Está sentada en el sillón pensando que más puede hacer, aparte de estar sentada ahí, en su aparente lugar común desde hacía tres semanas. Salió de la universidad, ahora son vacaciones, no tiene ni idea de qué hacer durante el periodo vacacional, tan solo se levanta a las once de la mañana, desayuna y se va a sentar a ver la televisión. Por lo menos ahora transmiten el mundial de fútbol, ve todos los partidos, no es aficionada pero es lo que está de moda, y le gusta ver a los jugadores, sobre todo a los europeos. Ella se siente más europea de lo que en realidad es. Voltea a su izquierda y ve la mesita en donde está el teléfono. Su celular lo había dejado en su cuarto cargándose, pero se sabía el número de teléfono de la casa de una de sus amigas, pensó en llamarla pero hasta eso le daba flojera, se sentía desganada, desanimada. Tal vez estaba demasiado aburrida porque no sabía que más hacer, una de sus mejores amigas le dijo que se la pasaría trabajando para juntar dinero para el nuevo semestre, para no tener que pedirle a su papá, que según ella, “era un inútil”. Una semana después de que empezaran las vacaciones consideró la idea de salir de su casa a buscar un empleo, pero no tenía motivaciones para hacerlo. Siempre que quería algo, mamá o papá se lo compraban. Tenía una hermana menor que se la pasaba en su cuarto viendo la televisión, acostada. Pero su hermana tenía diez años de edad, y la jovencita sentada en el sillón, de nombre Cailín, recordaba que cuando ella misma tenía esa edad, no era tan malo pasársela todo el día viendo la televisión. Además, Hasna, su hermana, no estaba de vacaciones, tenía ya tres días en cama porque sufría de un cuadro intenso de gripe, por eso ahora no asistía a la escuela. ![]() Cailín tenía ganas de orinar pero no tenía ganas de levantarse del sillón. ¿Y si llamaba a su amigo Hugo? Tal vez solo para saludarlo, tal vez para pedirle algo más. ¿Sexo? Para nada, estaba demasiado enfadada para tener sexo. Estaban transmitiendo un partido del mundial. Cailín lo estaba viendo, su hermana estaba arriba, su padre trabajando, su madre trabajando, sus amigos ocupados en sus cosas, ver televisión todo el día, quizá. No. No veían televisión todo el día, o a lo mejor sí, pero no se enfadaban como ella lo hacía. ¿Por qué no se enfadaban como ella? ¿Por qué siempre pensaba que las otras personas se divertían mientras ella se aburría en su casa? Se divertían, no le cabía duda, porque todo marchaba en su contra, o tal vez no se le pudiera llamar así, pero ella así lo sentía. O quien sabe, ya no sabía que pensar. Se acomodó en el sillón. Suspiró. Volteó hacia la ventana que daba a la cochera, no podía imaginarse qué hacer. Podría subir y preguntarle a su hermana cómo seguía, pero no tenía caso, no se la llevaban muy bien. Cailín pensaba que su hermana tenía todo el amor de sus padres y Hasna sentía que ese afecto era al contrario, todo el amor para su hermana mayor. Podría ir a la tienda a comprar algo, pero no se le ocurría qué. O podría levantarse a ir al baño a orinar, o a la cocina para tomar agua. Pero no podía levantarse. ¿Qué? Así es. Intentó. Nada. Le dolía la espalda. Pensó en su papá, quien ahora debería estar en su oficina acomodando papeleo, viendo contratos, pensando en qué haría para defender a la señora Hernández quien no quería repartir la herencia de su madre con sus hermanos, papá sabía que eso era una falta, tal vez administrativa, Cailín no lo sabía, pero su papá sí y tenía que inventar algo para defender a la señora, tal vez convencerla de que lo mejor era repartir la herencia, dejarse de tonterías como Cailín misma; debía dejarse de tonterías y levantarse al baño. Su mamá ahora estaría en su consultorio dental arrancando de tajo algunas muelas del juicio, haciendo endodoncias, regocijándose viendo cómo los ojos de sus pacientes de boca abierta y anestesiada lloraban mientras ella enterraba ese diminuto taladro que pulverizaba sus nervios con su insoportable chillido. Se imaginaba a su mamá utilizando esa pequeña aspiradora para sacar toda la saliva de la boca de sus pacientes para que no se fueran a ahogar. Ella. Esa mujer tan linda de nombre Sailor, la cual sus padres habían llegado de Dinamarca a Guadalajara cuando ella era pequeña, y que le había heredado a sus hijas, Cailín y Hasna, el más hermoso de los rostros y los ojos más azules que los mexicanos pudieran imaginar, y un cabello de un tono rubio muy particular, y el más lindo de los apellidos, aunque fuera el segundo; Dahl. Cailín Torres Dahl estaba aburrida. Si tan solo tuviera alguna motivación para levantarse de ese sillón e ir a hacer algo productivo con su vida, como trabajar, como preguntarle a su hermana cómo seguía, como orinar, algo podría cambiar. Pero no quería cambiar, estaba realmente cómoda sentada en ese sillón. De pronto le comenzó a dar sueño, hasta el partido de futbol estaba aburrido, así que lo mejor que se le ocurrió fue cerrar los ojos y dormir un rato, como si las nueve horas que había dormido durante la noche no hubieran sido suficientes. Cuando despertó, Hasna estaba sentada a su lado. —¿Qué haces? —Le preguntó. —Me siento mal —contestó ella. —¿Qué tienes? —Preguntó Cailín. —Me duele la cabeza y la garganta, no se me quita la gripa y estoy mareada —dijo ella. —¿Quieres que le hable a mis papás? —Preguntó su hermana. Ella dijo que sí con la cabeza, Cailín llamó a su mamá. Su mamá fue veinte minutos después de que le hablara, por entonces ya eran las dos de la tarde y Cailín seguía sentada en el sillón viendo la tele. —Hola —dijo la mamá al entrar a casa. Sus hijas la saludaron—. ¿Cómo te sientas, amor? —Acarició el cabello de Hasna. Ella contestó que un poco mejor, aunque solo fuera porque su mamá ya había llegado. Cailín miraba a su mamá mientras le tomaba la temperatura a Hasna. Luego la mamá la volteó a ver. —¿Y tú qué has hecho? —Le preguntó. —¿Qué? —¿Que qué has hecho? Te la pasas ahí sentada todo el día, por lo menos deberías irte a ayudarme al consultorio. Cailín suspiró, pensó en contestarle algo a su mamá, pero ella tenía razón, era una floja que no hacía nada, debería irse a trabajar, debería hacer muchas cosas de las que no tenía ganas de hacer, como la simple nimiedad de levantarse e ir al baño a orinar, ya hasta se le habían pasado las ganas. —Ven, mi amor, te voy a dar una pastilla. Se levantó del sillón junto con Hasna y se la llevó a su cuarto, tenía treinta y ocho grados de temperatura. Hasna se acostó en la cama y su mamá le dio una pastilla para bajarle la temperatura, poco a poco comenzó a sentirse mejor. Cailín cambiaba de canal, ya hasta se había cansado de ver la televisión, comenzaba a sentirse un poco mareada y le dolía la parte de atrás del cuello. Apagó la tele. Suspiró otra vez. Miró a ambos lados tratando de buscar algo con qué entretenerse, pero no había nada, solo lo mismo desde hacía tres semanas, pensaba que en realidad nunca se había percatado de qué tantas cosas tenía su mamá en la sala, y no era nada, simplemente sillones, mesitas, el librero y la televisión. Se le ocurrió que tal vez podría agarrar un libro y comenzar a leer, pero la idea la aburría. Miró su consola de videojuegos que estaba sobre el mueble, debajo de la pantalla, pensó que podría jugar, pero también consideró la idea de no hacerlo porque su mamá la volvería a regañar porque no hacía nada. Miró el teléfono otra vez. Seguía pensando en esa llamada que tal vez no haría para saludar a su amiga o para planear hacer algo juntas por la tarde, tal vez salir al centro, ir a Chapultepec, o a una plaza, algo interesante, hasta volvió a pensar en la idea de hablarle a Hugo por lo menos para saludarlo, para preguntarle qué tal le iba en sus vacaciones, para que él le contestara: “pues, aquí ando en la chamba, ¿y tú?” Yo no. Pensó. Fijó su mirada hacia el comedor. Tal vez podría hacerse algo de comer, un sándwich o algo interesante, o tal vea agarrar unas galletas del paquete que estaba sobre la mesa. A decir verdad no tenía nada de hambre, su cuerpo no necesitaba comida si no hacía nada más que estar sentada. Pasó por su mente la idea de que podría engordar, pero la verdad era que cada vez que miraba hacia abajo, veía un vientre delgado de años de comer la comida que su mamá le hacía, nunca había sido una niña golosa que comiera todo lo que encontrara, al contrario, su mamá la regañaba si no se comía la sopa y las verduras que le había preparado, así que engordar en los dos meses de vacaciones era absurdo para ella contra todos los años de comer la comida buena de mamá. Podría ir al gimnasio. Pero no tenía caso, ella no tenía ningún objetivo, todos los que van es por algo, sentirse mejor, el médico se los recetó, bajar de peso, verse mejor, pero a ella le gustaba cómo se veía, en realidad nunca le tomaba mucha importancia, no se obsesionaba con su físico, no se la pasaba todo el día mirándose al espejo, no le importaba realmente. Tantas cosas qué hacer en una ciudad tan grande y no saber qué hacer, eso era algo tonto, tanto que ella lo pensaba muy seguido, pero la idea de salir a hacer algo sola le aburría más que el hecho mismo de quedarse en casa y no hacer absolutamente nada. Tenía que ingeniárselas para hacer algo interesante. Pensó en abrir un libro de la universidad y ponerse a repasar todo lo que habían visto durante el semestre, pero no tenía la mochila a su alcance, estaba en su cuarto, y su cuarto estaba a muchos pasos de distancia del sillón, lo cual implicaría que tendría que levantarse e ir por ella para sacar algún libro, y la idea le causaba flojera. Podría volverse a quedar dormida, pero su mamá la despertaría diciéndole que era una floja y todo lo demás que se le ocurriera, como solía hacerlo. ¿Qué podía hacer? Tenía todo el tiempo del mundo para hacer algo, pero no tenía la suficiente imaginación, ya no podía jugar con sus muñecas como cuando era una niña, ya era universitaria, las muchachas de la universidad no juegan muñecas, no permanecen todo el día viendo televisión sentadas en el sillón, salen a trabajar para ganar su propio dinero, tal vez por responsabilidad, tal vez tan solo para que sus padres no les digan que son unas flojas, por cualquiera que sea el motivo, Cailín no se estaba comportando como una universitaria y ella lo sabía. No se le ocurrió nada. Volvió a encender la televisión. Su mamá se fue de vuelta al consultorio, le dejó el termómetro a Cailín y le dijo que si su hermana se volvía a sentir mal se lo pusiera para ver si tenía la temperatura elevada, y que si eso pasaba no le diera otra pastilla, que le pusiera una toalla mojada en la frente para que se le bajara, eso le dijo su mamá. —Y piensa si es así como quieres pasar tus vacaciones, Cailín —le dijo antes de salir por la puerta. Claro que no era así como quería pasar las vacaciones, era solo que no encontraba la manera de ponerse a hacer algo, le podría ayudar a su mamá en el consultorio pero la verdad era que le daba flojera. Podría tal vez ayudarle a su papá en la oficina, pero su papá vivía estresado y ensimismado en sus cosas, no era mala persona, pero el estrés a veces lo hacía ponerse de malas, aunque muy pocas veces en realidad lo expresaba. Ya no tenía ganas de orinar. Ni sed. ![]() Despertó cuando ya eran las ocho de la noche, estaba lloviendo y los truenos caían de vez en cuando iluminando la sala. La luz estaba apagada y la televisión encendida. Abrió los ojos y tardó un momento en darse cuenta de en dónde estaba. Tenía frio. Cualquier pensamiento cerca de la confortable realidad se esfumó cuando trató de levantarse para ir por un suéter. No se pudo levantar. La espalda y las piernas le dolían, pero muchas veces antes le habían dolido, ese no era el verdadero problema. Trató de despegar su brazo del brazo del sillón pero su piel se estiró junto con la tela que cubría el mueble, no como si se le hubiera pegado con algo que se hubiera derramado, si no como si estuviera en verdad jalando esa tela, como si fuera un chicle pegado en la suela que se estuviera tratando de desprender del suelo o de la suela misma. Sintió pánico. Entonces, volteó a ver su otro brazo, el que descansaba sobre el asiento del sillón, trató de despegarlo igual que el otro pero no pudo hacerlo, sintió dolor cuando su piel se estiró junto con la tela del sillón. Trató de levantar su espalda y piernas del asiento, pero toda ella estaba adherida al sillón como si fuera una calcomanía, y le dolía la piel cuando se le estiraba. —¿Qué está pasando? —Preguntó. Estaba muy asustada. El frío se le había quitado. Su hermana estaba arriba. Llovía. La televisión encendida le mostraba el canal de noticias y la devastación que las inundaciones habían hecho en el tren ligero, veía cómo la gente escapaba y nadaban hacia los que los rescataban con tablas de surf. Deseaba estar ahí. Ayudar. Ser una víctima de las que salvan. Ser alguien. Que el mundo se diera cuenta de que existía. Hacer algo. Eso era lo que deseaba. Si se hubiera decidido en llamar a su amiga o a Hugo y salir con ella o él, no se hubiera quedado pegada al sillón, ahorita tal vez estaría saliendo en las noticias, ya fuera salvando gente o dejándose salvar por alguien más, pero sería reconocida, no estaría pegada. Gritó. Lanzó un alarido con el nombre de su hermana invocándola, pero Hasna estaba dormida. La pastilla que le había dado su mamá la había relajado tanto que sus ojos ya no quisieron seguir viendo el techo y se cerraron metiéndola en un sueño tranquilo y confortable que se sentía bien, la cama la abrazaba y acariciaba haciendo que no se revolviera lo más mínimo por alguna pesadilla que apareciese, aunque tal no aparecía, al contrario, su vientre subía y bajaba lento, un ritmo demencial pero reconfortante, mientras la lluvia seguía cayendo del cielo formando una sinfonía agradable en los oídos de Hasna mientras su cerero lo digería y le mandaba señales a sus nervios de un estado de relajación total, en el cual ya ni siquiera escuchaba esa sinfonía, y en el cual también, ya no escuchaba nada que no fuera relajante, como los alaridos de su hermana pegada al sillón. Cailín volvió a gritar el nombre de su hermana. Nunca había estado tan asustada. Apagó la televisión. Trató de despegarse otra vez pero no pudo, su piel le dolía cuando se estiraba. Pensó que debían ser como las ocho o tal vez un poco más tarde, no tardaban en llegar sus papás para que la ayudaran. De pronto pensó que era una estupidez, ¿qué le dirían sus padres? “Ya ves hija, te dijimos que te pusieras a hacer algo si no te ibas a volver parte del sillón”. Sí. Así es. Recordó que su papá era a veces un poco bromista y en una ocasión le dijo eso en forma de broma, que si no hacía nada se iba a volver parte de eso, y ahora mismo estaba pasando, aunque ella nunca creyó que las palabras de él fueran a volverse realidad, y aunque seguía pensando que era una locura estar pegada al sillón. ¿O el sillón estaba pegado a ella? ¿Cuál era cuál? Ahora pensaba que tal vez la vida es tan absurda que en realidad todo el tiempo había estado esperando pacientemente en la sección de blancos del centro comercial a que sus padres la compraran y se la llevaran a casa, que ella siempre fue un sillón, o que tal vez ese siempre fue el destino, que el sillón la estuvo esperando todo el tiempo para poder devorársela, solo tenía que encontrar una oportunidad, que sus padres no estuvieran o que ella enloqueciera, y ambas ya estaban presentes. Volvió a gritar. Hasna descansaba. El verdadero horror (si no había comenzado ya), comenzó cuando de pronto Cailín comenzó a sentirse succionada hacia el cojín. Su rostro comenzó a llenarse de tela, y ahora cuando gritó, la tela se estiró alrededor de su boca ahogando el grito. Ahora cerró la boca y comenzó a asfixiarse. Trataba de respirar en vano. Nada más pasaba. El sillón se la seguía tragando mientras ella seguía reprochándose la idea de no haber salido a buscar trabajo. Recordó algo que le dijo su papá alguna vez, “el sabio de papá”, así solía llamarle; “hija, evita el sedentarismo lo más que puedas, es causante de enfermedades y el peor de los consejeros, recuerda siempre que el trabajo es la mejor distracción, y el trabajo honesto es lo mejor que hay”. “El sabio de papá”. Y ahora recordaba sus palabras mientras seguía luchando por tratar de respirar, pero eso solo la debilitaba más. La tela era dura y no quería soltarla para nada, el sillón tenía hambre de Cailín, tal vez siempre estuvo sentada sobre la boca abierta de un cocodrilo sin darse cuenta. Dicen que cuando uno se ve atrapado en sus fauces, tiene que enterrar sus pulgares en sus ojos amarillo de doble párpado de lagarto para que le duela y uno pueda soltarse, pero la cuestión radicaba ahora en que Cailín no podía mover ni una pestaña, estaba siendo devorada y envuelta en su totalidad por esa tela café claro. Y ahora no pensaba en nada, solo escuchaba como si estuviera sumergida en una piscina, o como si estuviera despertándose, como uno suele escuchar en cualquiera de los casos; voces distantes. La puerta de la entrada se cerró y escuchó la voz de sus padres. Trató de hablarles pero solo pudo pensar. Ayúdenme, por favor, estoy atrapada. Tenías razón, papá, ahora te voy a obedecer. —Por fin Cailín se levantó del sillón, ¿verdad? —Dice papá. —Sí, pero dejó la tele prendida —contesta mamá. Hasna baja las escaleras y saluda a sus padres, les dice que se durmió “bien rico un ratote”, eso les dice. —¿Y tu hermana? —Pregunta papá. —No sé —responde Hasna. —¿Ya te sientes mejor? —Pregunta mamá. —Sí —responde Hasna. —Cayó un tormentón —dice papá. —Sí, comenzó cuando me empecé a quedar dormida, pero ni los truenos me despertaron —dice Hasna. Se sientan a ver la televisión. ![]() M. M. González Mi nombre es Alberto Miguel Mendoza González, escribo bajo el seudónimo M. M. González, soy originario de Sayula, Jalisco, tengo 23 años y cuatro hermanos, estudié la primaria en Ciudad Guzmán y la secundaria en Sayula, actualmente vivo en Ciudad Guzmán, desde pequeño soy admirador de Stephen King y la primera película que vi de él fue Eso. Comencé a escribir a los dieciocho años cuando compré un libro de Stephen King y me inspiró para comenzar. Mis ideas nacen de pronto y de cualquier cosa, historias de la vida cotidiana tan solo con un pequeño giro inesperado, así como es nuestra vida, algo impredecible, no como pasa en la realidad, si no como pudiera pasar si en algún momento se rompe ese delgado hilo entre la realidad y lo absurdo. Siempre me ha impresionado una frase de Stephen King sobre el asesino en serie famoso de los cincuenta, Charlie Starkweather, que dice, que “su mirada no parece nada maligno o diabólico, sino algo inhumano, algo vacío; como si las luces de una casa estuvieran encendidas pero nadie estuviera dentro”. Actualmente suspendí mis estudios de Letras Hispánicas, llegando a segundo semestre en septiembre de este año 2018, por falta de recursos económicos. Mi mayor deseo es llegar a ser el Stephen King latinoamericano, escritor de novelas de horror.
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