![]() Lunes. 10:08 h. Frente al ordenador intento escribir el cuentario que me brinde la beca para salir de casa de mis padres. Para dejar de atender a una bola de snobs que mi salario en la librería de los espectaculares amarillos. Una beca que por fin valore mi talento como escritor. Hace un año dejé la carrera en letras. Los maestros no sabían ni mierda. Creen que sólo por tener un título entendían el verdadero sentido de Finnegans Wake. Joyce como Bolaño no se entienden a partir de referencias. Ni el Ulisses ni 2666 se trasmite en una revista arbitraria. Me canse de mis compañeras tan pulcras, tan ñoñas y tan pendejas; como Adriana, memorizando versos de Lope para impresionar a la clase. 12:38 h. Entro a la una. Ni verga, en la noche escribo. Martes. 11:00 h. Me cagan los comerciales de Spotify, Interrumpen al maestro Dylan. Este mes pensé en pagar la suscripción del premium, pero ayer me chingué todo en caguamas. Fui con los camaradas del Work. El Mouse puso su casa. Estuvo bien vergas. Hablamos de la Nueva antología de Poesía Mexicana Contemporánea Nacidos en la década de los ochenta. La manera en que logran explicar lo que veo. Sólo ellos me comprenden. Ellos y los poetas malditos. Nadie me entiende en esta sociedad, bueno, quizá sólo el Mouse. Leí a una poeta rusa Nikita Sungatov: “ya nada puedo deberle a este día Ha llamado por teléfono el activista de izquierda Dmitri Kuzmin El poete liberal Ha escrito un verso sobre mí Lo demás puede quedar Para otro día” Los versos me hicieron pensar en Adriana, mi ex novia. La extraño. La extraño en estas mañanas cuando mis padres no están. Extraño su cuerpo. ¡No! Sólo extraño su boca. Extraño introducir mi miembro erecto en su cavidad bucal. Extraño presionar mi pensé en su garganta. Extraño sus dientes pacientes de ortodoncia que mis vellos púbicos hicieron su hogar. Ella como Dmitri Kuzmin eran activistas. Adriana asistió por más de dos años a todas las marchas pro feminismo. No falló a ninguna hasta el día que la mataron. 12:47 h. Otra vez voy tarde. Otra vez no escribí el cuento que me hará ganar 20 mil pesos para pagar la suscripción del Spotify. Miércoles 6:02 h. Mi jefa tiene estudios médicos. Soy su chofer particular. Lo único que ese hacer bien según mi padre. El cabrón no sabe ni mierda. No entiende mis versos. Mis rimas. Si al menos quisiera leer mis borradores sabría que no soy un holgazán. Algún día haré guiones para series originales de Netflix. Ya lo verá el wey. Mi madre ya se subió. No me saluda. Se encuentra enviando cadenas con esperanza de ser menos hija de puta a mis tías. Las viejas que critican que no sea ingeniero como todos mis primos. Las viejas que al igual que mi padre piensan que la felicidad está en una camioneta del año. La CR-V le gustaba a Adriana, creo que le gustaba más que yo. El día que me di de baja de letras me sugirió estudiar ingeniería civil como mi padre. Trabajar en la constructora familiar y comprarle una CR-V, ¡pinche vieja interesada! Terminamos tres días después, el mismo día que la asesinaron. 12.38. Mi madre apenas va saliendo del hospital. Y yo, ya voy tarde al jale. Jueves.13.07 h. Veo el celular. Abro la app de Bancomer. Ayer me depositaron. Ya sólo me quedan 458 varos para toda la quincena. Compré un par de libros de Gregor Rezzori e Irwin Welsh. He visto más veces Trainspotting que vaginas en mi vida. ¡Puta Adriana! ¿Por qué te fuiste? ¿Recuerdas cuando querías ser una repostera profesional, nada más porque viste Julie &Julia? Te dije que trabajar en Starbucks no contaba como experiencia profesional. Te emputaste, abriste la puerta en medio de la vía más rápida de la ciudad. Eres una pendeja. Te grité. Cerraste la puerta y seguimos el trayecto. Hoy descanso. Me gustan los días que descanso porque leo. Sólo los poetas malditos entienden esta soledad. Cierro los ojos. La voz de Morrisey me tranquiliza. “The queen is dead”. Tú eres mi reina, Adriana. 19:28 h. No he escrito nada. Me estoy desesperando. Necesito dinero. Necesito ser escritor. Soy escritor. Siempre lo he sido. Las palabras no fluyen frente al Mac. Lo intentaré en papel. Tengo mi moleskine edición Star Wars frente a mí. Las hojas son lo suficiente sepias para que no me moleste la luz artificial. Tomo una pluma. Es tu pluma, Adriana. Una Swarovski con una pinche gata rosa japonesa. ¿Te he dicho lo que me cagaban tus gustos orientales? ¡Qué bueno que estás muerta! ¡Qué bueno que abortaste las veces que te embaracé! 22:35 h. No puedo escribir. La culpa la tienes tú, pinche Adriana. Me tomo un clonazapam para dejar de pensarte y de paso para poder dormir. Ya mañana escribiré. Ya mañana. Viernes. 11:05 h. Fui a correr al Club de Básquetbol. Encontré a unos compañeros de la High School. Me sorprende que aún me recuerden. Nunca fui popular. No escuchaba sus mamadas de Metallica. Yo me encontraba con Joy Division. Estoy de nuevo frente al Mac. Al fin las palabras fluyen. Es el cuento que me dará la beca que tanto necesito. Cuento la historia de un chico que nadie lo comprende, sólo los poetas malditos. Un chico que asesinó a su novia. Lo titulé: “The queen is dead”. Andrea Lárraga (San Luis Potosí, 1994) es licenciada en Lengua y Literatura Hispanoamericanas por la UASLP. Tiene un Diplomado en Creación Literaria por IPBA. Se desarrolla como asistente de investigación en el programa de Estudios Literarios del Colegio de San Luis. Docente de bachillerato. Soñaba con escribir para la revista Vanidades pero la academia la reformó.
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