NO SOPORTO LAS PUERTAS ABIERTAS No soporto las puertas abiertas, dejan entrar al frío azul de la noche, dejan salir las letras que cuesta tanto apilar, sobrevivo solo a través de este cuerpo triste, atrofiado de no saber. Y entre las paredes amarillas, el silencio, hogar de una terrible verdad que vive a voces, no soporto las puertas abiertas. Antes de venir aquí era toda cerrojos, susurros, orgullo del aislamiento auto infligido, pero ahora me sostiene solo lo absurdo. Lloro a deshoras, rio muy poco. Me baño con los ojos abiertos y finjo que el jabón, es el arma más letal, como si no supiera que es mi cuerpo. Las puertas abiertas, son portales, universos alternos en donde vive el otro, una versión de mí, que no conozco. Desde que lo sé, duermo muy poco, me arrodillo ante lo bendito y mantengo las puertas cerradas, no puedo saber, me aterroriza, verme feliz. No soporto las puertas abiertas. SUS PI RO Lo que era voz pero ahora es silencio transforma los espacios de momentos a tormentos Yo, que poco resisto me recuesto sobre el tronco hueco de lo que alguna vez fue árbol porque alguna vez fui árbol y ahora apenas sus pi ro entre tanto silencio Tranquila de noche he de aprender a respirar por la boca que antes hablaba SOBRE LA VERDADERA INTENCIÓN Si Dios fuera feliz, no nos habría inventado. No imagino a un ser supremo más pequeño. Sentado entre sus nubes, mirándose los dedos, porque imagino que tiene dedos y se enredan, entre los hilos infinitos del tiempo o la espesa masa del cielo. Y si no se enredan, entonces no tiene dedos, y sin dedos es imposible moldear el barro, entonces aseguran, que Dios tiene dedos. El día que no durmió, porque también duerme, descubrió la soledad que implica el ser él. Nada lo pudo arrullar, ni la golondrina, ni el mar. Entonces, nos inventó. Del barro, de la costilla, de los dedos, salimos. Nacimos bajo su mano, con la intención de arrullarlo, y terminamos adorándolo. No imagino a un ser supremo más pequeño. Andrea Latham (Ensenada, Baja California. 1997). Estudiante de Lengua y Literatura de Hispanoamérica por la Universidad Autónoma de Baja California. Colaboradora del grupo Liroforos, impulsor de actividades literarias y cofundadora de Poesía Cuchumá evento dedicado a la Poesía Slam. Ha publicado sus poemas en revistas electrónicas como Linotipia y Apamate. Cuenta con un libro de poesía independiente titulado Flor de Nopal (2017).
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Autorreflejo Reflejo I Los pasos se hundieron en los azulejos, mientras cada uno de estos se pintaba de ausencias. Sus pies se sumergían entonces en la febrilidad de los cuadros. Su mirada, enfocada en los pedazos decadentes de un espejismo lejano, volteaba con ocasionalidad. Se aproximó mediante la sistematización de unas piernas de carne y hueso: las suyas. Bajo las columnas de mármol roto yacía la diáfana imagen de un sueño escandaloso. Así, en el piso, vio a su reflejo esparcido en inconmensurables pedazos. Mientras, arriba de él, la sangre comenzaba un ciclo de evaporación subyacente. En un instante, Ausente de preámbulos de tiempo, El techo era, asimismo, rojo. Reflejo II Su rostro estaba posado sobre el paralelismo de las sábanas. Mientras, éstas cubrían la mitad de un ojo, inundado por los compartimentos de pliegues incesantes. La mirada se enfocaba en un ruido perenne. Sus oídos percibían las imágenes precedentes que atravesaban su pensamiento cíclico. El estruendo continuaba. Subía. Caía. Después volvía a subir. El vaivén de los bullicios inasibles proyectaba en la pared amarillenta un pensamiento de despliegue inconsciente. En los vasos, el agua autocreaba circunferencias sin sentido: todo goteaba. Así, sobre el barniz amarillo, se dibujaba su rostro, el cual traspasaba el cemento inaudito con las siluetas que componían el contorno de su nariz. Las curvas que yacían sobre sus ojos marcaban un pasmo de presagio infalible sobre los grumos de pintura seca. Sus ojos continuaban estupefactos Ante la imagen artística de su propio ser. Bajo los bullicios de dos miradas homogéneas continuaban inmóviles los segundos intranquilos: aspiraban el movimiento. Sus orejas continuaron con la exasperación de los sonidos amorfos. Entre tanto, bajo las brumas de una nada sin movimiento, un grito rompió con la monotonía auditiva de las cuatro paredes. Su cuerpo se comprimió con lentitud. Su torso se dobló a manera de puente junto con la espina dorsal del cuerpo escéptico. Todo se derramó. Incluso los vasos que continuaban intactos sobre la inservibilidad actual de un mueble sin poseedor. Reflejo III Reflejo de un epílogo Permanecía delante de los vértices de un espejo. Intentaba hallar los ángulos que componían la liquidez de su rostro en fuga. Esperaba. Buscaba. Entre las esquinas, su rostro manchado de ansiedad, sólo deseaba un reflejo momentáneo. Así, con la exasperación de las paredes palpitantes, pudo encontrar el reflejo; su rostro estaba ausente, mientras, las hebras de cabello se divisaban paralelas sobre una línea vertical. Reflejo IV Las paredes gritaban la oscuridad, mientras su cabeza se posaba una vez más sobre un objeto. Encima de la madera, lucía absorta desde su mirada hasta la aturdición de su boca. En su mente se reformularon los pensamientos pasados: se dio una retrospección. (Un lugar) (Una cama) (Un espejo) (Una nada) Entonces, poco a poco La navaja fue cayendo: la guillotina ejecutó sus deseos. Por un momento, mientras las aspas del ventilador creaban un ciclo nuevo, la sangre embadurnó su cabello hasta las puntas. Michelle Rodríguez Chiw es, actualmente, estudiante de Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara. Ha estudiado, asimismo, por temporadas cortas, en Virginia Commonwealth University y en la Universitat de Lleida. Ha participado en diversos concursos de creación literaria: FIL Joven, en el que fue finalista en 2012 y, en 2014, ganó un concurso de poesía que se llevó a cabo en su estado natal. Además, es colaboradora de la Revista Morbífica.
Malcolm X sería un excelente árbitro de fútbol Malcolm X, nacido como Malcolm Little, y cuyo nombre oficial era El-Hajj Malik El-Shabazz, nació en 1925 y fue asesinado casi cuarenta años después por miembros de la organización conocida como “La Nación del Islam”, fundada por el honorable (SIC) Elijah Muhammad, misma que Malcolm abandonó un año antes de su muerte, cuando decidió hacer un viaje a lo largo y ancho de la África subsahariana y Europa para conocer de primera mano los dogmas del Islam; este viaje, a la larga, lo haría convertirse en sunita. Malcolm, al igual que sus hermanos de La Nación del Islam, había adoptado la X después de su nombre, apelando a que los negros habían sido obligados a dejar África mucho tiempo atrás; por lo tanto, desconocían su verdadero origen que era sustituido por la mencionada X, misma que en matemáticas representa aquello que no se conoce: abandonarían esta letra al volver a casa y encontrar su verdadero origen. El-Hajj Malik El-Shabazz hubiera sido un estupendo árbitro de fútbol. O bueno, al menos el El-Hajj Malik El-Shabazz que predicaba para La Nación del Islam lo hubiera sido. Obligado por las circunstancias –tal como los nazarenos de hace mucho tiempo- a vestir de negro –podríamos decir que de gala, Malcolm hubiera tenido una excelente carta de presentación: tal vez se hubiera tenido que deshacer del pantalón largo, el moño, la camisa blanca, y los zapatos de vestir con los que hablaba en nombre del honorable Elijah Muhammad –o de Alá, aún no sabemos bien. Pongámoslo, entonces, de esta forma: imaginemos a Malcolm X dirigiendo un sermón hacia sus hermanas y hermanos de la Nación del Islam vestido de esta forma: con calcetas blancas hasta las rodillas, unas zapatillas de fútbol Adidas Copa del Mundo en su versión más clásica, con los anteojos tan característicos llenos aún del pasto de la cancha de fútbol. Y pensemos ahora en esto: el gran El-Hajj Malik El-Shabazz iniciando su sermón, buscando dentro de sus bolsillos –sus dos únicos bolsillos- las notas para guiarse y…¡qué carajo! (Malcolm X no hubiera dicho esto último, créame): ¡sorpresa! Lo único que hay dentro de esas bolsas son las dos tarjetas que usa para sancionar los partidos: una amarilla con varios nombres garabateados encima, y otra roja, en donde solo hay uno que no alcanza a leer bien. Y, maldita sea, todo sea por el maldito, el muy maldito fútbol. Ahora, imaginemos a nuestro buen amigo Malcolm X en la cancha de juego. Un partido caliente del mundo occidental, digamos, un Boca-River en la Bombonera; o un América-Chivas de esos de los años setentas; o bien, un partido entre Manchester y Liverpool, de antes de la creación de la Premier League. Aunque bueno, en realidad nos gustaría verlo pitando un Barcelona-Real Madrid. O un Real Madrid vs Atlético de Madrid. Alguno de esos. Nuestro Malcolm X sería el árbitro perfecto, uno de esos que no quiere arruinar un partido en el minuto 1 porque, digamos, Pepe ha ido con los tachones por delante y se ha llevado a Griezmann a un par de metros afuera del área. O porque Dani Alves le ha metido un codazo en el pómulo a Gareth Bale y ahora el galés sangra como si no hubiera mañana. Malcolm se acercaría a ellos para entablar diálogo: tú, Gareth Bale, y hablo en nombre del honorable Elijah Muhammad, has oprimido a cualquiera que no sea blanco por más de cuatrocientos años, es momento de que nosotros los negros -¿o los oprimidos?- tomemos conciencia: la FIFA dice que soy un árbitro que promueve la violencia. Yo les digo a ellos: ¿hay alguna otra forma de contestar lo que llevamos soportando durante tanto tiempo? La FIFA me dice: tú quieres que los negros dejen de quejarse por el racismo en las canchas, por los plátanos lanzados cuando están cerca de la tribuna, tú quieres que los negros golpeen a los blancos. Yo les digo a todos ellos, a los dirigentes blancos –porque pregúntense, pregúntense amigos, ¿cuántos negros hay dirigiendo la FIFA?, y digo la FIFA, no alguna confederación pequeña o una federación donde lo lógico sería que un negro la dirigiera-: ¿es malo que un negro o un oprimido pasen al ataque? ¡claro que no!, ¿es malo acaso que un negro o un oprimido quieran tener ese reconocimiento que tienen los blancos? ¡claro que no! Entonces, te digo a ti, hermano, a ti, hermana –y para este punto ya toda la grada estaría en silencio, escuchando- ¡que te levantes, que pases al ataque, que el protagonismo es tuyo hasta donde quieras: aprovecha lo que Alá te ha dado! Malcolm X haría alarde de esos grandes dotes oratorios que –según él- Alá le ha otorgado y que han sido facilitados por el honorable Elijah Muhammad. Malcolm X los cautivaría a todos –nos cautivaría a todas y todos: dentro y fuera de las canchas de fútbol. Y claro, El-Hajj Malik El-Shabazz haría enemigos a manos llenas. Por donde se le mire los tendría. Después de criticar de forma tan dura a las federaciones no habría más que abrazar el exilio personal, en busca de una redención: Malcolm X ya no hablaría más en el nombre de Elijah Muhammad, Malcolm X no hablaría ya en el nombre de la FIFA ni de la CONCACAF -¿o de CAF?-. Malcolm X regresaría a los llanos, a las canchas en donde se juega la reta religiosamente cada tarde: donde el fair play se ha sobrepuesto a los intereses económicos -¿unos refrescos y unas papas al final del partido?- y aún perdura con la barriada. Malcolm X pitaría esos partidos de la liga amateur en donde seguramente se encontraría a estrellas de antaño, sin importar el color de piel: bebería de la misma cerveza que algún hombre blanco, comería de la misma bolsa de botanas, sentados en la misma grada, uno junto al otro. Malcolm X peregrinaría todas las ligas amateur del país –y tantas como pudiera del hemisferio occidental solo para darse cuenta de que el fútbol espectáculo no es más que corrupción y despilfarros al por mayor. Malcolm X se dejaría crecer esa barba de candado que le daba un aire mucho más mesiánico que el que ya se cargaba de manera casi natural. La FIFA lo seguiría siempre, de lejitos –aunque de una u otra forma se lo harían saber. Y a su vuelta al mundo del fútbol espectáculo, entendería que sus enemigos ahora lo serían más: lo odiarían más que antes, lo marginarían aún más: por su color de piel, por su disidencia religiosa, y cómo no, por sus ideas políticas sobre el fútbol espectáculo. Pero a Malcolm X eso no le intimidaría en lo más mínimo. Claro que no. Nada, después de lo que había visto en el barrio, en las ligas amateurs, nada podría doblegar su espíritu de lucha. La idea de que se puede volver a eso, a pesar de lo que digan los mandamases. Y, claro, los enemigos naturales de El-Hajj Malik El-Shabazz serían los propios árbitros. Serían ellos, motivados por las grandes mafias de la FIFA, quienes lo intimidarían una y otra vez. A Malcolm y a su familia. A todos. Serían ellos, los árbitros con gafete internacional, quienes se encargarían de quemar la casa de Malcolm X como una advertencia –o un intento fallido de asesinato. Y serían ellos –cómo no—los que obligarían a Malcolm X a volver al exilio personal: a separarse de su familia y ocultarse en diferentes hoteles de la ciudad. Le llamarían cada cinco minutos para recordarle que su carrera en el fútbol esta muerta, que ni siquiera Alá podrá salvarlo –ni a él ni a su familia—,que debería desaparecer tan pronto como pudiera antes de que algo malo le pase. Serían ellos quienes lo seguirían a todos lados –cuando se atreviera a salir—con tal de diseñar una estrategia para poder acabar con la vida de Malcolm X. La ocasión llegaría un año después del viaje de El-Hajj Malik El-Shabazz. Alguien lo invitaría a pitar una final en una cancha amateur. Su equipo se haría cargo de las condiciones de seguridad –las mínimas, porque, diría Malcolm que si no está tranquilo entre su gente no podría estarlo entre nadie: pero el riesgo siempre existe. Latente. Palpa en las sienes de Malcolm cada vez que levanta el teléfono –ya no se toma el tiempo de escuchar llamadas amenazantes—,cada vez que se ejercita dentro de la habitación de hotel pensando en sus hijos y en su mujer, en los hijos ilegítimos de Elijah Muhammad y en los millones que Blatter y los principales dirigentes del fútbol espectáculo se han agenciado a cada minuto de su gestión. Y ahí estaría Malcolm, de pie, en el centro del campo, con las tarjetas amarilla y roja en su bolsillo trasero, esperando no tener que usarlas ese día. Todo estaría bien: el volado para escoger cancha o saque, la foto del recuerdo que luego no recuerda nadie, el saludo de capitanes. Todo, hasta que alguien en la tribuna grita: ¡saca tu mano de mi bolsa, negro! Y entonces, vendría lo inevitable: de la grada contraria a donde ha venido el grito, alguien bajaría corriendo a acribillar a El-Hajj Malik El-Shabazz. Malcolm vería venir desde lejos a su asesino, saltando al campo de juego en un sprint que sorprendería a cualquiera. Antes de que ninguno de los dos pudiera decir nada, Malcolm X, con su brillantez, entendería que es su momento –su momento de convertirse en un mártir: y le abriría los brazos a su asesino, porque incluso a él hay que amarlo: el primer balazo acertaría en el estómago, pero no sería lo suficientemente fuerte como para tumbarlo. El segundo o el tercero, tal vez sí. Y entonces, Malcolm X caería al suelo, de espaldas, manchando ese uniforme negro, ese magnífico uniforme negro que le luce tan bien. Ya no tendría conciencia de nada. No sabría nunca que fueron dieciséis balazos los que arteramente le encajaron entre pecho y espalda. Y uno que otro cerca de la cara. En ese momento, Malcolm X, tirado en el suelo, sin haber pitado el que creía sería su último partido, reafirmaría su condición de nuestro brillante príncipe negro. Y aún el día de hoy, esperaríamos su vuelta… Jesús Mihail Koyoc Kú (Halachó, Yucatán, 1992). Cursa la licenciatura en Literatura Latinoamericana en la Universidad Autónoma de Yucatán. Ha publicado en medios impresos y digitales, como El Guardatextos y Revista Simulacro, entre otros. Fue finalista en el I Concurso de Crónica Al Cielo por Asalto, convocado por Fá Editorial. Fue incluido en la antología Después del viento. 13 homenajes a Jesús Gardea, de la editorial Aldea Global. Becario del Pecda Yucatán 2018. Es cofundador de la revista digital Efecto Antabus www.eantabus.com
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