Las paradojas siempre intentan resolverse, le decía a Julián mientras fumábamos el último cigarro. Antes de irnos a casa él volteó la cabeza y me dijo: estás bien pendejo, güey. Por eso te va como te va. Al llegar, lo primero que hice fue sentarme con mi padre, le conté todo. ⸺Pues estuvo bien mijo, si la hubieras perseguido te habrías visto muy rogón, además, hay tantas viejas como partículas de agua. No te cierres, ya ves que cuando dejaste a la Esme luego luego se te olvidó por la Dani. Así hazle ahorita, ya búscate otra. De inmediato mi madre interrumpió. ⸺Si la amas debes luchar por ella, perseguirla, darle unas flores, un detallito, así nos gusta a nosotras, sentirnos importantes. ⸺ ¿Y qué hace uno cuando necesita averiguar qué quiere? Será posible decirle ¿me dejas pensar si quiero dejarte o perseguirte? solo dame cinco minutos. ⸺No, ella se iría con la idea de que no la quieres, porque así somos, o nos quieres o simplemente no. Entonces me detengo a pensar en la paradoja de dejarte ir. Podría perseguirte ahora, alcanzarte antes de las seis, llegar a la terminal, decirte que lo siento y esperar lo mejor de ti. Prefiero recostarme y seguir fumando hasta quedarme dormido, hasta que la herida de la incertidumbre se aplaque con volutas de resignación. Aplasto un objeto con mi cabeza. Es tu reloj. Lo supe: la excusa perfecta, la señal infalible de lo que debía hacer. Me pongo los pantalones, la camisa que más te gusta, salgo y mi madre sonríe, le codea el brazo a mi padre en señal del triunfo de sus expectativas. Mi padre me dice: cómo eres pendejo, cabrón. Camino a la parada del bus, demora un poco, pero aún tengo media hora para alcanzarla. Me siento en la primera fila para poder salir disparado en la esquina correspondiente. Una niña alta y tierna se sienta junto a mí y me sonríe mientras toma su café. El bus se llena totalmente, gente se sostiene sobre gente, comienzo a sudar. El chofer acelera y me percato de que no escuchó mi petición de bajada. Entonces grito con euforia que debo bajar y frena de un jalón. La niña me tira el café en la camisa. Está arruinada, espero que a Dani no le importe. Salgo corriendo, como lo planee antes. Las calles están repletas de gente, justo este día. Al doblar a la siguiente cuadra, un camión de carga ocupa parte de la acera para estacionarse, me hace perder varios minutos, qué hijo de puta. Continúo y en las escaleras de la estación una anciana baja lentamente con la poca ayuda que le brinda su bastón. La tomé de los hombros y la hice a un lado. Sigo corriendo y en mi camino un niñito distraído cae a mis pies con su bicicleta. La madre rezonga que es mi culpa, no tuve cuidado, que voy a pagar los daños de la bici, que su hijo no tiene que ver, es un niño, él no sabe. Le pido disculpas, le explico que tengo prisa pero ella no cede. Le doy mi número y le pido que me pase la factura. ⸺¡Factura tu madre, wey! ⸺Está eufórica, me da un puñetazo en la cara y el estómago, me tira al piso. El niño se llena de valor y me arroja la bici en los testículos. No tienen piedad. Pienso en tus ojos, en lo que me hacen sentir, en tu risa, esa que me levanta. Me apresuro, estoy cerca. Dani, no te vayas, por favor, decide registrar maletas, por favor, sé la última en subir a ese bus, no subas a ese bus, voy por ti, para siempre por ti, no necesito cinco minutos, no quiero pensarlo, soy un cursi de lo peor, soy un pendejo, soy lo que dicen todos, pero voy por ti, ya casi… Entro en el andén y el autobús despega en reversa. Es tarde. Cinco minutos tarde. Hago señas al chofer. Me ignora. Corro hacia el bus en movimiento y comienzo a golpear la puerta. ⸺¡Sólo necesito entregar esto, maldita sea! El chofer hace señas a los policías, me agarran con rudeza y me vetan de la terminal. No más golpes. Es todo. Enciendo un cigarro y como el niño de la bici, me siento a llorar. De pronto una voz conocida… ⸺¿Qué estás haciendo aquí? ⸺¿Dani? El autobús, ¿lo perdiste? ⸺Sí, no abordé. ⸺Creí que estabas decidida, fui un tonto al no luchar, al no seguirte ¿por qué no subiste? Sonrió y soltó sus maletas. ⸺Me di cuenta que olvidé mi reloj. (Iguala de la Independencia, Guerrero, 1996) Diana Laura Garrido Guadarrama estudia el octavo semestre de la licenciatura en Letras Hispánicas por parte del Instituto de Investigación en Humanidades y Ciencias Sociales de la UAEM. Ha participado en encuentros literarios de la Universidad Autónoma de Morelos y la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Formó parte del grupo/taller Guateque de Letras y ha publicado cuento y ensayo en la revista Re-evolución, Efecto Antabús y Revista Asalto.
1 Comentario
María Agustina Morales flores
10/4/2018 09:24:23 pm
Excelente relato, con mucha emoción, y un final bonito. No extenso, eso me gustó. Y el tema excelente para esta vida que se está viviendo.
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