 Ilustración Mariana Escoto Maldonado. Por Mariana Uribe Salinas
Quisiera dibujarte eterna, con alas de ángel. Describir tus labios en flor, descubrirlos cálidos. Hablar de tus brazos emplumados y de tus piernas infinitas, de sus formas redondas y tiernas: serranas. Escribir como respiro tu nombre en tus orejas perfumadas. Acordarme de tu frente y de tu coronilla, manantial de perlas saladas. Compararte con todas las cosas benditas y etéreas, blancas. Quisiera, mas no se me ocurre pensar nada. Nada que no te hayan dicho ya. Nada que no haya pensado otro. Niña, levántate pronto. El día amanece aunque aún cierres los ojos. Límpiate la cara y déjame observarte desde la cama mientras te coloreas los párpados y los pómulos. Desayuna aunque no tengas hambre. Piensa en el frío y en otro día largo, lleva los zapatos planos; y no te vayas sin decirme adiós, mujer, Adiós. Escúchame gritar “te quiero” desde la entrada y deja que la puerta decida sola si te sigue y se cierra o si me espera abierta. No hagas viento con tu prisa. Déjame observarte otro rato, a ver si se me ocurre algo más original. Déjame pensarte en el cuadro chueco de la cabecera, en las tablas de la duela que rechinan. Haré para ti una alegoría de la ropa sucia que he olvidado recoger del piso. Déjame quererte a ti y a las arrugas que se te hacen en la frente cuando te sorprendes. Déjame salir de casa medio vestido a encontrar el lugar de tu auto vacío. Me pongo los zapatos y salgo a buscarte, te seguiré con mi olfato de perro el día entero. Hasta no poder más. Y cuando esté cansado y vuelva a casa escucharé al chofer del autobús felicitando a las pasajeras. Y sólo podré pensar en el contacto de esas espaldas de diosa contra el asiento negruzco de la ruta 10. Agradeceré que tengas tú un auto, aunque yo me la pase persiguiéndote a pie.
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 Ilustración: Mariana Escoto Maldonado Texto: Andrea Domínguez Saucedo En tres exhalaciones siento como mi respiración se hace la del mundo. Con el horizonte iluminado, multicolor, las luces de la urbe se van despertando; montones de puntitos, luminosos, titilantes, vivos: mis concertistas. En la cima alzo las manos, marco el compás. Entran percusiones, allá, al fondo donde los cerros se erigen tímidos dando el ritmo, el rumbo. En cielo y tierra los metales, entre autos y rumores los pasos de los caminantes. Cuerdas que suben, suben y luego caen, vibran, mis brazos las llevan, dando la entrada a las danzantes notas del piano, suaves entre los compases de avenidas y semáforos. Creciente luminosidad, en la hora en la que las nubes ya no dejan sombra, y en los ojos me quedan como reflejadas, con un último soplo del día, las luces desde adentro tatuadas. |
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