Cambio de canal ¿Era yo ese muerto que remaba rayo abajo? M. S. Papasquiaro Después de que morí vi a Dios: era un velociraptor y estaba devorando el cuerpo de una monja. Di un paso sobre el suelo de éter y se escuchó como si se rompieran miles de copas. Dios, el velociraptor, levantó la cabeza. La sangre se escurría de su boca. La monja todavía se movía… sólo un poco. Dios colocó su mirada en mi pecho y sentí como si una fuerza invisible lo abriera. Mi pecho se abrió y en su interior pude ver un espejo en el que se reflejaba una tonada rota. No había nada más que hacer para mí en ese lugar, pensé. Di la vuelta. En el suelo, vi cómo la sombra del dinosaurio tomaba la forma de un OVNI. Se elevó por el cielo de mercurio y desapareció a mitad de la tormenta. Yo seguí caminando. Repentinamente todo alrededor desapareció. Una sensación de frío me hizo apretar los dientes. Miré sobre mí hombro y un túnel lleno de cocodrilos se iba dibujando por donde pasaba. ¿Qué camino tomar por esta zona en la que los relojes se han descompuesto para siempre? Se me cae la oreja. En el suelo, como un hurón, comienza a deslizarse; detrás de ella se abre un río de ojos. Escupo en el río y cuando la saliva lo toca se alza una torre de fuego. Luego miro dentro de mi vientre y veo acercarse a un oso negro. Comienzo a correr a mitad de la plenitud de luz que se enrosca entre mi cabello. Sin darme cuenta, caigo en un bucle de tiempo que abrió el rayo láser del OVNI. ¿Dios, por qué me guías al descenso del pulso encharcado en que agonizas? Abro los ojos y alrededor se extiende una selva. Los pájaros salen de entre la boca de mis cabellos. Dos gritos de vidrio se quiebran en medio de la herida del cielo. De la herida gotean cadáveres de pulpos. Digo una palabra y de mi boca sale una mancha roja que se va cabalgando sobre el dorso de la tarde. La caída es vertical, le digo en mi pensamiento a Dios. Una voz azul aparece en la punta de los árboles. Se contrae como un grito y desaparece dentro de mi boca. Ahora, si hablo escupo venados y ballenas y algún ornitorrinco. El OVNI aparece en el cielo y se estrella contra las lágrimas de las montañas. En el choque se escuchó un padre nuestro partido a la mitad; fue algo parecido a un relámpago sin luz. La orbita de mi pensamiento lentamente se va quebrando: va cayendo en un espiral de hélices rotas y estatuas amarillas. Dios se aparece frente a mí. Es una silueta hecha de litio. Sé que pronuncia mi nombre pero no lo escucho. No entiendo a los pensamientos morados que se estiran por su cuerpo. Se acerca a mí y en su rostro alcanzo a ver una tormenta de átomos. El rostro se va abriendo cada vez más hasta abarcarlo todo. Su mirada nos consume. Estoy flotando en medio del espacio. Alrededor no hay estrellas ni planetas. Sólo hay prismas. Me desplazo entre la oscuridad espesa y alcanzo a tomar uno. Cuando lo tengo en mis manos comienza a brillar. Cascadas de luces de colores se expanden por todo el espacio. A mi lado veo una ecuación que se sumerge en los colores. Luego un hoyo negro aparece detrás de mí. Aspira tan fuerte que me arranca la piel. Quedo con los músculos expuestos y la mirada quieta. No siento nada. Dejo que mi mente se pierda. Disecciono la raíz de mis pensamientos endurecidos. Siento como si me estuviera volviendo de madera. Miro mi mano: de ella brota un baobab que me atraviesa la cabeza. Mis ojos se quedan pegados en las ramas del árbol y los lleva hasta el lugar de nacimiento de un verso. El verso sobre el que solía girar en medio de la incertidumbre de la vida. Mis ojos ven a mi familia que llora, se abraza…se consuela. No hay silencio más ensordecedor que el que tienen mis padres dentro de su pecho. El árbol regresa a mi mano. Mi rostro se reconstruye. Miro alrededor y el vértice de uno de los prismas es un camino. Me sumerjo entre las aguas de colores. Dentro del prisma está la silueta de litio. Sobre ella flota, quieto, el OVNI. El OVNI lo conduce el velociraptor. Mis músculos lentamente se van desintegrando, como si fuese un soplo de polvo: un murmullo que se desvanece. En mi cabeza las ruinas de los manicomios comienzan a incendiarse. El signo de litio que tengo enfrente pronuncia mi nombre. Me doy cuenta que no es el mismo por el que siempre me llamaron. Las estrías del tiempo se estiran hasta quebrar el espacio. El velociraptor comienza a escupir una risa esquizoide. El OVNI suelta un haz de luz y sube a su interior la silueta de litio. En una implosión desaparecen. No queda más que una silla de tres patas dentro del prisma. Me acerco y descubro que no es una silla, sino, una puerta. La abro. Alcanzo a escuchar un corazón detenerse. Rodrigo Espinosa (Ciudad de México, 1993) Lector de notas rojas y también estudiante de literatura. Le gusta pensar que la realidad es completamente maleable. También cree que en los silencios es donde más ruido hay. Le gusta la poesía y algunas películas mexicanas. Ha publicado su trabajo narrativo y poético en las revistas La rabia del axolotl, Prosvet, Saltapatras y Aeroletras.
Fotografía: Natalia Romero
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