nos encontrábamos pero me mantuve, lo intenté, pero la mujer que se hacía llamar Beatriz  comenzó forjarse otro carrujo, después de liarlo me lo pasó como un sutil intento de intoxicarme seguramente, no lo lograría, no de esta forma. Saqué de mí maletín una botella de vino y la abrí con un zapato. Beatriz sacó una cobija de la cajuela y la extendió sobre la hojarasca, me sigue sorprendiendo que tantos tiliches quepan ahí.
Nos acostamos y miramos el cielo negro con un poco de iluminación rojiza, típico de la contaminación visual que provoca una ciudad que nunca duerme. Comenzaba a hacer frio y le metí la mano en las bragas, era suave, su piel tersa, definitivamente era de sexo femenino, algunos bultitos lindos en el abdomen, seguro come bien. Mientras yo continuaba mi investigación ella comenzó a besarme. Aquella noche hicimos el amor hasta quedarnos dormidos.
El sol abrió mis ojos y ella estaba desnuda frente a mí, recogiendo flores entre los arbustos, seguramente está chiflada, pero me sentía extrañamente a gusto. Dieron las nueve y ya estábamos vestidos nuevamente, subimos al auto y nos dirigimos a desayunar. “I’d love her till the day that I died and I kissed away a thousand tears, my lady of the Various Sorrows” volvía a cantar Nick Cave, ahora recuerdo de que trata esta canción. Llegamos a una estación de camiones y nos bajamos a desayunar, ella se veía muy nerviosa.
-Mi cuerpo está vacío y ya no tengo gasolina, Román- habló de pronto- todo es tan aburrido, quiero proponerte algo. Ya no sé si reír a carcajadas o morirme, me gustaría que te fueras a vivir conmigo, la semana pasada hice una estafa en internet -ahora se veía extrañamente tranquila, perturbadora- Supongo te fijaste en la maleta vino que traigo en el asiento trasero, tengo aproximadamente un millón de dólares, esta noche cruzaremos la frontera con Canadá en auto, dejaré que lo pienses un minuto.
Besó mi frente y fue al baño.
No supe que decir, de pronto aquellos waffles tan sabrosos parecían ser piedras en mi boca, me comencé a exaltar, era cuestión de tiempo que tantas emociones culminaran en un punto catastrófico. Todo podría pasar en este mismo instante, la pequeña arpía podría cargar 16cm cúbicos de heroína y una valija llena de diamantina, la decisión estaba ahora y en mí, ¡que me quemen vivo! Ya no creía nada, ni siquiera en su existencia.
Regresó del baño con el cabello recogido en una coleta, pagamos y regresamos a la recepción para alquilar una habitación y reposar como se debe en una cama. La miré largo rato ahí dormida, a un costado mío, su cuerpo tan bello como una escultura en mármol, claro que era real, podía tocarla, pero ¿qué cosas de ella son verdad? Creo que ya no me importa nada,  no tengo nada, ni casa propia, ni esposa, ni novia, ni hijo o patria, llevo ya tanto tiempo viviendo acá que creo que todos en México me han olvidado. Encendí otro cigarro. Al carajo, que a mis 35 años no debería estar jugando al Romeo pero a decir verdad tampoco estoy tan grande. Beatriz se levantó y me miró con sus ojos de cierva, jamás me había sentido tan viejo.
-No te has ido, supongo has decidido acompañarme. Tenemos que partir a las 12pm, es un largo trayecto.
– Y después de cruzar la frontera ¿A dónde se supone que iremos?
-Allá lejos Román, donde te comen los perros y la oscuridad no da miedo.
La miré fijamente a sus ojos azules, tomé su mano y Recordé a Houdini.
Monserrat Arias. Nace en Guadalajara un 21 de abril de 1995; actualmente vive en el Distrito Federal. Escritora fraudulenta y tallerista de ocasión. Desde muy joven se relacionó con la literatura, el arte y la escena underground capitalina. Ha publicado algunos poemas en la serie “Poesía que respira”  de Editorial Textual (2014) así como también en distintos blogs y revistas literarias, recientemente trabaja en un proyecto de Spoken Word y performance llamado “Oxykodona” Sus inquietudes e intereses culturales la llevan a elaborar una propuesta de difusión que toma forma en la revista “Cloroformo” y colaborando en la gestión de centros de talleres culturales.
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La cosa detrás del muro

24/11/2015

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Abiel Jiménez ( Querétaro, 1988)
I
La noche en que Santos desapareció las palabras que me había dicho una semana atrás me provocaron escalofríos incesantes que subieron por mi espalda y heladas gotas de sudor en la sien: “mi mayor temor es aparecer en un lugar desconocido en medio de la noche y no volver jamás”. Durante varios meses después de los extraños sucesos que le ocurrieron no pude evitar repetir esta frase en mi cabeza. Aún no sé con claridad qué fue lo que pasó, pero de lo que estoy seguro es que en este mundo habitan cosas ocultas y macabras… y estamos a su merced.
Santos era una persona muy peculiar a quienle gustaba leer historietas y ver películas con inusual obsesión; consumía cuentos y novelas de horror y fantasía y tenía un gustoparticular por las películas de terror en blanco y negro y –sobre todo–  mudas. Solía dormirse mucho después de la medianochealquedarse hasta altas horas de la noche leyendo relatos de Poe y versos de Baudelaire, aun cuando los podía recitar de memoria. Con toda aquella carga de ficción en su mente no era extraño que las personas -me incluyo- lo vieran como un tipo raro. Sin embargo, era mi mejor amigo.
Era frecuente encontrarlo con bolsas debajo de los ojos por la escasez de sueño y con mucha frecuencia se mostraba callado o conversaba poco, como si su meta fuera convertirse en un perfecto lobo solitario;no obstante, siempre se mostraba muy animado cuando surgían pláticas de su interés en torno a historietas, cine, videojuegos, series y anime.
Una tarde gris de nubes ríspidas mirábamos el cielo desde la azotea de un salón de clases cuando de pronto dijo:
- Desde hace una semana no duermo bien – expresó con un tono sombrío, mientras dejaba a un lado el cigarro.
De haber sabido que estas palabras eran un augurio de los horripilantes sucesos que acaecerían luego, hubiera puesto más atención y dado más importancia a las prominentes ojeras que rodeaban sus ojos de color ceniza.
- ¿Será insomnio? – dije casi con flojera
- No es eso, Alan, es que… estoy comenzando a tener miedo de dormir…
- Ah, entonces son pesadillas. Deberías dejar de leer menos cuentos de horror.
- Tampoco se trata de eso. Creo que he comenzado a tener sueños demasiado reales, ¿no te ha pasado? Sueños en los que de verdad tienes conciencia de que estás soñando y en los que puedes sentir tu propio cuerpo, tu peso, la conciencia del aquí-ahora.
- Suena como a una película de B. Johnson, tú sabes, esa en la que unos policías persiguen a un asesino que se mete en la cabeza de las personas y puede hacer que los soñadores se suiciden o algo así; y el pobre tipo termina atrapado en la mente de un perro… hace tiempo que la vi, ya no recuerdo bien la trama pero me gustó la parte…
No me di cuenta el momento en el que mi amigo cerró los ojos mientras yo charlaba acerca de la película, sino hasta el momento en el que me interrumpió estrepitosamente con un brusco sobresalto y un ahogado alarido de terror.
-No otra vez. No. Ya no lo soporto – dijo con voz agitada.
De camino a casa, Santos me contó lo que le había causado tanto pavor. Había sido un sueño muy corto pero había bastado para sentirse totalmente perdido en medio de la nada, me confesó. Estaba temblando cuando me dijo los detalles de esa macabra visión; no dejaba de mirar en cada esquina y desconfiaba de cada sombra. En aquel momento no entendía las dimensiones del problema en que estaba metido Santos, pero por alguna extraña razón sentí un vuelco en el estómago.
 
II
Días después,Santos llegó a la escuela con bastante excitación nerviosa y me dijo que tenía algo muy importante qué contarme. Bajamos por la angosta escalera que conducía a un tenebroso rincón de los salones de quinto semestre, cerca del estacionamiento subterráneo. Estaba tan intranquilo y estresado que comencé a irritarme.
Me dijo que la cosa había llegado a mayores, se levantó el pantalón hasta la pantorrilla y me mostró una raspadura en proceso de cicatrización, herida que se veía reciente. Pero mi irritación me hizo desestimarlo -aún continuaba con mi escepticismo- y aventuréa que se había resbalado en la noche o que había comenzado a lastimarse a sí mismo por falta de atención. Lo negó vehementemente y me hizo una seña de que iba a contarme algo en secreto:
- Aparecí en la oscuridad en medio de lotes baldíos abandonados; era un camino pedregoso, accidentado y estrecho; alrededor de mí –amenazantes- se alzaban construcciones a medias, inacabadas y desfiguradas, llenas de matorrales y espinos por todos lados. A lo lejos, un farol emitía una luz débil que estaba a punto de extinguirse. Las sombras proyectaban un aire moribundo y sufrido. Las puertas chirriaban quejándose de la noche. Así fui caminando hasta percatarme de que se trataba de un callejón sin salida o al menos eso pensé porque había un gran muro obstruyendo el camino. Quería salir de ese lugar a como diera lugar, así que di la media vuelta y aceleré el paso. En ese momento, escuché crujidos del otro lado de aquella pared y me quedé estático. En medio de esta oscuridad tangible fui presa de un terror que nunca he sentido en mi vida. La di la espalda al muroy comencé a caminar en sentido contrario de donde había caminado; pero en ese momento las chispas del farol comenzaron a indicar que la luz se extinguiría en segundos y fue cuando eché una mirada de reojo sobre mi hombro y lo que vi casi me dejó precipitado: mi visión fue demasiado limitada pero estoy seguro de haber visto una sombra agazapada en lo alto del muro, observándome. Escuché el sonido de un cuerpo arrastrarse y babear sin pronunciar palabra. No lo pensé dos veces, eché a correr con todas mis fuerzas, mientras escuchaba que aquello me seguía con pesados movimientos; y aunque empleaba todo mi esfuerzo en mis piernas aun me sentía lento y pesado. Pero estaba tan sumido en la desesperación por correr que tropecé y caí sobre mi pierna. El dolor me quemaba. Fue entonces cuando volteé hacia atrás y alcancé a divisaruna masa se acercaba hacia mí, puedo asegurar que era una cosa escurridiza y babeante. Algo asqueroso. Me levanté lo más rápido que pude y seguí corriendo con el dolor punzante en mi pierna. Por fin conseguí salir del callejón, hacia unaavenida desierta y estuve a punto de gritar cuando de pronto un autobús apareció de la nada con demasiada velocidad… tanta que no tuve tiempo de quitarme del camino… y entonces aparecí con esto. Si alguna vez no vuelvo sólo tú sabrás porqué.
Me mostró sus heridas. Su relato me pareció de lo más extraño y absurdo. De verdad parecía estar tomando una personalidad paranoica. Tomó una pastilla y volvió a insistirme en que debería de permanecer despierto todo el día, que no debería dormir en ningún momento. Se estaba tomando demasiado en serio sus padecimientos.
En ese momento sacó de su mochila rota una libreta desgastada y usada. Me explicó que era un diario en el que había anotado algunas de aquellas pesadillas tan reales. Lo guardé entre mis cosas con la promesa de leerlo en cuanto pudiera. Una sombra cruzó su semblante. Luego, desapareció entre los salones de piedra fría y se perdió en el umbral más meridional, dejándome una especie de inquietud.
Por un momento volví a pensar que sus alucinaciones eran producto de una excesiva exposición a libros y películas de terror. Luego imaginé que tal vez estaría ingiriendo sustancias o alguna clase de medicina para sus nervios. Quizá el hecho de vivir solo durante mucho tiempo lo hizo propenso a tener periodos de locura.
 
III
No abrí el diario inmediatamente que llegué a casa. Lo dejé afuera, esperando que éste me llamara la atención. Fue hasta entrada la tarde cuando comencé a darle una mirada con poco interés porlas hojas llenas de banalidades y pensamientos que poco a poco se iban trastornando; y al principio descubrí una serie de cosas aburridas que, al principio, me provocaron una especie de lástima y después una profunda preocupación. Pronto la lectura se convirtió en un caos:
 
2 de agosto: Aunque fue un sueño cortísimo y totalmente sin sentido, me he despertado con una sensación extraña, la sensación de haber estado viviendo en otra realidad, en dos momentos distintos; demasiado ligero.
7 de agosto: Nadie me va a creer esto, pero soy capaz de vivir mis sueños(está tachado). Es tonto decir eso.He despertado dentro de un sueño que era parte de otro sueño. Una vez más tengo esa sensación rara de estar viajando a otras realidades. Además he comprobado que estoy consciente la mayor parte del tiempo, puedo pensar lo que puedo decir y reflexionar sobre ello. Y lo que es mejor, puedo desear cuándo despertar por mi voluntad dentro del sueño. Pero éste último fue tan confuso que me aburrí y decidí cambiarlo. Probaré esta teoría de nuevo esta noche.
9 de agosto: Era cierto, era cierto…mi teoría es correcta:es increíble lo que la mente humana puede llegar a hacer con absoluta concentración y abstracción. ¿Será que estoy convirtiéndome en un viajero astral? Sólo ha sido una noche y ya conozco diez ciudades diferentes. Dios mío, la experiencia es tan real, tan lógica, tan creíble.
16 de agosto: Una incertidumbre se ha apoderado de mí. Todos estos días ha sido increíble visitar lugares increíbles y personas tan diversas en el mundo. Sin embargo, empiezo sentir que estoy perdiendopoco a poco el dominio de mis propios sueños. Cada vez que estoy disfrutando de algún lugar el paisaje cambia y me encuentro en un lugar totalmente diferente; las personas a mi alrededor se desvanecen como cenizas en el viento. Los escenarios cada vez son más oscuros y deprimentes. Duermo cada vez menos.
20 de agosto: He pasado dos días enteros sin dormir y mi cuerpo está agotado; estoy perdiendo la coordinación de mi cuerpo y siento que me desvanezco… pero antes de que me rinda me hago lo que sea para mantenerme alerta. El café me acompañó al principio pero ya no es suficiente; ahora los pellizcos, las bofetadas y las tinas con agua fría me mantienen alejado de aquella horripilante visión de hace dos días.
(Dice que es 22 de agosto): Siento un miedo terrible, ya no es lo mismo de antes, ya no puedo controlar mis sueños. Poco a poco he estado apareciendo en lugares cada vez más solitarios y por mucho más tiempo. Hay algo que me sigue, puedo sentirlo, no sé qué es pero sé que está ahí siempre, vigilándome. Estasvisiones son demasiado reales, tanto que me asustan. Ya no sé distinguir la línea en qué momento estoy dormido o despierto, ya no sé en cuál de los dos mundos estoy parado. Laberintos, maleza, subterráneos, montañas nevadas, grandes océanos… parece que estoy atrapado en mis propias pesadillas en las que puedo pasar meses enteros. Estoy atrapado dentro de un vagón de tren que no se detiene y no sé hacia dónde va. Pero aquella sombra no deja de seguirme a donde quiera que vaya, no me deja ni siquiera pensar, aunque ni siquiera la he visto, puedo asegurar que está ahí. Ese sonido de arrastre y babeo ya no lo soporto, me va a volver loco, (las letras son inentendibles).
(No sé qué día es): Ya no puedo quedarme dormido nunca más, me descuidé. Lo peor es que ya no sé ni en qué tiempo estoy. Temo quedar atrapado y no regresar nunca más. Afuera está saliendo el sol, y confío en que esta vez esté escribiendo esto en papel real. Si es así entonces todavía no me he ido para siempre. Lo último que he alcanzado a ver ha sido realmente horripilante. He tratado de contárselo a Alan, pero cree que estoy loco o que leo demasiado. No lo culpo, cualquiera podría creer que me he metido alguna droga en el cuerpo o que estoy tratando de llamar la atención. Pero no es cierto, estoy cuerdo todavía, aunque ya sea demasiado borrosa la línea de mi consciencia que me hace diferenciar la verdad de la mentira; son pocas las cosas a las que me puedo aferrar para saber si es real o es un sueño. Tengo miedo de descubrir qué es lo que me está siguiendo, lo único que sé es que está vivo en algún lugar, acechándome, buscando llevarme a un lugar desconocido en el que ya no pueda escapar y en el que yo sea una presa fácil. Si esto no es una pesadilla iré inmediatamente con Alan…
 
Me encontraba totalmente absorto en la lectura cuando el sonido de mi celular me provocó un sobresalto exagerado. Era una llamada perdida de Santos. Me sorprendió demasiado que fuera precisamente él y aún más que al intentar devolver la llamada no contestara; decidí ir a su casa. No sabría qué decirle a mi amigo, todo aquello era muy extraño. Si Santos tenía una enfermedad o una intoxicación o se había metido a una secta o había hecho aquel experimento de verdad no sabría cómo ayudarlo, pero me había convencido de que algo estaba mal.
Rápidamente llegué a la casa de Santos y no fue difícil entrar. La casa estaba sola, a no ser por una figura derrumbada que distinguí encima de una mesa de cocina, con suficiente olor a café como para llenar un estadio. También pude ver recetas para provocar el insomnio.
Era inevitable: Santos se había quedado dormido, mientras trataba de evitarlo. Pero lo que vi inmediatamente me dejó anonadado; jamás olvidaré aquella noche en lo que resta de mi vida: ahí estaba Santos, ignoraba qué había pretendido hacer momentos antes de quedarse dormido, pero comenzó a convulsionarse y a pronunciar palabras inentendibles y entre cortadas; me acerqué para despertarlo, sólo recuerdo que insistí por un buen tiempo “Santos, despierta, despierta”; pero mi voz no surtió ningún efecto. Lo abofeteé y tampoco reaccionó. Estaba exangüe.
En un instante que duró milisegundos pudo abrir los ojos y me miró; creo que me miró, aunque sus ojos estaban vueltos hacia atrás; intentó alzar la mano y pronunció la que sería su última palabra “Nooooooo aaaaaaaghh!!!”. En ese momento, su mano cayó sobre su costado y comenzó a desvanecerse entre mis manos, se volvió invisible, dejó de estar ahí simplemente, mientras lo seguía sosteniendo en un débil intento por creer que eso había sido algo irreal. Sé que nadie creerá esto pero se desvaneció entre mis manos, así nada más, el Santos que había estado sosteniendo un segundo antes se fue. Desapareció.
 
IV
Luego de nueve días de búsqueda intensiva y haber declarado la alerta para desaparecidos, encontraron restos del cuerpo de Santos -pudimos comprobarlo- en el bosquecillo montañoso que está en los límites de la ciudad, en medio de unos espesos matorrales que se localizan cerca de una gruta ancestral: eran los despojos de un cadáver que –las pruebas forenses lo confirmaron– había sido devorado por una bestia, así lo describieron las autoridades. Pero no había ningún animal peligroso a la redonda y para quitarse el caso de encima el juez determinó que algún foráneo había tirado a su víctima en aquel lugar.
A mí me hicieron cuestionamientos hasta el cansancio, aún mucho después. Nunca supe qué decir a la policía, nadie estaría dispuesto a creerme tal patraña. Repetí una y otra vez la versión de que el día que desapareció fui a su casa pero no lo encontré. Sueños, desvanecidos, ¿fantasmas?… me tomarían por un loco y me encerrarían en el psiquiátrico. Pero sé que todo fue real, porque yo estuve ahí la noche en que Santos desapareció. Y estoy seguro de que aquella cosa que lo acechaba se lo llevó.
Ahora, después de muchos años, dejo constancia de que la misma entidad me persigue a mí cada vez que duermo. Por eso intento cada vez menos entrar en ese mundo. No sé qué le sucedió a Santos pero fue algo completamente espantoso e insoportable: ese sonido de patas arrastrándose no me deja en paz, ya no lo resisto, nadie va a creerme… viene por mí, lo sé, y me llevará como a Santos. Estos sueños siguen siendo demasiado reales. No estoy listo para morir… pero estoy tan agotado de resistir nueve días… nueve días sin pegar los ojos… y ese sonido repetitivo y babeante se acerca cada vez más.

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Panes

22/11/2015

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Jorge Plata
 
Nuestros panes,
esa levadura
y la carne
que se eleva dura.
Él,
Eva,
Dura.
Y Él
a Eva
se le va dura.
J.P.


Ilustraciòn: Martín Aguilar

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Parque acuático

16/11/2015

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Miguel Santos ( Ciudad de México, 1978)
Tropiezo
en la imagen que has cultivado
Y entro en la boca
de un oscuro tobogán
por donde caigo
 
Siento tus formas
que se alargan como un abrazo
Aparentemente interminable
Interminable
Interminable
Ya pesar de que En verdad
desearía aferrarme
nuestra inercia nos lleva a resbalar
 
A mí Que a toda prisa
quisiera poseerte
A ti Que no permites
a la corriente que te arrastre
 
Y cuando más cerca estamos
Más cerca
estamos
De una luz que permita mirarnos
La realidad
Como un golpe de agua fría
Viene A despertarnos.

​
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Citlalli Ixchel - Tres poemas

14/11/2015

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Casa de monjas

Delirio en un cuarto compartido

Jesucristo con espinas en la cabeza 

nos mira

fumamos y me siento ansiosa.

Tu respiración me asusta

quiero comer medusas de tu boca

me sacudo el cebo del cerebro.

Es un orgasmo microscópico

que me contamina.

Una hoja de cuaderno infectada

con pensamientos indecorosos

que se salen con vida.

Me retuerzo el alma

trato de escapar pero la madera truena

y Dios escucha mis pensamientos.

Un juicio antinatural nos aparta

me agarro fuerte del rosario

cantos con eco que se apagan lento.

Sangro con la imaginación

que me hizo pecar 

con el roce de tus piernas.


​



Ni quien quiera moscas

y ratas en jaulas


en un cuarto de laboratorio

infectados de virus.

Bacterias malignas crecen

alterando sus genes.

Quitarle lo natural a lo natural

jugar a las gráficas

a los números infinitos 

de poblaciones mutantes.

Y al final

ellas te están viendo

con tu bata blanca manchada 

de sangre




Lo siento en mi pansa


hay algo purpura en mi interior 

que me apaga.

Se expande con ojos

envueltos en humo.

Engendros con egos altos

sin final feliz.

Es un circulo vicioso

que contagia mitocondrias.

Quiero alejarme 

pero es inevitable mi rostro

en el fondo de un estanque.

Me quedo sin sueños 

ociosidad con olor a gas

que me arrulla en un mundo en off




​www.aeroletras.org/revista


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Andrés Paniagua

3/11/2015

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Desde la ardiente loma he bajado
al mingitorio fresco de la estación.
[Sandro Penna]

​
***

Es una operación simple
deslizarse de la cama.
echar a andar en pantuflas al miedo nocturno.
un pasillo.
una habitación.
inflorescencia de gotas
creciendo en la porcelana.

Qué horror el salvaje
olor del pino fresco.




​
***
​

Cumpleaños

podría no haber sido tan noche. quizá la una.
cuento trece años: soy un pingüino

entre muchos. todos jugamos y algunos
riegan la nieve

transformándola en una amarillenta
pista de baile.
desde lejos alcanzo a ver las llagas de un descompuesto suelo

arrastrarse hacia mí como una sábana tejida. “esto no es igual que
estirar los dedos apuntar y azuzar
la ansiedad”
no es tan

fácil” me digo.
enciendo mi lámpara entonces.

a tientas una sombra
empapa los patrones de mi piyama.

​

Andrés Paniagua es estudiante de literatura en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Ha publicado en las antologías Poetas Parricidas (Ed. Cuadrivio), In vivo Poetry (Acapulco Ediciones), 12 Doce (UCSJ). Ha publicado en diferentes revistas y sitios web, entre ellos Círculo de Poesía, Opción (ITAM), Flint! Magazine, TN, La rabia del axolotl y GusUltramar. Participó en la pieza colectiva Sesenta minutos de minutos (2013) y en la edición infantil del festival de arte sonoro, Germinal 2015 llevado a cabo en Casa del Lago. 
Actualmente forma parte del consejo editorial de la revista digital de poesía ENTER.
Recientemente fue traducido al árabe.

​

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Análisis

12/10/2015

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Adriana Ramírez Caballero 

Adriana le había sacado la vuelta a ese análisis por 4 días pero no más, no se haría solo, no esta vez, las letras no parecerían como sombra para parpados sobre camisa interior blanca de caballero, uno de cabellera ensortijada como suelen aparecer después de llorar.
Adriana miraba el documento en blanco, inexistente, sobre la pantalla del frio aparato que tiene la maldición de espantar la inspiración más arrebatadora con su encendido, lo miraba, como buscando entre caracteres prehistóricos algo que ya había escrito, algo que no recordaba y no lo recordaba porque ya lo había escrito, por ello no tenía necesidad de escribir, todo estaba dicho ya, todo lo había escrito ya.
Tomó las copias, desgastadas, ilegibles para ella, para nadie más. Las llevo frente a sus ojos tan frenéticamente como si leyera braille con sus pupilas, dejando el rastro de café intenso sobre las hojas -nadie las leerá de nuevo- decía, así que no importaban las manchas de los ojos.    
Leyó, leyó y continuó así, leyó pero sin entender, leyó pero sin dejarlo pasar a su mente, a su sangre, a su piel como se lee la poesía, eso no pasó, no se sentía en las uñas o como escalofrio que corta la espalda, no.
Adriana recordaba que era leer, entender, ser la letra, ser con la letra, revivir el cadáver de papel, “ese cadáver está muy muerto” pensaba – Tendrá años decía.
El análisis seguía ahí, pálido, seco, vacío. Las yemas de los dedos no ardían en deseo por poseer las teclas, -pobres teclas- decía. Estaban solas, frías y ansiosas como los sueños que nunca se alcanzan. El documento virtual eso era, pero no se haría solo, -pero que bueno sería- decía.
Los pétalos de poesía, como flores a los cerdos caían de la cama, a un lado, abajo, hacia arriba, de espalda estaba mirando al techo como pidiéndole una explicación al modernismo, debía saberlo, ella era uno de esos productos sin identidad de la postmodernidad, lógicamente por eso no lo sabía. 
-No me gusta la poesía- decía, como si eso la excusara de ignorar lo que no sabía. –El análisis no se hará solo y es para mañana- decía como quien reza por salvar a desahuciado.
No entregarlo, ¿apenas se le ocurrió?, ella ya lo había pensado más veces de lo de costumbre pero si de algo se jactaba era de ser responsable, a tiempo, en forma y sonriendo; el límite del autorespeto sería no hacer ese análisis.
Se mesaba el cabello deseando que su negrura pasara a la página de blanco castrante, el mismo blanco de sus globos oculares, que cada cabello fuera letra y además en razón, correcta, con acento y mayúscula cuando debiera serlo; -como con las personas- decía – Las letras son como las personas, deben ser correctas en el lugar que estén y no debería haber mente o corazón sin letra en el- así pensaba y escribía, no decía, eso ya era mucho.
“Leer es derivar, escribir es integrar” pensaba, con ese pensamiento lógico que evadía para escribir o eso creía. Eso no se logra de la nada, algo pasa, -¿de dónde nace eso?- pensaba, bajando el medio cuerpo de la cabeza a las hojas caídas de la cama, en desorden las contempló, sus cabellos violaban todas las leyes de la física acariciaban suelo y poesía. La iluminación por cuenta del aparato más esclavizante desde la televisión, pero aluzan igual –solo por la luz- decía.  
Adriana le había sacado la vuelta a ese análisis por 4 días pero no más, ese análisis no se haría solo, no esta vez, o, ¿sí? 

​Chihuahua, Chih.
Lic. Letras españolas. 

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Poemas - Fernando Chelle 

8/10/2015

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Yo lírico

Poeta de la espuma circunstancial

cazador de recuerdos

de fragancias pasadas

avaro de ese cofre

donde descansa tu nombre

tallado a punta de diamante.

Poeta de un río, negro

como el abismo

y dulce como el oboe

alfarero de esa bohemia

hechicera de paso lento

ojos de fuego y manos de tierra.

Poeta del humo

cobijo del amor

que duerme y sueña,

descansa

en su nervio de ceniza alada. 

  

Calles de mi ciudad

En estas calles de la ciudad mía,

y extranjero en las calles de mi ciudad

yo tuve patria donde corre el Negro

por entre verdes islas

y fantasmas de viejos eucaliptos.

Farolito de papel

Excepcional exilio voluntario y voluptuoso

solitaria rebeldía

pasionalmente anárquica

sueño ensoñado de belleza

subjetiva, idílica,

terreno exquisitamente melancólico

en la naturaleza apacible,

divina

místicamente enamorada del poeta

llama de la eternidad.

Al Gran Sol

Ilumina el templo con el poncho

que hasta los ricos se verán deleitados.

Pon tus hebras de fuego extendidas

sobre la tenebrosa y profunda unidad.

Haz arder los rostros de los suicidas

para que con tu humo no se esfumen

y años de albañilería no sucumban

en un momento de derrumbamiento.

Entibia la guarida de la esperanza

que como un lagarto se dejará a-dorar

ante tu imperio de luz.

Infunde en mi tu poder,

haz que yo haga amanecer

encendiendo palabras y sonidos

colores y notas.


​
​Fernando Chelle. Poeta, ensayista y crítico literario uruguayo nacido en la ciudad de Mercedes en 

1976. Autor de los libros, Poesía de los pájaros pintados (Colombia 2013) Curso general de 

lectoescritura y corrección de estilo, guía para formular escritos correctos (Colombia 2014) y El 

cuento fantástico en el Río de la Plata (Colombia 2015). Ha formado parte de diferentes antologías 

poéticas. Sus poemas, ensayos y críticas literarias se han publicado en revistas, periódicos y 

portales literarios de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, EE.UU, España, México, Perú, 

Puerto Rico, Uruguay y Venezuela.  Administra el blog de autor PALABRA ESCRITA donde publica 

sus trabajos.  

Página web: PALABRA ESCRITA http://palabraescritafernandochelle.blogspot.com/

Correo electrónico:

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