Escena en un cementerio«Todo está corrompido», eso es lo que pensé hace tantos años. —Queríamos traerte de vuelta. Enfrente de la tumba había una persona hincada limpiándose las lágrimas. Había un ramo de flores, comprado minutos atrás, alegrando la lápida. Detrás de la persona hincada había un sujeto de pie observando al otro con tristeza. —Creí que después de tanto tiempo me habrían olvidado: ella casada o viajando por el mundo, él metiéndose en problemas como siempre y tú en algún otro país con tu propia librería. —Ninguno de los tres te olvidamos. Ella tenía planes de dejar la ciudad, pero no pudo porque sentía que era su responsabilidad regresarte. El sol comenzaba a ponerse. El cielo era de un azul muy claro y había algunas nubes rosas moviéndose lentamente con el viento, como si quisieran ser testigos de lo que estaba sucediendo. El que estaba hincado sollozaba hasta que tomó aliento para volver a hablar. —Yo me sentía enfermo por el mundo. Regresaría por mi cuenta como lo hice. Nunca pedí que me trajeran. —No puedes culparnos. Te queríamos a pesar de todo. Tardamos años en saber cómo lo hiciste y, cuando lo descubrimos, dudamos en continuar, pero, al final, seguimos adelante. Preparamos todo al pie de la letra; sin embargo, no nos atrevimos a hacer lo que tú habías hecho, así que decidimos que fuera uno de nosotros. En ese momento, ella se ofreció voluntaria. No sé si fue la locura la que se apoderó de nosotros. Él fue quien lo hizo, —lo dijo mientras se acercaba para tomarlo del hombro y le señalaba la lápida con el dedo—ya que no podía ser de otra manera. Mientras agonizaba, esperaba que aparecieras para verte al menos una última vez antes de que su vida se terminara por completo. Pero no lo hiciste. Algo salió mal. Días después él no soportó la culpa y se colgó. Ella fue llevada por su familia a su ciudad natal; está enterrada allá. —Yo fui quien arruinó todo. —Sí, así es. El que estaba hincado se puso de pie. Las últimas lágrimas recorrieron su cara y suspiró. Observó el cementerio y sintió que encima de las lápidas estaban los muertos apuñalándolo con sus miradas. Un sentimiento se elevó con fuerza en su interior. Los dos ahora estaban parados y veían con zozobra el nombre de la tumba. —Es insoportable. Nada ha cambiado. Y así, mientras el último rayo de sol tocaba la tierra antes de oscurecer, él desapareció. El cementerio se quedó completamente solo. Emmanuel Alejandro Godínez Romo estudiante de la licenciatura en Letras Hispánicas en el Centro Universitario del Sur en Ciudad Guzmán, Jalisco.
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