aquí, el agua y la arena, tu ser. Quiero dar otro sorbo quemar la lengua tragar saliva. Es tarde; he perdido la inocencia. Ahora confieso El exhorto, entonces la gotera replica Los vacíos. Hacen eco mientras el humo llega al punto más alto Y desaparece… Hoy desperté con el culo desnudo, la vista en blanco Y los deseos regados en la superficie estrecha de esta ciudad; Babeando con rabia tu abandono Mojada por las sobras del bacardi Y sorda por los gemidos del departamento de arriba: Desperté sin descubrir que mi cuerpo no ha sido encontrado y qué mis gritos jamás serán escuchados, no hay retorno No hay salida La cabeza es un bulto de ásperas manías; sed execrable: viérteme en el contraste sucio de mi alma, ahí, en dónde Antígona puso la soga, en la llaga del hombre, en las vísceras revolucionarias de la semiosis, un tumor sin remedio en pleno aquelarre, y un toro embistiendo la tierra fragmentada mi cabeza es la bomba que explota en la fauna y en la cólera del infierno. no admito este cuerpo, el rostro es un niño desconocido frente al espejo, una malversación de lágrimas en un cuerpo enrollado no lo acepto, destrozo con uñas; beso la cruz con la que Cristo despedazó la muerte, la misma que duerme en mi cama, qué ignora los astros las olas la llama que incendia y el signo fatuo de olores paganos, aquí; ajeno, inmortal, tempestuoso Nadia Paola Bernal Benítez (Estado de México, 1996). Estudio la carrera de comunicación y periodismo en la UAQ. He publicado en la Revista Enchiridion; Fui ponente en el Octavo Encuentro Internacional de Estudiantes de Lingüística y Literatura (EIELL) con el ensayo "El arte íntimo de María Luisa Bombal en “El Árbol”". Actualmente escribo para el semanario Tribuna de Querétaro.
1 Comentario
Entre mis más grandes mentiras están mis manos resbalando en tu cabello, tus ojos incitándome a pensar un “te quiero”, a morirme a cada instante en que respiras. Te vi bailar “el mar” mientras la luna sonreía y tus pestañas fueron puertas que se abrieron a la nada, yo pensando “no la veas”, evitando tu mirada pero esos ojos profundos me atraparon enseguida. Entre mis más grandes mentiras están tus labios hablándome aquella tarde, están tus brazos rodeando a mi “yo cobarde”, están tus besos que hasta hoy tanto me inspiran. Te vi cantar, disfrutando las melodías, paseando sola por el jardín de Vicente, por algún motivo no importó toda la gente y al llegar sólo noté que sonreías. Entre mis más grandes mentiras están mis pasos cautos caminando a tus caderas, tu gesto despreocupado al verme porque ya me esperas, invitándome a ser parte del espectáculo que miras. Te vi al caer la noche, la fuente te sostenía, nos esperaba un largo viaje y un trago muy amargo el viento se presentó y le compartí de mi cigarro, y para mi desgracia era el último que tenía. Entre mis mentiras más grandes está tu mano entrelazada con la mía, está el recuerdo de tu adiós en aquel día en el que desearía que hubieras llegado antes. Te vi partir, caminar, dar vuelta en la esquina y perderte, yo te veía a pesar de que te alejabas, quería correr tras de ti mientras deseaba que ojalá algún día pudiera volver a verte. Entre mis más grandes errores está el de perder tus pasos, el de caminar descalzo sobre espinas huérfanas de flores. Entre mis más grandes mentiras está tu nombre que da vueltas en mi cráneo, está mi sed y delante el mediterráneo, y las verdades escondidas entre líneas. Carlos J. Poblete (Querétaro, 1998) participante estatal del evento “Arte y Cultura” organizado por los CECyTEQ en 2014 y 2015, obteniendo primer y segundo lugar respectivamente, lo que permitió en el primer año presentar su cuento en el evento nacional celebrado en Aguascalientes. Colaborador en la revista Enchiridion de la facultad de filosofía UAQ para su octavo número con el poema “A la misteriosa mujer de blusa a cuadros roja”. Lector de poesía y cuentos, dejó de ver la escritura como un pasatiempo hace 5 años cuando se dio cuenta de que había mucha tinta, papel, algunas cicatrices y heridas aún abiertas.
El poeta es atento, no puede ser de otra manera. El poeta vive, experimenta, el corazón puede estallarle en un instante de locura. El poeta sabe lo que tus ojos dicen, sabe lo que tu mirada calla. Sabe cómo hacerte reír y hacerte olvidar tus pesares. El poeta sabe hacerte llorar al hacerte ver tus pupilas clavadas en sus palabras. El poeta disfruta de la belleza pero también habla de las tristezas y hasta las hace más tristes. El poeta vive en el presente pero la melancolía del ayer no le deja no sentir. Y estos momentos que estás viviendo en este instante, que tu consideras vacíos porque vendrán tiempos mejores, son el paisaje del poeta. Pídele al poeta que te conceda un retrato plagado de eufemismos, ignorando la tragedia. Sus palabras no podrán ser tenues, las grietas se hacen evidentes a mil leguas. El poeta está al servicio de aquel que haya sentido. El poeta expresa su sentir de mil maneras que quizás nada tengan que ver contigo pero de igual forma te hará sentir. El poeta no sabe mentir. Lorena Contreras Sánchez. Estudiante del 4to semestre de la Licenciatura de Lenguas Modernas en Francés en la Universidad Autónoma de Querétaro. Ha publicado poemas en el editorial Autor/Nº4 Jóvenes escritores de España. Mercadóloga. Ha trabajado como practicante de comunicación en la Cámara de Comercio Franco-Mexicana Capítulo Bajío y como maestra de lenguas modernas.
Escena en un cementerio«Todo está corrompido», eso es lo que pensé hace tantos años. —Queríamos traerte de vuelta. Enfrente de la tumba había una persona hincada limpiándose las lágrimas. Había un ramo de flores, comprado minutos atrás, alegrando la lápida. Detrás de la persona hincada había un sujeto de pie observando al otro con tristeza. —Creí que después de tanto tiempo me habrían olvidado: ella casada o viajando por el mundo, él metiéndose en problemas como siempre y tú en algún otro país con tu propia librería. —Ninguno de los tres te olvidamos. Ella tenía planes de dejar la ciudad, pero no pudo porque sentía que era su responsabilidad regresarte. El sol comenzaba a ponerse. El cielo era de un azul muy claro y había algunas nubes rosas moviéndose lentamente con el viento, como si quisieran ser testigos de lo que estaba sucediendo. El que estaba hincado sollozaba hasta que tomó aliento para volver a hablar. —Yo me sentía enfermo por el mundo. Regresaría por mi cuenta como lo hice. Nunca pedí que me trajeran. —No puedes culparnos. Te queríamos a pesar de todo. Tardamos años en saber cómo lo hiciste y, cuando lo descubrimos, dudamos en continuar, pero, al final, seguimos adelante. Preparamos todo al pie de la letra; sin embargo, no nos atrevimos a hacer lo que tú habías hecho, así que decidimos que fuera uno de nosotros. En ese momento, ella se ofreció voluntaria. No sé si fue la locura la que se apoderó de nosotros. Él fue quien lo hizo, —lo dijo mientras se acercaba para tomarlo del hombro y le señalaba la lápida con el dedo—ya que no podía ser de otra manera. Mientras agonizaba, esperaba que aparecieras para verte al menos una última vez antes de que su vida se terminara por completo. Pero no lo hiciste. Algo salió mal. Días después él no soportó la culpa y se colgó. Ella fue llevada por su familia a su ciudad natal; está enterrada allá. —Yo fui quien arruinó todo. —Sí, así es. El que estaba hincado se puso de pie. Las últimas lágrimas recorrieron su cara y suspiró. Observó el cementerio y sintió que encima de las lápidas estaban los muertos apuñalándolo con sus miradas. Un sentimiento se elevó con fuerza en su interior. Los dos ahora estaban parados y veían con zozobra el nombre de la tumba. —Es insoportable. Nada ha cambiado. Y así, mientras el último rayo de sol tocaba la tierra antes de oscurecer, él desapareció. El cementerio se quedó completamente solo. Emmanuel Alejandro Godínez Romo estudiante de la licenciatura en Letras Hispánicas en el Centro Universitario del Sur en Ciudad Guzmán, Jalisco.
|
Gaceta
|