I Hay condena por darle al hombre lo divino. Quitan hígados y quitan voz, encadenan. Robaron la palabra a los de la lengua de fuego —lo promet(e)o no fueron los únicos-- que titánica faena bajar de sus pupitres, bibliotecas, de sus nubes las letras entregándolas a ti, a mí, y ya no solo desecho de su alta estirpe. La cólera de los demiurgos, en su olimpo castillo de humo, todavía cae sobre aquellos que pies en tierra dicen, escriben con tan bajas letras. Ellos bajan con pluma dorada a decirnos: “Ya no es lengua de fuego”. II En el camino de espejos Donde soy tres, a la vez uno —soy infinito-- no puedo salvarme solo. Escucho el eco de palabras fisuradas por el tiempo. Un recuerdo se cuela entre mis oídos para volver a bifurcar la sangre estancada en el cadáver desconocido. Qué difícil es arrancarse la máscara frente al reflejo que hemos engañado una y 365 veces más. Ya no hay piel para taparse el olvido, de la garganta resbala el sorbo que bebí de los labios de añejo llanto para mantenerme despierto en el páramo de rostros calcinados. En el camino de espejos No hay más que seguir andando Sin miedo de perderse en el delirio De no saber cuál es la carne y cuál es el vidrio. Agustín Martínez (Querétaro 1995). Ha participado en lecturas de poesía y actualmente es cursa del octavo semestre de la Licenciatura en Estudios Literarios en la Universidad Autónoma de Querétaro.
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