Me desconecto de mis pies y viajo en una pecera. Contemplo la ráfaga de imágenes que me regala la ventana. Al mismo tiempo, mis divagaciones son interrumpidas por el alto volumen de la orquesta norteña y su violenta aceleración. El piloto venció a la luz, burló el tiempo, retó el sonido y superó el rayo. Burlando el semáforo y despistando a los policías de tránsito. Compitiendo con otros camioneros a llanta y acelerador por más pasajeros y retando el reloj. Jugando la vida de los viajeros. En una de las paradas continuas que hace el chofer, se abre el telón. El volumen de la música se esfuma por el viento y la multitud entra en suspenso. Entre el silencio, se escucha unos pasos chillantes, y poco a poco se va asomando una criatura con un extravagante peinado de borrego, de un teñido casi similar al del arcoíris. Con una postura activa, pero con dudosa alegría y un maquillaje que recorre la poca tinta derretida a causa del sol en la cara. Saluda con entusiasmo a su valioso público con su simpática presentación. — ¡Je Je Jey! Muy buenas tardes a toda mi gente, Llegó con ustedes el payasito más guapo del mundo. El amigo de todos los niños y el terror de las suegras. Con ustedes… llega… Teponcho el chimuelo. Entre una pésima actuación y un carisma tan inigualable que sólo él sabe hipnotizar al público, empieza a contar sus rutinarios chistes. Aunque el ambiente parece mostrar apatía por el cansado transcurso que brinda el viaje o por cualquier otro problema personal que llevan en el equipaje mental, el payaso no se detiene para poder ganarse una sonrisa y empieza a contar una anécdota. —Un día iba hablando tranquilamente por teléfono mientras caminaba por un callejón para llegar a mi casa. En eso, se me aparece un ladrón y me dice: “dame tu celular o te violo”. Gracias a Dios aún sigo marcándole a mi mujer para ver cómo está. Las risas se hicieron notar. Las caras largas se convirtieron en una melódica hilaridad, y muy contento continuaba el payaso maniobrando sus chistes, burlándose al mismo tiempo de sus humillaciones. ¿Acaso está obligado a reírse de sus problemas? Pero al parecer es algo en lo que menos le importaba. Ha convertido el camión en un carnaval de felicidad. Después de un largo trayecto de un espectáculo cómico, suspende el show y con un simpático humor se despide. —Gracias a todos por su atención, esto ha sido una pequeña demostración de lo que es el arte popular del payaso callejero, persona que guste cooperar con alguna moneda se los agradecería mucho. Pero no se preocupen, si no tienen dinero, regáleme una sonrisa que con eso me basta. Pero no sean abusivos, no puedo llegar a la casa solo a almorzar sonrisas, nombre llego al baño y nomas voy a cagar puras carcajadas. No se crean mi gente, sin más que decir pasaré por sus lugares por alguna monedita. Sin dejar el humor a un lado, se desplaza ante la multitud mendigando alguna moneda con un equilibrio por la brusca aceleración del chofer. Al terminar de cobrar por su acto, hace un último agradecimiento, despidiéndose y bendiciendo a todos por su amabilidad. Baja del autobús y se cierra el telón, convencido de alegrarles el corazón a las personas. Ante el sucio cristal del camión, observo al payaso alzando la vista al cielo como si estuviera buscando a Dios. Haciendo una familiar señal de cruz y ante plegarias le escucho susurrar: —Señor mío, te ruego por mis hijos, un escenario más, que el show debe continuar. Edgar <<Mere>> Téllez (Tijuana, Baja California, 1994) perdido en el lugar más feliz del mundo y de las borracheras eternas. Estudiante de la carrera en Lengua y Literatura de Hispanoamérica en la Universidad Autónoma de Baja California (UABC). Actualmente cursa el séptimo semestre. Participó como creador en el segundo congreso nacional de la universidad de Guadalajara en noviembre del año 2017.
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