Me despertó de nuevo el frío. Aún sentía sobre los párpados el peso de la noche; no quise despertarla. Breves lapsos de sueño interrumpidos por mi viejo malestar: el brazo entumecido bajo un cuerpo que de la tormenta solo sabe su rumor. No, no quiero despertarla. Inhalar y exhalar se han reducido a un mero juego de espacio, donde ella presume el aire que me falta y yo sufro una aventura en reposo. Veo un rostro con mi burla de otras noches, la confianza de quien triunfa en cama ajena, el cuerpo que vino a hundirme en un naufragio sin mar. Afuera las estelas. Aquí el enredo de mis días vueltos nudo, mi viaje a los cuatro puntos cardinales de la cama, que acota la miopía sin sus estrellas. Por la pieza faltante en la persiana, las primeras muecas del sol. Otros hombres han vuelto ya a su vida de solos; no han preguntado a ellas su nombre para así poder confundirlas con Dafne, Penélope o Dalila. También ellos llevarán bajo las manos las caricias de otro Ulises que no supieron imitar. Ella, con mi nombre cayendo por sus labios y la misma pregunta de trasnoche ¿has dormido bien? Se te hace tarde y el cambio de postura sin soltar la sobrecama, yo en mi orilla de postal de fingido mar, donde he anclado el errar de los días, ese vértigo de horas con su insomnio en que intento recordar a la primera mujer que amé. Héctor González González (Ciudad Juárez, 1994), acaba de terminar la licenciatura en Literatura Hispanomexicana en la UACJ, ha publicado en la revista electrónica de poesía El Humo y en la revista Cuadernos Fronterizos de la UACJ.
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