Sandino I A Sandino le gustaban las drogas, no había nada que le gustara más, decía que podía controlarse, nadie le creía, sin embargo, era un tipo tranquilo. A los doce probó por primera vez un cigarrillo de mariguana, como era normal, sus pulmones trataron de liberarse del humo rápidamente, tosió desesperado las primeras fumadas. Así no se hace, mira, debes jalarlo con la garganta y solito se irá. ¿Ves? Después lo sueltas por la boca o la nariz. Ya sé, no es mi primera vez, es solo que estoy nervioso. Simón, como tú digas. Al llegar a casa Sandino se acercó a la cocina. Ya vine ma’. ¿Dónde andabas? Con Carlos, en su casa, me invitó saliendo de la escuela, puedes preguntarle a su mamá. Carlitos, ese niño no se me hace de confianza, ¿ya le viste la facha? Esos pantalones parecen de su hermano, le arrastran mucho y se los anda pise y pise, ¿y su papá? Nunca está en la casa, por eso Aminta siempre anda hasta las manitas, claro, le hace falta un hombre que la ponga en cintura. Ya sabes que no me gusta que vayas a su casa, Sandino. Solo fui porque tenemos un trabajo en equipo ma’, no pasa nada, además no me cae muy bien, su hermano es muy raro. Ándale, lávate las manos que ya vamos a cenar, despierta a tu papá. Sí ma’. Pobre Sandino, lo hubieras visto, güey, el joto no dejaba de llorar por su jefa. Ese bato es así, jamás le cortaron el cordón. Ojalá con eso aprenda y ya no siga con sus chingaderas. Supe que se quiere ir al otro lado, por un pedo que tuvo su hermano, el que jala allá. Quién sabe, pero seguro no vuelve a pararse por aquí. Pinche bato, cómo se le ocurre. A los quince ya no le servía la mariguana, se las arreglaba para tener dinero suficiente siempre, hasta se daba el lujo de invitarle a los demás. El éxtasis les llegó por sorpresa, la encontraron en la mochila del hermano de Carlitos. ¿Qué será? Ni idea, hay que preguntarle. No seas güey, nos la va a quitar, mejor hay que usarla y vemos qué pasa. Le entro, pero aquí no, vamos a llevárnosla y mañana la probamos. Solamente había cuatro, decidieron tomar una cada quien y guardar el resto, por si acaso. El punto de reunión, la casa de Sandino, su cuarto siempre cerrado con seguro parecía ser el mejor lugar. Qué onda ma’, ya vinimos, estaremos arriba jugando. El rostro de la señora Estela se frunció, apretó los labios en desaprobación pero siguió lavando los trastes sin siquiera voltear, solamente asintió con la cabeza. Vente, aquí cada quien está en su pedo. Con permiso, señora. Pásale, pásale. Hay que esperar que se vayan, irán a la hacienda de Don Enrique, dice mi mamá que quiere ofrecerle un nuevo trabajo a mi papá o algo así. Ya investigué cómo se usa, solo hay que esperar. Don Esteban, su padre, era uno de esos nuevos ricos, trabajaba cerca del presidente municipal, de hecho, casi no trabajaba, todo lo hacía su chalán, Petros, su hijo mayor. No sé, Esteban, ese muchacho no me gusta nada, no quiero que Sandino se meta en problemas por su culpa. Tranquila, mujer, tienen quince años, qué problemas pueden tener, además, el muchacho es inteligente, no sé por qué desconfías de él. Hay algo que no me termina de gustar, y su hermano es, ya sabes, rarito, no me gusta. Cálmate, solo viene a divertirse, mejor que estén en la casa a que anden en la calle molestando al pueblo. Alístate, ya mero es hora, mija. Al fin la casa estaba sola, Sandino bajó a la cocina por un par de cervezas de Don Esteban, dos Kloster heladas, una en cada bolsa del pantalón y subió de regreso al cuarto. ¿Empiezas o empiezo? No, tú primero. Ya dijiste, pero no te vayas a sordear, después vas tú. Carlos colocó la diminuta dosis en su lengua y le dio dos tragos a su cerveza. Vas, no se siente nada, pa’ mí que ni son drogas. A ver, me toca. Sandino partió a la mitad la pastilla, primero la colocó en su lengua y salivó, la tragó. Después, colocó la otra mitad e hizo lo mismo, solo que esta vez se ayudó con la cerveza, bebió más de la mitad. No se siente nada, nos quedan dos, pa’ dentro de una vez, total, qué puede pasar. No pasó mucho, al menos en los primeros minutos. No obstante, ambos cerraban los ojos y movían la cabeza como siguiendo el ritmo de una canción. Se quitaron las playeras y se veían burlonamente. La droga empezó a cobrar efecto y, sin saber por qué, la boca de Sandino resbalaba por el pecho de Carlos, él bajaba sus pantalones y sudaba fuertemente. No pasó nada, solamente se besaron y reían desesperados. Sandino apagó la luz, no la soportaba. Carlos, invadido por la euforia, saltaba por todo el cuarto mientras el sudor de su cabeza escurría. Sandino empezó a molestarse y lo corrió de la casa. Carlos no opuso resistencia, solamente se fue corriendo, tropezando con su propia estupidez mientras volteaba y le mentaba su madre a Sandino. Me besaste, pinche jota, gritaba. La luz del cuarto se encendió, la visión de Sandino se confundía con el foco apuntándole directamente. En cuanto observó una silueta cruzarse por su disminuida visión, soltó un puñetazo a lo que pensó era un rostro. Gotas de sangre en los nudillos, lágrimas mezcladas con sangre en la cara ajena. Sandino alcanzó la sombra y la jaló del cabello. Tú no te metas. Este es mi cuarto, lárgate al carajo. Se volvió a recostar y cerró los ojos. Una cobija para cubrirlo, una caricia en su cabello, una cruz dibujada en el aire y un beso en la mejilla, se cerró la puerta. II No lo hagas Petros, ¿qué futuro puedes tener allá? Ni siquiera hablas inglés. Yesaidú, momi. Ay, amá, no creo que sea tan difícil aprender. Tú cállate Sandino, tu hermano apenas y mastica el español. No me ayude jefecita. Yo sé que me irá muy bien, tengo el trabajo seguro. ¿Y con qué papeles? De eso ni se preocupe, ya tengo quién me cruce, nos va a salir re barato. Nos va a salir, dice. ¿Quieres que lo paguemos nosotros? No lo vea así, mírelo como una inversión a largo plazo, ustedes me emprestan ahorita y yo se los voy pagando con el tiempo, así ustedes recuperan lo perdido. ¿Y nosotros qué ganamos? Esa es la mejor parte, ganan la felicidad de su hijo mayor, su orgullo, su Petros. Me cae que usté está lucido. Usté diga que lles, de lo demás ya yo me encargo. Ta bueno, déjeme pensarlo. Ya no ha venido a tu casa Carlitos, ¿ya no son amigos? Sandino titubeaba al intentar explicar su ausencia. Sí, solo que está castigado porque ha reprobado muchas materias. Le dije que yo podía ayudarle a estudiar, pero no quiso. Mijo, deberías buscarte nuevos amigos, ahí tienes a Felipe, su familia está muy bien acomodada y se ve que son gente re fina. Sí, mamá, mañana intentaré platicar con él, ya lo verás, no te preocupes. Oye, ma’, ¿por qué nunca me enseñaste a hacer trenzas? Preguntó Sandino mientras agachaba la mirada. Su madre solamente siguió haciendo lo suyo y pareció no escuchar. Sandino estaba a punto de cumplir dieciocho años. Su amistad con Carlos jamás volvió a ser la misma, simplemente dejaron de hablarse, solo se veían en la escuela. Los padres de Sandino estaban tranquilos, sobre todo la señora Estela. Sandino jamás supo por qué Carlos lo evitaba, hasta que decidió confrontarlo a la salida del colegio. ¿Cómo te atreves a preguntar, pinche cínico? ¿Qué ya no te acuerdas, marica? Si no te detengo, me coges, pendejo. ¿De qué estás hablando? Si tú fuiste quien me besó, Carlos. Yo ni siquiera sabía que eras puto. Yo no soy puto. Pues yo tampoco, pero me besaste como la jota que eres. Así que jálale, no me gusta que me vean al lado de un marica como tú. El speed llegó a sus manos a cambio de una bicicleta. Le habían contado que los efectos eran mejores que los del mdma, solo que era un poco más cara. Lo valía, él solo quería divertirse, además, sabía controlarse, siempre lo decía. Incluso cuando se encontraba tirado en su cuarto, sudando frío y temblando. O cuando la saliva le inundaba la cara y pedía más. Lloraba, jalaba su camisa y pedía más. Tú no eres puto, Sandino, se decía. El puto es él, a ti te gustan las mujeres. ¿Qué hay de Sandrita? Ella te gustaba, hasta la trajiste a tu casa, la besaste como un animal, te encantaba su perfume, ¿te acuerdas? te encantaba su vestido, te encantaban sus zapatos. No te la quisiste coger porque ella no estaba lista, eso no te hace menos hombre. En verdad te encantaban sus zapatos, aunque nunca se lo dijiste. A la señora Estela le preocupaba la delgadez de Sandino, de hecho, era a la única que le importaba. ¿Qué no lo ves, Esteban? Está muy flaco, deberíamos pedir ayuda. Deja de chingarlo, mujer. Primero le quitas a sus amigos, ¿ahora quieres llevarlo con un loquero? Es que tú no lo has visto, se pone muy agresivo. Y cómo no se va a poner agresivo si no dejas de darle lata, tú déjalo, ya se le pasará. Estuvo bien canijo, güey, pobre Sandino. ¿Neta? Sí, dicen que hasta tuvieron que dar una lana para que no saliera nada en los periódicos. Ya me imaginaba algo así, esas cosas no se olvidan tan rápido. Pobre bato, con razón se va. Ya sé, dicen que lo vieron muy cambiado, ojalá haya aprendido la lección. Así son los jotos, bien nos decía Carlos. III Sandino ya ni siquiera se escondía para hacerlo, así hubiera tenido un buen día, lo hacía. Él lo llamaba jugar al gato, cuatro líneas blancas directo a la nariz y la sonrisa aparecía como resultado del juego. Pero mírate nomás cómo estás, Sandinito. ¿Qué fue lo que hice mal? Tú no tienes la culpa, ma’. Le decía. ¿Por qué nunca me enseñaste a hacer trenzas como las que usas? Mira en lo que has terminado, ¿en qué te fallamos? ¿Es por lo de Carlos? Al escuchar el nombre expulsado de aquella boca materna, Sandino tomó las trenzas de la señora Estela con fuerza y le estrelló la cabeza con el marco de la puerta. Los berridos se adueñaron de la habitación. Los porqués sin respuesta retumbaban en las paredes y Sandino la azotaba una y otra y otra vez. Se quedaba sin llanto, las venas de su cuello y manos sobresalían de la piel y sus fuerzas se iban extinguiendo, así como la fe de la señora Estela al no poder ayudar a un hijo después de que todo se ha hecho polvo, o al saber que es el polvo el que ha acabado con él esta vez. Un rostro deshecho, inidentificable, vergonzoso y patético adornaba la alfombra del cuarto de Sandino, quien al terminar prendió un cigarrillo y alcanzó el control remoto, encendió la radio y se puso a tararear una canción. Tres horas de sueño, el abrir de ojos que se encuentra con la obra que el artista por fin concluyó, la sonrisa que sugiere un logro concebido, tomar las trenzas de Estela, cortarlas, soltar uno a uno los cabellos, premio de consolación para un Sandino despreocupado y maltrecho. Se dirigió a la habitación de sus padres, husmeó por los cajones mientras sus manos tropezaban con trapos viejos, ropa afelpada para el frío, sábanas deslavadas y el tesoro que hurtó de a poco con los años. Por fin era todo suyo: las pantaletas cuyos holanes no alcanzaban a apretar la desvanecida cintura de Sandino, sujetadores de diversos colores que se probaba a escondidas desde pequeño, los labiales siempre rojos que durante años usó la señora Estela. Tú no eres puto, Sandino, te gustan las mujeres, te gusta su cabello, sus aretes, sus vestidos, sus zapatos, sobre todo sus zapatos. Tomó el vestido dorado con el que la señora Estela había recibido a Don Enrique y a su esposa en la cena que ofrecieron para agradecerles el nuevo trabajo de Don Esteban. Se lo puso, calzó unos tacones bajos en los que apenas cabían sus huesudos pies y se miró al espejo mientras lloraba de rabia, de desesperación, de vergüenza. Tú no eres puto, pero ella se lo merecía, ahora todo esto es tuyo y no hay nadie que te lo pueda quitar, ahora nada más te va a faltar, si acaso hay una cosa, ahora solo te falta aprender a hacer trenzas, Sandino. Adonai Uresti es estudiante del 8vo semestre de la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericanas en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Ha sido becario del festival interfaz- ISSTE los signos en rotación 2017. Organiza el Primer Congreso Nacional de Creadores Literarios (CONACREL), próximo a desarrollarse en la ciudad de San Luis Potosí en junio de 2018. Organizó y participó en el Primer Foro Nacional de Lingüística y literatura (FONALL) en San Luis Potosí en agosto de 2017. Participa como colaborador en la revista multidisciplinaria internacional Liberoamérica (Actualmente) Participó como colaborador en la segunda edición del Fanzine Caína Participa como colaborador en la Revista Morbífica (Actualmente).
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