Nos quedamos en una gasofa´ de la Plutarco, no porque se descompusiera la camioneta ni nos faltara gas, sino porque la vista era muy buena. Luisa sentada en el copiloto se desabotonó el short que le apretaba, luego desparramó todos sus músculos sobre el asiento; atrás Arte, mi mejor amigo, destapó “clandestinamente” una lata de tkt roja del 2e que traíamos, todos lo notamos pero nadie quiso mencionarlo ya que faltaba poco para que todos hiciéramos lo mismo. En eso momento Aiantze estrechaba su espalda contra el techo de la cabina, su urgencia de cambiarle al radio superaba los límites de lo decente, al menos lo considerado decente para nosotros, ese cuarteto de lumpens desorientados que compartíamos nuestros fines de semana a bordo de la camioneta, navegando por esa ciudad corroída y mierdera que se demacraba a la par de nosotros. En la gasolinera un empleado nos echa su mirada de búho, ordena mentalmente que pidamos algún servicio y nos vayamos, su desconfianza crece; pasó de tener sus manos en las bolsas de su uniforme verde a cruzar los brazos con temblores repentinos. Todos sabemos que no es una ciudad segura, pensamos. Nosotros solo queremos holgazanear, ese es nuestro deporte favorito y el único que profesamos, si pudiéramos decírselo al empleado de la gasofa´ probablemente entendería, la honestidad es la clave de todo, nosotros somos huevones hasta para delinquir, el realmente no quiere atendernos, preferiría estar sentado (como nosotros) bebiendo una cerveza helada o al tiempo o tibia, el caso es que sea cerveza. Ha sido un día muy caliente, son las nueve de la noche lo más seguro es que él ha estado ahí parado desde las tres de la tarde si es que no dobló turno; así que no hay que molestarlo. Aiantze no encontró ninguna estación que le gustara, tuve que callarla cuando obsesivamente casi rompe el botón del tune. Arte va por la segunda lata, yo al oírlo le pido una. Déjanos algo, cabrón, le grito. Luisa y Aiantze me siguen la corriente y también ordenan una lata; Arte nos las pasa, abre una lata, enciende un cigarro y se recuesta abrazando la hielera, estar en la cajuela interna de la camioneta le permite extender las piernas, por el vidrio mira ese panorama por el que todos decidimos quedarnos ahí. No se trata de peñascos o montañas ni cielos despejados, es la calle Plutarco llena de las mismas construcciones y espectaculares de siempre, del mismo pinche tráfico; pero algo tienen de común los semáforos, las luces, las intermitentes que nos cautiva. Es como si todas esas luces se hubieran puesto de acuerdo para ensayar una coreografía, tanto que sus movimientos, sumados al sonido de los automóviles crean un ritmo y una danza; una colección cíclica de pequeños accidentes que deleita a otros accidentes, nosotros, pequeños accidentes biológicos. Le pido un cigarro a Luisa, trae mentolados, se lo regreso a la mitad porque no me gusta, luego de escupir la última bocanada de humo mentolado mi vista se pierde en eso que miramos todos. No sé cuánto tiempo pasó, pero nuestra borrachera de fin de semana tomó un giro fuera de lo ordinario, no se intercambiaban charlas ni canciones, sino silencio, un silencio armonioso y la contemplación, el único ruido que se compartía era el de la lata al destaparse y el encendedor al tatemar la boca del tabaco. No sé cuánto tiempo pasó, solo recuerdo las latas de cerveza entre mis manos, ofreciéndome su aliento abierto, otras que escurrían atrás entre los labios de mis amigos, no lo veía, pero sabía que las colillas de cigarro aumentaban en el suelo de la camioneta y afuera a las orillas de la ventana (no prestábamos atención de que seguíamos en una gasolinera). El 2e se terminó y Aiantze bajó al Superette que le hacía compañía a la gasofa´ por el siguiente, aún es temprano, el segundo 2e también se termina, ahora es el turno de Luisa de ir por el tercero. En todo ese tiempo no he movido mi vista a otro lugar que no sea el decorado simultáneo de la calle. Luego de nueve latas de cerveza y siete cigarros mentolados en mi organismo recupero la vista al mundo real, en el asiento de en medio Aiantze y Luisa se besan, atrás, Arte tararea una canción mientras aplasta el aluminio de su lata vacía, decido voltear enfrente para encontrarme con la mirada fija del empleado de la gasolinera, ¿en todo este tiempo no ha dejado de vernos? Eso me pone nervioso porque sus ojos de búho son penetrantes, puedo sentir exactamente donde reposa su vista, como un rayo infrarrojo, temo mirarlo de frente y darme cuenta que ve justo a mis ojos; pero los estragos de la ebriedad me hacen pensar otra cosa, tal vez seamos nosotros, nuestra camioneta, nuestras acciones, lo hemos cautivado como a nosotros nos cautivó la calle y sus luces artificiales, pero aquí hay una variante, el empleado ha decidido dejar de ser un espectador contemplativo y tomar parte de la acción en la obra de arte porque se acerca a nosotros. Yo extiendo mi cabeza hacia arriba y cierro los ojos con fuerza, un espontaneo eructo surge de mi garganta. Hemos bebido mucho, Arte, Aiantze y Luisa no se dan cuenta de mi eructo, están tan metidos en su mundo que decido no perturbarlos dándoles alguna noticia; yo respiro fuerte y con los ojos cerrados esperando que algo o alguien toque alguna puerta de la camioneta en un momento indeterminado. Hemos bebido mucho, estoy mareado y aún nos queda una botella de Reyes. Hemos bebido mucho y no quiero pensar en cómo estará la cruda mañana, aquí y en esta pinche camioneta… Guillotina Hernández (Cd. Juárez, Chih, México, 1994). Es un individuo que ha intentado “comer de todo” dentro del área de humanidades (teatro, Literatura, Historia). En 2014 realizó el texto dramático “Este título fue acribillado” que cerró el Festival de Teatro de la Ciudad, montaje a cargo de “Hybris Teatro”. Ha participado en diversos talleres literarios como “Tinta Roja” y “Lugares Comuness”, entre otros. Entre sus proyectos personales se encuentra la creación de un fanzine llamado “Zeptentrión”. Actualmente experimenta con la escritura creativa, en la promoción de eventos culturales independientes; también forma parte del colectivo de teatro callejero de crítica social “Sfondo di Merda” fundado en 2015 y coordina el fanzine “Laboratorio Klandestino”.
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