Por Francisco de Jesús Ángeles Cerón ![]() La relación que la capital francesa tiene con las letras no es reciente. Ya en el siglo XII era una urbe a la que los intelectuales acudían buscando ganarse un lugar en el Nobile Castello de la historia del pensamiento. A partir de los años veinte y sobre todo desde de la época de la posguerra, si alguien quería contar en el Olimpo de las letras, sabía que debería encontrarse bajo las candilejas de París. Sin embargo, cada creador —desde el que se ocupa del lienzo hasta el que batalla contra la hoja en blanco— ha tenido su propio rincón desde el que se ha asomado al inagotable mundo que hay en París. Se ha dicho hasta el cansancio, incluso hasta rozar con el lugar común, que la capital de Francia es la ciudad más hermosa que hay en el mundo. No hace mucho Woody Allen, se atrevió a salir de New York para celebrar en una de sus cintas (Midnigth in Paris) la belleza de esta ciudad. Incluso un amigo mío que detesta el patriotismo en cualquier sitio y también la cultura de los franceses, me confesó un día que por defender París sería capaz de tomar las armas. Tal es la fascinación que ejerce en un hombre con los ojos bien abiertos, lo que se puede hallar desde la primavera hasta el invierno, en las calles de París. Albert Camus, por ejemplo, además de escapar de la posibilidad de morir de hambre —el demonio que acechaba su niñez—, dejó atrás el demasiado sol que había en su vida argelina, cuando llegó a las brumas de la ciudad que custodiaba un jorobado desde las torres de Notre-Dame. El futbolista que fue y que tuvo que renunciar a ser delantero, conformándose con defender la portería y así alargar la vida de sus zapatos, combinó la ética que aprendió pateando una balón, con un atuendo a la Humprey Bogart que le acompañó el resto de su vida. Esto sólo podía encontrarlo en París. Aunque no fue el “Barrio latino”, el espacio medieval del intelecto, quien cobijó con sus bares y tabernas, las andanzas parisinas de Camus. El Premio Nobel de 1957, prefirió otra esquina de París: el Boulevard de Saint-Germain de Prés. Un sitio glamuroso que en lo que hoy se llama “Place Jean-Paul Sartre-Simone de Beauvoir”, hace encontrar al pasado medieval y a la barbarie moderna: ahí descansa también lo que quedó —tras la Revolución— de la hermosa iglesia de Saint-Germain, donde dicho sea de paso, reposan los restos de Descartes. Camus era parroquiano habitual del “Deux Magots” que está justo enfrente de esa iglesia. Quién sabe cuántas veces ordenó un Café noir para guarecerse del frío y adelantar, sin perder la elegancia, algunas líneas en la redacción de sus obras de teatro y sus novelas. En nuestros días, el Boulevard Saint-Germain combina las chocolaterías finas con las tiendas de diseñador. Pero también, su estación de metro, sigue dejando al transeúnte frente a ese café en el que el existencialismo de Camus era además de una meditación sobre la figura de Sísifo, un rostro que esbozaba una sonrisa enmarcado con suéteres obscuros de cuello alto, que lo hacían comportarse frente a una cámara con la naturalidad de Alain Delon. En una cinta de la nouvelle vague no sería difícil imaginar que quien interpreta a un personaje que baja de un elegante Citroën par ser acribillado y aún ahí no perder la elegancia, podría haber sido Albert Camus. El pensador de la rebelión colectiva —que sin embargo rompió su amistad con Sartre cuando éste no pudo aceptar que un hombre rebelde comprometido pudiese existir más allá del comunismo—, vivió dentro de La Résistance y editando el periódico clandestino Combat, el mundo de la Francia ocupada. Un eco de aquello es lo que todavía puede escuchar el visitante de París cuando se sienta frente a una mesa y pide un café caliente o una copa de Champagne cobijado por el “Deux Magots”. El existencialismo francés y los pasos de Camus que, laureado en Estocolmo, se daba tiempo para agradecer a su maestro de primaria que le consiguió una beca para seguir estudiando, se fraguaron en buena medida en las mesas de ese café. Cuando el caminante cruza en el invierno el Sena y pasa frente a la Fontaine de Saint-Michel, ya va pensando en subir por esa calle, y justo antes de llegar a la Sorbonne, doblar hacia la derecha y caminar sobre Saint-Germain hasta encontrarse con el “Deux Magots”. Ahí siguen algunos, con sus abrigos y sus boinas vascas, anotando en cuadernos pequeños lo que probablemente después ensanchará los estantes de las librerías. No es difícil imaginarse a Camus ahí. Una vez más Mersault visita nuestra memoria. Y uno está seguro que Jean-Baptiste Clamence seguramente pasó por aquí antes de despachar desde las brumas holandesas. Camus y Saint-Germain de Prés es una relación indisoluble que también a su manera nos habla de París.
0 Comentarios
|
carta topográficaEsta sección es un espacio en el cual hablaremos de los paisajes y lugares que han visto acontecer el transitar de la Literatura. Ya sean lugares fantásticos creados por autores o ciudades emblemáticas que han sido el motivo perfecto para dar paso a una historia. No importa si es París, Dublín, Narnia o Comala, aquí habrá siempre un sitio para cualquier lugar. Archives
Mayo 2015
Categories |