Lunes 20 de febrero de 2012 Guadalajara, Jalisco Alessandro, Odio las formalidades pero amo escribirte cartas, ya lo sabes. Te has podido dar cuenta con las 16 que recibiste. Vivimos en la misma ciudad, a unos quince minutos y sigo prefiriendo inmortalizar y dejar nuestro amor o desamor aquí en letras donde nadie pueda interferir. Me impacienta pensar en tu rostro al ver o al esperar al cartero listo para depositar y en ti leyendo el contenido, espero estés bien como quien te escribe y te quiere. Tú y yo somos mensajes y mensajes. Para no romper la tradición, aquí te va. Nos conocimos en pésimos tiempos. Junté un montón de expectativas, no de ti, no de mí, si no de lo que formaríamos. Es febrero 20 de 2012 y lo que no hacía que paráramos era la oportunidad que me pediste y la desperdiciaste. Damos vueltas. Ya me sacié de darlas por cuatro estaciones. Necesito parar y vomitar mis ilusiones. No necesité tachar fecha por fecha en el calendario para quererte. Te quise desde que quisiste saber de mí, desde que me acompañaste a casa y acariciaste la cabeza de Candy. Pero todo ha cambiado y no nos siento. No te culpo, Ale. No de que yo no quiero esto más. Tal vez nuestras formas de querer no se lleven bien. Tal vez nos guste jugar sabiendo que perderemos, tal vez soy muy poca cosa, no lo sé. Lo entendí cuando estaba en el café Libertad hace un mes. Acordamos vernos y no apareciste. Esperé dos horas. Mi americano se enfrió y mi cabeza de tanto marchar se calentó. No eres una persona puntual, eres malísimo para apreciar lo que no regresa. Pero esa vez... Pospusiste que termináramos. Regresé a la casa y por las doce a.m, tocaste y gritaste como loco la puerta y el timbre. Mi padre salió hecho fuego por el escándalo e insistió en que te fueras — No son horas, Serrano. Mariana no te quiere ver— te dijo. Llenaste mi muro, tu muro, nuestro chat en Facebook, disculpándote y canciones que se copiaban de Noviembre sin ti de Reik. No contesté. Lo hice a la semana por tu constante y fortísima persecución por la universidad, por mi casa y a las llamadas que acudiste para no dejar sonar más “Buzón de voz…” en mi contestador. Hablamos y te repetiste. Una. Dos. Tres. Cuatro veces convenciéndote de tu discurso. —Perdón, Mariana. Mi banda tenía ensayo. Sabes lo que significa para mi. Rascaste tu cabeza y me miraste con aquella expresión tristísima. Te la habría comprado pero aquél dicho no pasaba de moda en ti y lo cuentas porque te gusta y el receptor se lo traga. La banda era tu excusa favorita. Que algún integrante había llegado tarde, que a Roger de camino al estudio alquilado se le ponchó la llanta, que tu mamá no te preparó de comer y decidiste comer en bolita con ellos retrasando tus tiempos, que pensaste en todos y todo, menos en mí. Yo ya no existía, Ale. Mientras me lees no refunfuñes, no lances maldiciones o arrojes el papel al basurero, no me taches de ideática. Mi imaginación no es productora de las novelas famosillas de Televisa. No formo parte de tus prioridades, pertenezco a lo que no sabes decirle adiós por comodidad. Y duele. Nos vimos poco en este semestre en la facultad. Poco a comparación con el choro que te aventaste cuando estaba por dejarte. Brotaron tus lágrimas de cocodrilo, atrapaste mis labios inertes entre los tuyos y perjuraste que querías hacerlo bien “porque lo merecíamos” te cito. ¿Sí lo merecía, Alessandro? ¿Por qué si lo merecía actuaste peor que de costumbre? Me llamas por mi segundo nombre, no amor y me recuerdas a mi madre en los regaños. A veces confundes mi nombre con Claudia y te corriges ahorrándote un interrogatorio. Te reportas cuando sientes un vacío en el pecho y tu garganta se reseca de alcohol. Reprochas mis salidas y desconfías de mis amigos. No me quieres contigo y tampoco con alguien más. Te asusta estropearlo y de pensarlo, lo cometes. Huyes y odio que pienses que puedo con ello, que soy una persona fuerte y que te esperaré. No lo soy. No puedo. No quiero. Somos aquello que suena bueno para ser verdad y que en el mundo real no funciona. No funcionamos, Alessandro. Fue un error encontrarnos y unirnos por la miseria y soledad que nos rodeaba, no por andar completos y ser ese postre que no caería mal. Lamento que sea esta carta la número 17 y la última. Lamento mucho más que estuvieras con quien no deseabas compartir y combatir. Te quiso, Mariana. Samantha Michell Melendrez Gómez nació un 11 de mayo de 1999 en Guadalajara, Jalisco. Cursa primer semestre en la carrera de Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara.
2 Comentarios
Karen
21/4/2018 01:58:20 pm
Espero encontrar buenas lecturas
Responder
Paul
27/1/2019 10:02:50 pm
Excelente cuento, me identifique.
Responder
Deja una respuesta. |
Gaceta
|