Carla María Durán Ugalde
En las calles, en las universidades, en los campos de batalla ocurren las revoluciones. Nacen de la sed, y es tanta que aun cuando acaban no está saciada. Las revoluciones no implican treguas, las revoluciones son de toda la gente. Sin embargo hay revoluciones en privado, encerradas en paredes, solamente implican dos personas, y ahí en privado, en medio de una tregua, sin salir a gritar a la calle: cambian el mundo. El domingo 9 de junio Martín Santomé llega a una conclusión: necesita rentar un departamento. Es la única manera en la que puede estar con Avellaneda sin perjudicarla ni perjudicarse, sin ser un matrimonio a medias ni una aventura de mal gusto. Renta un departamento para tener el presente que quiere con Avellaneda. Lo renta para resolver sus miedos. Adquiere un espacio que lo libra del matrimonio y del Hogar (con mayúscula). El departamento tiene ese propósito. Es la solución de un problema casi matemático. Nada de ésta adquisición le dio algún indicio de que las paredes del inmueble eran una promesa de felicidad. Avellaneda conoce el departamento un 23 de junio. Aún no es el departamento de él y de ella, no es el lugar dónde viven el amor, es un departamento. Avellaneda se comporta como invitada y no como dueña del espacio. Es hasta después de dos veces de habitar el espacio, de ocupar la cama y ser testigo de sus besos y caricias, de llenar los cuartos de sus voces, que el departamento es suyo. Las paredes ya no los desconocen, son un cobijo tierno. Llega el día de la Dicha. La lluvia los encierra en el departamento. Y no pasa nada. Sólo la lluvia afuera, ellos en su refugio. Se sella el departamento como algo más que cuatro paredes: es el resguardo de sus querencias. Es el momento de mayor felicidad para Martín Santomé. Lo sabe porque en medio de la Dicha siente luto al saber que es un instante que morirá. En el contrato de la renta del departamento nada decía de una tarde húmeda en la que habría una frazada sobre los hombros de Avellaneda para revolucionarle toda la vida en un pedacito de tiempo, para saborear lo que es la felicidad. Nadie le informó a Martín que ahí, con la tormenta afuera, cambió el mundo. Bendetti, M. (2010). La Tregua. México: Punto de Lectura.
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![]() Por Lucía Rábago Canela y Carla María Durán Ugalde Un extraño folletín fue encontrado en el Museo de la Ciudad el día lunes pasado al hacer la limpieza previa al cierre del recinto. En la singular publicación,- la cual recuerda a las revistas turísticas que circulan en el país- se encuentran descritos distintos parajes propios de los cuentos de hadas, así como historias de farándula de personajes de dichos cuentos. El documento en cuestión, titulado Descubriendo Hacía una Vez, ha despertado la curiosidad de la comunidad científica, y a tan sólo unos días de su descubrimiento ya ha sido sometido a un sinnúmero de estudios y pruebas, pues la publicación (que inicialmente fue tomada como una broma o un ejercicio escolar) está impresa sobre un tipo de celulosa nunca antes visto y que, según su composición molecular, ni siquiera debería existir. ¿Es este descubrimiento una prueba de la posible veracidad de los cuentos de hadas? A continuación se aprecia una transcripción del contenido del folletín. Boulevard Felices para Siempre A tan sólo cinco minutos del precioso centro de Hacía una Vez se encuentra el icónico boulevard Felices para Siempre. La gran avenida, inaugurada en tiempos de la dictadura de las hadas, ha sido el hogar de las parejas principales por generaciones. La preciosa vialidad presenta una hilera de cuidadas propiedades cuyos estilos oscilan entre el barroco y el neoclásico, pasando por varios chalés de jardines pintorescos y olor dulce. Un precioso camellón abarrotado de flores de la estación funge como la espina dorsal de la larga hilera de santuarios de descanso, consiguiendo una atmósfera de armoniosa uniformidad entre los palacios dispares. Playa Nereida Si se recorre la carretera 32 en dirección al este a las afueras de Hacía una Vez, después de tan sólo treinta minutos de un majestuoso recorrido tropical se llegará a la Ruta Costera. Ésta está compuesta por un total de 12 paradisíacas playas de arena blanca, aguas cristalinas y cálidos besos de sol. Sin embargo, entre todas las playas que conforman la Ruta Costera, hay una que destaca por encima de todas las demás. Se trata de Playa Nereida, una pequeña bahía encajada entre dos imponentes riscos a la altura del km. 41, cuyas aguas tranquilas son el destino de verano de las migraciones de sirenas que recorren los mares del este. Es posible observar las colonias de sirenas a distancia desde un mirador establecido en la cima de uno de los riscos, aunque en los días subsecuentes a las características tormentas de mayo las sirenas entran a la playa para tomar el sol y descansar. La mayoría de los especímenes presentan un carácter más bien tímido, aunque si se les ofrece algún obsequio es posible establecer comunicación con ellas. El Camino de los Desentonados En Bremen querían tocar los músicos, pero ¿de dónde salieron los músicos? El atrevimiento de ambicionar la música viene de Hacía una Vez. A las afueras de la ciudad se puede recorrer el bello camino rural por el que viajaron los cuatro amigos en dirección a Bremen. Con la imaginación correcta, en cualquier punto de la vía se pudio conocer el burro con el perro, aquellos dos con el gato, los tres con el gallo. Tal es la hermosura del paso que todos los tramos son lo suficientemente honorables para que haya ocurrido el momento crucial en el que uno de los amigos se añade al grupo. El trayecto culmina en la tierna cabaña de madera por la que decidieron renunciar a Bremen. El Pozo del Sapo En la plaza central de Hacía una Vez se encuentra uno de los monumentos más icónicos de la ciudad. Se trata del Pozo del Sapo, un antiquísimo pozo de cantera que, según la leyenda, fue escenario del encuentro de los primeros gobernantes de Hacía una Vez: la princesa María Emilia y el príncipe Vicente, apodado El Sapo. Hoy en día, el mítico pozo está en excelentes condiciones debido al constante trabajo de mantenimiento que se le hace, y es el destino favorito de las parejas de enamorados, pues se dice que “si allí se sella una promesa de amor con un beso, dicho amor será inmune a cualquier hechizo o maldición.” NOS LO CONTÓ UN AVE ENCANTADA Lo Lujoso del Palacio no la Ató Los bailes pululan en Hacía una Vez, y los diminutos pies que calzan una zapatilla de cristal escasean. En las escaleras del palacio del príncipe encantador número 567 quedó el delicado calzado de la dama que lo enamoró en un baile. Las escaleras interminables escaleras de mármol helado entre el peldaño 18 y 19 quedaron abrazando el tacón de la zapatilla. Sentado en la escalera que le guardó una esperanza de encontrarla, el príncipe le pregunta a lo suntuoso del palacio por qué ni con su elegancia de piedra y oro, al ser tan grande e imponente no tuvo la fuerza de retenerla, por qué no pudo detener sus pasos. La Vergüenza Junto a la Choza La hija de uno de los múltiples emperadores que habitan Hacía una Vez ha sido rechazada por el resto de la comunidad aristocrática. La consentida princesa fue arrastrada de las lujosas habitaciones con tapices garigoleados hacia la pestilente choza de un porquerizo. De los perfumes y vestidos con encaje al lodo y los harapos. En pleno patio junto a los cerdos la princesa regaló cien besos al joven encargado de cuidar de las bestias, todo por ambicionar un puchero que tocaba la melodía de su mal. El avergonzado emperador ha enviado a la princesa de vuelta a los lujos de su hogar pero ahora en un palacio de verano hasta que pase el escándalo. Ahora se encuentra lejos de dónde se revuelvan los cerdos pero continúa cantando: “Yo bien pude ser casada…” Andersen, H. C. (1997). El Porquerizo. (G. Raebel, Trad.) León, España: Everest. Grimm, W. a. (1914). The Four Friends. En J. H. Fasset, The Beacon Second reader (págs. 44-53). Boston: Ginn and Company. Perrault, C. (s.f.). La Cenicienta. Recuperado el 8 de Mayo de 2015, de Ciudad Seva: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/fran/perrault/la_cenicienta.htm Por Andrea Domínguez Saucedo
Evelio Rosero es un escritor y periodista colombiano, que en el 2006 escribió la novela titulada “Los ejércitos”. Ésta relata la historia de un profesor de pueblo, que ya anciano sufre el conflicto armado entre el ejército y los guerrilleros; entre cadáveres y desaparecidos, Ismael Pasos busca a su esposa Otilia. Hay un juego entre el personaje narrador y el lector. Es el juego del mirón; el narrador es el típico viejo mirón, que deja que sus ojos anden entre las faldas y blusas de las chicas. La narración convierte al lector en un cómplice, una mirón más que juzga e imagina lo que no ve –la tersura de la piel o la falsedad de la pena-, marcando tres momentos en la novela. Es mirar a Geraldina –donde empieza y donde termina la obra- un punto crucial en la narración, ya que las imágenes que Ismael tiene de ella se contraponen y enfatizan la situación del pueblo. En la primera parte Geraldina toma el sol, despreocupada, desnuda y tranquila en su terraza: “La mujer del brasilero, la esbelta Geraldina, buscaba el calor en su terraza, completamente desnuda, tumbada bocabajo en la roja colcha floreada.”(Rosero, p. 11). Las descripciones siguientes, tanto del pueblo como de los habitantes muestran una aparente tranquilidad, pero, así como Geraldina, bajo ellos un rojo guerra se extiende. En poco menos de 100 páginas, Rosero presenta a los personajes y los sitúa en un contexto donde la violencia sucede mas no es el principal –por lo menos no el aparente principal motivo- incentivo del movimiento en el pueblo. Sin más, el brasilero es llevado por el ejército, junto con sus hijos, en la noche y frente a Geraldina. Ocurre una nueva transformación de la imagen: “es otra Geraldina, y, al igual que Hortensia Galindo, se ha vestido enteramente de negro” (Rosero, p. 77). No sólo es ella otra Geraldina, la transformación alcanza a todos, el pueblo entero se ve afectado; más desapariciones, las muertes y las amenazas. Hasta el mirón deja de mirar para buscar a su esposa. Velozmente el pueblo se va muriendo, como las flores del jardín de Otilia, como los gatos y como los peces del estanque en la casas del profesor Pasos. Otilia no aparece, los desaparecidos no regresan y los que quedaban se están yendo. Nuevamente Geraldina es la representación del pueblo: “Geraldina desnuda, la cabeza sacudiéndose a uno y otro lado, y encima uno de los hombres la abraza, uno de los hombres hurgaba a Geraldina, uno de los hombres la violaba: […] se trataba del cadáver de Geraldina” (Rosero, p.202). Ahí, donde empezó (con el cuerpo desnudo de la mujer) es donde termina. Geraldina es la alegoría del pueblo, tanto del lugar como de la gente que sufre el despojo, la violencia y el olvido, un pueblo muerto y profanado por la violencia y el poder. Pasos es todos, los que desde el otro lado miramos el pueblo caer, desmoronarse entre balas y desaparecidos, somos los mirones que al final sólo esperamos que, sin importar el nombre, igual disparen. Bibliografía: Evelio Rosero. Los ejércitos. España: Editorial Tusquets. 2006 Por Carla María Durán Ugalde El país de más allá de las olas, dónde el mar es tan azul que convierte las piedras en zafiros, las mujeres más delicadas tienen cuerpos que albergan flores, hay un hermoso tono verde en la faz de los muertos y los gestos de los borrachos entre las bebidas calientes son dignos de admiración; suena tan maravilloso que de buscarlo por las calles nos tomaría la tristeza de la mano al resultarnos tan mundana nuestra realidad. Sin embargo, hay ojos con miradas que hacen de las nubes de tormenta un cielo de plata. El beso que sucede entre el pigmento y el papel de arroz de Wang- Fô regala paisajes gloriosos. El viejo pintor gusta de situarse cerca de las chozas de los campesinos, en los arrabales de las ciudades, observar los insectos y que su modelo para pintar una princesa su discípulo Ling. Un hombre inusual que anda por la vida sin mayor interés que el de tener la imagen de las cosas. Wang- Fô es pobre, a él no le importa, no desea más que pintar lo que ve. Vaga por el reino y con sus ojos le encuentra la cara a la luna del verano, va conociendo las montañas y los verdaderos colores de todo cuánto lo rodea. Con la edad Wang-Fô es un experto en encontrar un arbusto que es comprable con una mujer. La mirada del pintor siempre va en busca de lo más estético de lo cotidiano. El anciano cuenta con una habilidad tan superior para saber lo sublime de su alrededor que cuando conoce a Ling logra arrebatarle su miedo por los insectos y las tormentas tan sólo con mostrarle cómo está mirando. Ling queda convencido de que la pintura de su maestro le ha dado un alma nueva que transforma su realidad de manera inesperada hacia la consideración de la belleza como una constante. Aun cuando lo único a lo que se dedica Wang-Fô es a ser un nómada, el pintor ofende al Emperador con su obra. No lo acusa de ser un mal artista, lo acusa de haberle mentido: en el cuadro está plasmada la realidad, entonces ¿por qué el emperador no ve el mar tan impactante como en la pintura de Wang-Fô?, ¿por qué lo asquean las mujeres si deberían ser las mismas frágiles criaturas que retrató el anciano? De acuerdo al Emperador, Wang-Fô, no pintó el reino de Han como es, creó otro reino a partir de modelos reales. Las obras del anciano son tan distantes de la realidad para el monarca que está desilusionado de no reinar esas tierras de hermosos arrozales. Wang Fô es encontrado culpable de ese engaño. Además es acusado de provocar en el aristócrata el deseo de poseer ese hermoso reino y eso es imposible. Quien es amo y señor de todo aquello que ansía y no podrá tener es Wang-Fô. Por ambos crímenes será condenado. “Y para encerrarte en el único calabozo de donde no vas a poder salir, he decidido que te quemen los ojos, ya que tus ojos, Wang- Fô, son las dos puertas mágicas que abren tu reino. Y puesto que tus manos son los dos caminos, divididos en diez bifurcaciones, que te llevan al corazón de tu imperio, he dispuesto que te corten las manos.” (Yourcenar, 2013, pág. 26). El Emperador quiere terminar con todas las entradas a las maravillas que contempla Wang-Fô. Que sea imposible para el pintor crear otro increíble y falso paisaje, que se quede atrapada en su mente esa belleza imaginaria. Esas pinturas han arruinado toda ilusión y dicha que pudo haber tenido con la realidad. Sin embargo desea que la última luz de los ojos de Wang-Fô sea destinada a terminar una pintura de su juventud. “Todo en él atestiguaba una frescura de alma a la que ya Wang-Fô no podía aspirar, pero le faltaba algo (…) pues en la época en la que había pintado Wang, todavía no había contemplado lo bastante las montañas, ni las rocas que bañan en el mar sus flancos desnudos, ni tampoco se había empapado lo suficiente de la tristeza del crepúsculo.” (Yourcenar, 2013, pág. 29). Cuando comenzó con esa obra, Wang-Fô, aún no comprendía por completo lo divino del paisaje que pretendía reproducir en el papel. Era muy joven, en aquel entonces no había perfeccionado su capacidad de extraer lo delicadamente hermoso de la realidad. El genio del pintor está en el tiempo que se ha tomado para conocer el mundo que lo rodea. El Emperador, por su parte, no conoce el reino de Han antes que las pinturas de Wang. Pasó su infancia encerrado, los paisajes del artista fueron sus ventanas. Creyó que las pinturas de Wang eran una réplica exacta de lo que se iba a encontrar frente a sus ojos. Por ello se siente engañado, no conocía el mundo para reconocer que en las obras del anciano se revelaba un secreto precioso de lo cotidiano. La sensación de engaño del Emperador viene de un error en el orden en el que ha mirado las cosas. Ling es el resultado positivo de la maravilla que es ver cómo Wang-Fô pinta el mundo desde su mejor ángulo. El discípulo ya conocía la realidad, tal y como es, sin el brillo y el encanto que mantienen las pinturas de su maestro. Wang-Fô solamente le enseña qué es lo que está viendo en la realidad. Nunca propone que se imagine algo, todo es pintar paisajes reales, gente real, pero vistos desde una perspectiva que se deja encantar por ellos. El país de más allá de las olas no es otro que el reflejo de los destellos de belleza del nuestro. Todo lo que se queda en el lienzo cuando Wang-Fô pinta no es otra realidad, ni un lugar nuevo, es lo que la maravilla de sus ojos le permite apreciar. Después de conocer la verdad de los paisajes, de adivinar en dónde ocultan una delicadeza exquisita, el pintor a lo único a lo que se dedica es a dejarlos hecho color eterno. Quien puede reconocer en las pinturas de Wang- Fô al mundo visto con los ojos que viven para sorprenderse por la belleza, son personas hechas para escaparse en cualquier momento por entre las aguas verde azules de un mar de pintura fresca no hacía un lugar nuevo, sino hacia la mirada que cambia el mundo. Yourcenar, M. (2013). Cuentos Orientales. (E. Calatayud, Trad.) México: Punto de Lectura. Por Héctor García
La libertad aparece por caminos siempre misteriosos e inesperados que pueden llevar a un destino incierto. Hacia el fin de la guerra, los rumores de la victoria americana parecieran no cambiar la situación: los militares comienzan a dudar de su suerte; dentro de los campos de concentración, los espacios se reducen y la vida pareciera ceder a la limitación de los espacios. Las noches transcurren en un insomnio colectivo que es alimentado por la duda. Por fin, los prisioneros son conducidos hasta el tren que dará fin a su cautiverio En la estrechez de un vagón, con el aire limitado, el olor de la mierda, la angustia, desesperación y sudor pesando en el ambiente; la amargura manifestándose en el silencio. La bifurcación de las vías representa la aparición del destino, la dualidad y la decisión. El regreso a casa o un viaje a los campos de exterminio. El tren continúa hacia la dirección de los caminos que la libertad apunta; los prisioneros lo entienden: el vagón se ha convertido en su última casa, el hogar verdadero que conocerá el temor de la muerte en el alma y que recogerá los suspiros que alienta la resignación. por Monserrat Acuña ![]() Europa es algo más que una zona territorial. Es algo más que una península de Asia que se empeña en ser un continente. Sobre todo si nos referimos a las letras; la historia del pensamiento letrado está ligada a ese espacio continental. La mayoría de los filósofos que han configurado nuestra manera de ver el mundo nacieron ahí, fueron allá o hablaron desde aquel lugar. Por ejemplo, Borges, descendiente de un inglés que llegó a la pampa, pasó sus primeros años de juventud en el viejo continente. Él en Qué son los clásicos juega sus cartas: lo que conocemos como clásicos está directamente relacionado con la configuración de una idea de nación, el canon está definido por un grupo de lectores encerrados en una biblioteca. En Lisboa todos hablan de Camões y Pessoa; no obstante, en Alemania pareciera más importante haber leído el Fausto que la Tabaquería. Ovejero añade un punto a la discusión actual: la globalización, la migración y otros factores han hecho que los escritores no pertenezcan a un lugar en la tierra; además de que la clara pérdida de la fe en las instituciones que caracteriza a la posmodernidad ha generado que los escritores no crean si quiera en la noción de nacionalidad. Por lo tanto, la pregunta no puede centrarse en ¿qué es Europa? En su lugar es necesario preguntarse por la pertinencia de hablar de Europa como un lugar unificado más allá de los tratados políticos ¿dónde comienza Europa? ¿Cuáles son los límites de Europa? Y ¿qué pasa con las letras que en un momento fueron fundadoras de naciones? Décadas antes el pensador judío francés George Steiner se aventuró a contestar estas preguntas; proponiendo que es posible definir Europa a través de cinco elementos. El primero de ellos es que Europa comienza donde se encuentra un lugar acogedor donde recitar poesía, Europa está compuesto por cafés. Desde los cafés de Lisboa donde Pessoa escribía a los cafés de Viena donde todos sabían en qué mesa se sentaba Freud; el café es una oficina a modo, donde por una copa de vino o una taza de café el escritor tiene un lugar cálido en donde puede guarecerse del frío y trabajar durante todo el día. El segundo elemento está relacionado con la idea de Europa como un lugar transitable por el pie humano: entre un poblado y otro hay la distancia que un hombre puede recorrer. El tercer elemento se relaciona también con las calles pero concibiendo a éstas como un resguardo para la memoria. En Europa las calles principales llevan el nombre de las grandes figuras de la historia del pensamiento. Francia es un país que no sólo condecora a mariscales y héroes de batalla, sino que pone el nombre de reputados profesores y poetas a sus avenidas. Un paseo por el barrio latino es un paseo por la Historia de la Literatura Clásica. Europa es un lugar con memoria. El cuarto elemento la configura como el lugar que posee dos cunas: Atenas y Jerusalén. Racionalidad y Fe, elementos que componen el talante de ése personaje que el propio Derrida llamó el judío griego. Además, Europa es por ello la continuidad de lo que Husserl denominó “el milagro griego”, que consistía en la interminable tarea de la búsqueda de la Verdad. El quinto rasgo es más lúgubre. Este se refiere a la consciencia de finitud que sólo Europa puede experimentar: es una civilización que habrá de caer. Es la cultura que se mantiene mientras piensa su final. La propia teleología del proyecto europeo no puede prescindir de la idea de extinción. Europa es un lugar que es y no es, que se recibe y se construye y que por ello está ligado al ejercicio del pensamiento que se permite volver sobre sí mismo. Termino este comentario con muchas más preguntas de las que advertía al comienzo, ¿qué será de los escritores europeos contemporáneos, es decir, aquellos que aparecen en los albores del siglo XXI? ¿Cuál es la Europa de nuestro tiempo? Los movimientos humanos, los medios electrónicos que permiten que el escritor se autopublique, la desaparición de las fronteras, la irrupción del islam en el territorio europeo como un eco del siglo once, quizá; los Mcdonalds ocupando locales que antes albergaban librerías en el Boulevard Saint Michel en el centro de París. ¿Qué lugar tendrá el lector en esta nueva Europa, considerando que existe algo así como Europa? Bibliografía sugerida:
Por Monserrat Acuña
Pronto llegaré a Comala, he tomado el camino que sube o baja según la intención del viajero que se aventura al pueblo de Rulfo. El Padre Renteria tenía razón, en esta desolada tierra sólo pueden crecer naranjas agrias y arrayanes agrios, los suficientes como para olvidar que algunas vez existió el sabor dulce. Apenas pongo un pie en Comala y ya siento como se me atrasa el miedo, igual que a Juan antes de que lo mataran los murmullos. Aquí vive la muerte, su eco resuena como el relincho del caballo de Miguel Páramo y su galope es acompañado de la noche que se apodera de este purgatorio. En la posada de Doña Eduviges los gritos del ahorcado cubren las paredes del cuarto, afuera llueve agua engusanada y el aire sopla con un olor a podrido cargado de las cenizas que quedaron del rencor vivo en que se convirtió Pedro Páramo. Pobre Juan, cómo no iba a prometerle a Doña Dolores que iba a regresar, si la tenía ahí en la cama, apretándole las manos en señal de que lo haría y si había seguido prometiéndole aún después de muerta y con las manos entumidas por el estrujón sin vida de su madre. Pobre Juan, él esperaba ver Comala como la había visto a través de la memoria: un paisaje de una llanura verde, a veces amarilla por el maíz maduro, un lugar que iluminaba la noche y que olía a miel derramada. Pero cuando llegó quedaba nada, acaso el calor de comal que bautizó la tierra; o el rocío en los labios de Susana San Juan, la única amada. O bien, la culpa de los hermanos que se unieron sólo porque la vida los había acorralado ahí, sin nadie más. Tenían que poblar el pueblo, de lo contrario no habría ni un Padre Nuestro para las ánimas. Durante el día los murmullos están encerrados, nadie sabe qué harán. Pero al primer indicio de la noche se dicta la hora de los espantos. Las ánimas andan sueltas por la calle, colmando el aire con el olor obsceno del pecado. Ya no queda nadie que se encuentre en gracia de Dios, aquí los ojos no pueden alzarse al cielo pues están agachados de vergüenza. Y la vergüenza no cura ni perdona. Y al alba vuelven a esconderse los espectros, eternos habitantes del purgatorio que es Comala, aguardando a que algún incauto como yo venga y les dedique al menos un rosario. ![]() Por Monserrat Acuña Murillo Salón de Belleza es justo como la pecera donde nadaban los últimos gupis: turbia, verde y distante. Ante esto Bellatin nos ofrece dos opciones: mirar a través del vidrio empañado por el agua putrefacta o, mejor aún, sumergir el rostro dentro de ella y presenciar el perenne paso de la muerte, única soberana del Moridero. Bellatin construye un universo cerrado en el que la enfermedad es el pilar perfecto para la construcción de la prosa higiénica y fragmentaria del autor. En este breve acercamiento a la obra del escritor mexicano-peruano se propone una lectura a través del espacio, entendiéndolo como una alegoría del padecimiento, un lugar de encierro y metamorfosis. En el texto las transformaciones del espacio desempeñan un papel protagónico. La historia principal es la necrología de un salón de belleza que deviene en un lugar en donde los enfermos terminales van a pasar sus últimos días acompañados, a saber, en un moridero. El antiguo auge de la estética donde las mujeres se sumergían en la fuente de la eterna juventud para regresar más bellas, más lozanas; es ahora un espacio fúnebre y mórbido, cubierto por la higiene fétida y automática del cuidador de los enfermos. Ya no hay lugar para los espejos, ni para acuarios cristalinos. Sólo sobreviven un par de gupis que por el moho de la pecera es imposible contar: “Ahora que el salón se ha transformado en un Moridero, donde van a terminar sus días quienes no tienen dónde hacerlo, me deprime ver cómo poco a poco los peces han ido desapareciendo” (Bellatin, 2003, pág. 11) Además, es imposible separar la concepción del espacio y su relación con la enfermedad que puebla el Moridero, ya que los únicos que pueden habitarlo son aquellos que han sufrido también la transformación. Incluso a los cuerpos diagnosticados pero que aun no presentan síntomas se les niega el acceso. Cuerpo y Espacio, ambos concurridos y transitados por las llagas, por la orfandad, la soledad y por el mal que se disemina: “Es cada vez mayor la cantidad de personas que ha venido a morir al salón de belleza. Ya no solamente amigos en cuyos cuerpos el mal está avanzado, sino que la mayoría se trata de extraños que no tienen donde morir. Además del Moridero, la única alternativa sería perecer en la calle.” (Bellatin, 2003, pág. 13) El Moridero se configura como la opción para el abandonado, como la muerte digna —en donde dignidad es un plato de sopa y el sempiterno quejido de un compañero en el colchón contiguo. Es el lugar para quienes no poseen un “donde estar”. Y también es fundamentalmente una zona de encierro y confinamiento. El moridero posee una doble función. Por un lado es donde ocurre la clausura de los cuerpos contaminados y abandonados a la espera de la muerte. Hay una distancia con el mundo real que niega la posibilidad de contagio. Y también es un lugar de amenaza para los que son ajenos al encierro (nuestro narrador-personaje es el único con la facultad de entrar y salir de ahí). Es un territorio maldito y peligroso, un foco de infección que intentará ser eliminado por los vecinos, quienes fallan pues el miedo al contagio es mayor al odio. Es así como el salón de belleza se convierte en una isla. El olor nauseabundo, la contaminación y la muerte son la franja que impide el paso del exterior al interior. El propio moridero se encuentra ubicado en el centro de un barrio marginal: un lugar para la muerte en medio del mar de alegría, una dislocación circunscrita, una zona de excepción en donde sólo habitan las vidas que no tienen ya esperanza de ser gozadas. En esta carta topográfica es posible advertir la arquitectura de Bellatin. En medio de una colonia construye un espacio de confinamiento y exclusión que da alojo a sujetos despojados de toda identidad, de toda ilusión, sujetos cuya única certeza es la de un fallecimiento inminente. Así como la frontera entre la vida y la muerte, el narrador se encuentra entre lo interior y lo exterior. El espacio juega un papel fundamental en la novela, como una alegoría de la enfermedad misma. Incluso el último sueño del protagonista es no dejar rastro del moridero, regresar a la antigua gloria del salón de belleza, con sus espejos y sus perfumes y que cuando encuentren su cuerpo descompuesto y multiplicado en las cristalinas aguas de los acuarios “respeten la soledad que se aproxima.” (Bellatin, 2003, pág. 39) Bibliografía: Bellatin, M. (2003). Salón de Belleza. México: Tusquets. ![]() Por Carla María Durán La playa fue hecha únicamente para ciertas personas. Quien encuentra la arena molesta no estaba destinado para la costa, quien ve en ella magia dorada y poco le importa si pica en la piel merece admirar el mar hasta hartarse. Todo aquel afortunado de gozar de la sal en el viento tiene su manera particular de estar en la playa. Lilus Kikus, la niña de piernas largas, la doctora de las moscas y la fruta, va a Acapulco para descubrir que sus ojos y su piel fueron hechos para sentir el sol y llenarse de agua azul. La playa fue hecha para ella, no es una extraña al paisaje, se entrelaza con él y se fascina al encontrarlo hermoso. “Es una niña de conchas y caracoles, de grandes golpes de agua, que dan en su rostro como puñados de lluvia.” (Poniatowska, 2009) En la playa, Lilus es feliz, no solamente porque se reconocen como creadas para conocerse y divertirse juntas, sino que también porque inusual cual ella es, encuentra su propia manera de vivir la costa. Porque la niña ante todo ha de comprender el mundo con sus ojos que lo revelan extraño. “No es de esas niñas que van a la playa con palas, toallas, baldes, moldecitos y trajes para cambiarse, que estropean el paisaje marino con todo su equipo de bestezuelas mimadas. Lilus se divierte con lo que encuentra en la playa, conchas, estrellas de mar, agua y arena... Y con esas cosas que el mar deja a la orilla, que parecen tan bellas, y que no son más que un trozo de madera esculpido por las olas.” (Poniatowska, 2009) Las cosas que hace Lilus, las hace sin fijarse en lo usual. Ella está viendo un Acapulco diferente al que ven las demás personas. No es un lugar para esforzarse por verse guapa ni para lucirse, eso llega por casualidad. La arena no está hecha para ser moldeada, está para dejarla resbalarse entre los dedos de los pies, para sentirla con las manos. El mar es un ser cambiante y bello que susurra todo el tiempo. Deja alegremente que el sol la tueste. Las conchas y las estrellas de mar son joyas finísimas. La playa es buen lugar para soñar. La niña conoce el mar sintiendo la libertad de besar cada grano de arena si esa fuera la extravagancia que hubiera deseado hacer porque ese escenario fue puesto para unos pocos. Al ser Lilus uno de los afortunados seres que puede estar en la playa sin quejarse del calor, de la arena adentro del traje de baño, o de la sal en el agua, se encuentra en un espacio hecho para que lo encontrara. Ahí, aun siendo Lilus la niñita extraña, en la playa puede hacer lo que le plazca. La playa no es para todos y Lilus no es para estar en cualquier lugar. Dos peculiaridades de la naturaleza se abrazan y se hacen sentir bienvenidas. Hay agrado entre Acapulco y Lilus, se conocen descubriendo que ninguna de las dos sigue patrones, definiéndose más como excepciones. La playa que no sabe gustarle a todo el mundo y la niña que no sabe jugar con muñecas se hacen una compañía en la que triunfa la alegría de estar juntas. Poniatowska, E. (1 de Julio de 2009). Scribd. Recuperado el 30 de Enero de 2015, de Lilus Kikus- Elena Poniatowska: http://es.scribd.com/doc/16974363/LILUS-KIKUS-ELENA-PONIATOWSKA por Mitzi García Soberanes ![]() Que camine como buscando algún lugar, desesperada y sedienta bajo el sol de las 5 de la tarde quemando su espalda desnuda, sentirá un breve frio recorrerle el escote y tendrá que caminar o buscarse una distracción de 3 horas más para llegar a su encuentro en el Café Salamanca. Olaf sigue preguntando a los comensales si gustan iniciar con una taza de café, trae consigo la jarra llena hasta el tope, pocos son los que se niegan, y los que lo hacen son los nuevos. Olaf espera por el cliente de las costumbres, Liberato, el que se sienta en el mismo lugar, a la misma hora, el que pide los mismos bísquet y se tarda el mismo tiempo en terminar el crucigrama. Es el día en que le pagará todas las propinas acumuladas. Todo ocurre como debe ocurrir en las cafeterías, están los clientes frecuentes, los reconocidos, los simpáticos, los tristones, los que se van bebiendo en los vicios. Pocas veces intercambian palabras entre ellos, salvo algunos disculpe, con permiso o provecho. Saben que la condición que los tiene ahí no es la adecuada para intentar buscarse entre ellos; a la cafetería no llegan a consumir, al menos no al Café Salamanca, ahí llegan a refugiarse; es el escondite perfecto de los maniacos, los amantes, los perdidos, es sitio en el que se discuten conversaciones imaginarias que nunca se llevarán a cabo. Se cierran ciclos y se abren nuevos, están, por ejemplo Irene, la pintora que va sola y sin Nabor, está el gordo Joe, el paciente del doctor Yslas que se suicidará después de no tomar el analgésico. En el café Salamanca están los solitarios que se acompañan y comparten las horas de tiempo que dedican a reparase, cada uno está sumergido en su pensamiento y aunque ni se miren o se dirijan la palabra está ahí, necesitándose para saber que no son los únicos, que en realidad el mundo está lleno de los solitarios, aunque pocos son lo que se toleran en ese estado, en el que los ecos son mucho más fuertes. La comida y el calor que les da el café son una pequeña cortesía, un detalle lastimero que les muestra la lástima que otros sienten por ellos. Las luces anaranjadas que cubren el lugar se apagaran esperando por el día siguiente en que se encuentren los solos desesperados, con la cabeza baja para dejar que la rutina los tome por el cuello. Bibliografía: Carranza, J. I. (2003). Cerrado las veinticuatro horas. Gudalajara, Jalisco: Arlequín. |
carta topográficaEsta sección es un espacio en el cual hablaremos de los paisajes y lugares que han visto acontecer el transitar de la Literatura. Ya sean lugares fantásticos creados por autores o ciudades emblemáticas que han sido el motivo perfecto para dar paso a una historia. No importa si es París, Dublín, Narnia o Comala, aquí habrá siempre un sitio para cualquier lugar. Archives
Mayo 2015
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