Autorreflejo Reflejo I Los pasos se hundieron en los azulejos, mientras cada uno de estos se pintaba de ausencias. Sus pies se sumergían entonces en la febrilidad de los cuadros. Su mirada, enfocada en los pedazos decadentes de un espejismo lejano, volteaba con ocasionalidad. Se aproximó mediante la sistematización de unas piernas de carne y hueso: las suyas. Bajo las columnas de mármol roto yacía la diáfana imagen de un sueño escandaloso. Así, en el piso, vio a su reflejo esparcido en inconmensurables pedazos. Mientras, arriba de él, la sangre comenzaba un ciclo de evaporación subyacente. En un instante, Ausente de preámbulos de tiempo, El techo era, asimismo, rojo. Reflejo II Su rostro estaba posado sobre el paralelismo de las sábanas. Mientras, éstas cubrían la mitad de un ojo, inundado por los compartimentos de pliegues incesantes. La mirada se enfocaba en un ruido perenne. Sus oídos percibían las imágenes precedentes que atravesaban su pensamiento cíclico. El estruendo continuaba. Subía. Caía. Después volvía a subir. El vaivén de los bullicios inasibles proyectaba en la pared amarillenta un pensamiento de despliegue inconsciente. En los vasos, el agua autocreaba circunferencias sin sentido: todo goteaba. Así, sobre el barniz amarillo, se dibujaba su rostro, el cual traspasaba el cemento inaudito con las siluetas que componían el contorno de su nariz. Las curvas que yacían sobre sus ojos marcaban un pasmo de presagio infalible sobre los grumos de pintura seca. Sus ojos continuaban estupefactos Ante la imagen artística de su propio ser. Bajo los bullicios de dos miradas homogéneas continuaban inmóviles los segundos intranquilos: aspiraban el movimiento. Sus orejas continuaron con la exasperación de los sonidos amorfos. Entre tanto, bajo las brumas de una nada sin movimiento, un grito rompió con la monotonía auditiva de las cuatro paredes. Su cuerpo se comprimió con lentitud. Su torso se dobló a manera de puente junto con la espina dorsal del cuerpo escéptico. Todo se derramó. Incluso los vasos que continuaban intactos sobre la inservibilidad actual de un mueble sin poseedor. Reflejo III Reflejo de un epílogo Permanecía delante de los vértices de un espejo. Intentaba hallar los ángulos que componían la liquidez de su rostro en fuga. Esperaba. Buscaba. Entre las esquinas, su rostro manchado de ansiedad, sólo deseaba un reflejo momentáneo. Así, con la exasperación de las paredes palpitantes, pudo encontrar el reflejo; su rostro estaba ausente, mientras, las hebras de cabello se divisaban paralelas sobre una línea vertical. Reflejo IV Las paredes gritaban la oscuridad, mientras su cabeza se posaba una vez más sobre un objeto. Encima de la madera, lucía absorta desde su mirada hasta la aturdición de su boca. En su mente se reformularon los pensamientos pasados: se dio una retrospección. (Un lugar) (Una cama) (Un espejo) (Una nada) Entonces, poco a poco La navaja fue cayendo: la guillotina ejecutó sus deseos. Por un momento, mientras las aspas del ventilador creaban un ciclo nuevo, la sangre embadurnó su cabello hasta las puntas. Michelle Rodríguez Chiw es, actualmente, estudiante de Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara. Ha estudiado, asimismo, por temporadas cortas, en Virginia Commonwealth University y en la Universitat de Lleida. Ha participado en diversos concursos de creación literaria: FIL Joven, en el que fue finalista en 2012 y, en 2014, ganó un concurso de poesía que se llevó a cabo en su estado natal. Además, es colaboradora de la Revista Morbífica.
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